Amnistía

Nuestro contexto es ampliamente punitivo y la máxima es encerrar. Que lo encierren vale tanto para transgresiones al orden, como de rareza. “Si está loco que lo encierren”. Y estas afirmaciones se lanzan como dardos  por una inmensa mayoría que piensa que nunca puede ser protagonista de acciones que lleven a la cárcel.

Recientemente hemos celebrado los 30 años del muro de Berlín y parece que lo hemos hecho con la vigencia de más muros y vallas, físicas, geográficas o mentales.

Muros en nuestras mentes que dificultan entender a los que son diferentes a nosotros, relativizan libertades y levantan confrontaciones. Nuestra sociedad que ha avanzado tanto en el respeto por libertades y derechos parece que cambia radicalmente cuando se debaten cuestiones cercanas.

 

Estamos dispuestos a poner muros, barreras, fronteras a personas solo por el hecho de haber nacido en otra parte. Y cuesta tanto entenderlo, aunque alguien se empeñe en contextualizarlo y dar argumentos de cariz práctico, más que ético.

Surgen lemas, terribles. Que no haya perdón. El perdón es un acto sublime que reconsidera la acción que ha llevado al castigo y el mismo castigo.

Hay actuaciones fruto de pobreza y desigualdades. Malas decisiones para salir al paso de necesidades económicas y que la ley tipifica con tantos años de cárcel. Malas praxis de años atrás que ahora el sistema haría más difíciles de cometer y diferentes opciones políticas de personas no violentas.

Soy partidario de una amplia amnistía que, minimizando riesgos, dé nuevas oportunidades que la persistencia en las cárceles probablemente no va a dar. Que como hace 40 años reconcilie la sociedad y haga caer muros, algunos de nuestras mentes y muchos otros también físicos.

Jordi Delás, médico

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