El autor se confiesa: Andrea Abreu

Panza de burro (Editorial Barrett, 2020) de Andrea Abreu ya se ha convertido en eso que llaman fenómeno editorial llegando a la cuarta edición (y con la quinta ya en marcha) en poco más de dos meses. Con la edición a cargo de Sabina Urraca dentro de la colección «Editor por un libro» de la Editorial Barrett, este libro de Andrea Abreu no se deja atrapar por convenciones y reglas y toma la oralidad para aproximarla lo máximo a lo escrito. La autora de Panza de burro se confiesa en El Ciervo y, en una suerte de microrrelato, nos cuenta cómo escribió este libro.

Dos mundos por Andrea Abreu

Yo no sabía lo que era una copa B. Pensaba que la copa era el contorno y viceversa. Los sujetadores eran tan complicados para mí como una derivada. Por eso será que siempre huí de las matemáticas y no usaba sujetadores. Al principio le decía a las clientas la talla equivocada. Me pedían un bralette y yo les daba un bandeau. Por no saber, no sabía ni el orden de las tallas: XS, S, M, L, XL. Ahora las tallas y sus equivalentes en números son para mí como el padrenuestro. Poco a poco aprendí a medir. Por último ya sabía la talla solo con mirarle el pecho a la clienta. Era una habilidad que me hacía sentir realmente útil. Hay pocas cosas tan enigmáticas como la talla de un sujetador. Trabajando allí descubrí que el mundo de la venta de ropa interior es un universo paralelo. Vi y escuché cosas que no podré olvidar. Recuerdo una vez en la que tuve que ponerle un body a una señora a la que se le estaba escapando la orina. No sentí asco, no. Era una señora atrevida. Me pidió un body sexi porque iba a pasar el fin de semana con el querido. La madre y la cuidadora de la madre la acompañaban. Ella no paraba de repetir a mí me encanta estar sexi, yo soy una mujer muy sexi. Quería un body de la talla más pequeña, la XS. En el momento en el que le puse los botones sobre las tangas húmedas, llegué a un punto de conexión muy íntima. Casi se revienta la costura. Los pechos le sobresalían tanto, estaban tan apretados, que parecía que iban a desinflarse. La madre, muy vieja y encorvada, le gritaba Gloria, por Dios, eso es muy pequeño para ti. Y ella, como una adolescente alocada, la mandaba a la mierda: mamá, que a mí me gusta SECSI. Era una tarde de rebajas y no pude parar hasta que cerró la tienda. Dentro de aquella tienda mi vida era alinear los sujetadores, doblar y desdoblar pantalones de pijama, perchar y reperchar bikinis. Y, al llegar a casa, ver aquella cosa sobre mi escritorio: ese libro que me sorbía las entrañas y me quitaba sangre como una especie de parásito. Así fue cómo escribí Panza de burro. Cansada. Y con olor a pipi en las uñas.

Fotografía de Álex de la Torre

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