Mi pasión por la botánica

He escrito unos cuantos libros y son como los hijos, cada uno tiene su personalidad, su vida propia. Tú eres el mismo, trabajas más o menos de la misma manera, tienes una forma de pensar, de ser y de actuar, incluso de escribir, y luego cada uno, cada hijo y cada libro, hace su propio camino. A menudo te sorprende, es siempre un poco distinto de lo que imaginaste y lo bueno es que muchas veces la diferencia es para mejor.

El inicio de Botánica Insólita fue una asignatura de la carrera de Biología que se llama Histología Vegetal, donde enseñamos a los estudiantes los tejidos y células de las plantas. En el departamento tenemos una costumbre: cada tres años, las asignaturas rotan. Es decir, das tres años una asignatura y, al año siguiente, te cae una nueva del amplio abanico que impartimos mis compañeros y yo. Es una costumbre que te mantiene “joven”, tienes que estudiar, tienes que preparar las clases, no puedes ir con unos apuntes amarillentos y repetir lo mismo que llevas explicando desde hace veinte años. Los profesores somos como los malos estudiantes, nos toca estudiar en verano. Pero puesto que esto es una confesión permítame un apunte: ¡me gusta! Estudiar a mi ritmo, aprender cosas nuevas, leer de forma caótica con pantalones cortos y descalzo en el calor de agosto, pensar en esos estudiantes que todavía no conoces, en guiarles como un director de orquesta, ¡es una gozada! Cuando estudio recuerdo por qué quise ser profesor, pienso en los que me entusiasmaron cuando era un estudiante y me digo a mí mismo, recuerda que tú quieres ser uno de esos. No uno del montón, uno de los que se acuerdan con cariño años después.

Como profesor no solo les tienes que explicar contenidos, tienes que conseguir que los estudiantes se interesen, que se apasionen, que estén seguros de que han acertado eligiendo su carrera. En los primeros cursos algún majadero entre mis colegas les dice que para qué van a la universidad, que no tienen futuro, que para terminar de camareros se pongan ya de camareros. Ante estos argumentos me digo que hay que ser honesto y valiente, y transmitírselo a los alumnos. Les digo que no es fácil, que tendrán que trabajar mucho, pero elegí la misma carrera que ellos y jamás me he arrepentido, que he sido y soy feliz, que nunca me ha faltado dinero para comer ni para tomar una caña, que ser biólogo es algo maravilloso a comienzos del siglo XXI, con descubrimientos apasionantes casi cada semana. Les digo que las clases son una alfombra mágica, que deben decidir si quieren subir y visitar mundos desconocidos o recostarse en la silla y vernos partir.

Lo mejor de estudiar de nuevo las plantas fue que me fascinaron. La botánica tiene una fama inmerecida de pertenecer al siglo XIX, pero encontré y paladeé descubrimientos recientes y asombrosos. ¿Plantas que servían para detectar explosivos? ¿Plantas que fabrican un componente imprescin­dible de la sangre para transfusiones? ¿Un arroz para curar la ceguera? Me gusta la historia, no creo en eso de ciencias y letras, solo hay una cultura, así que recogí relatos de la hambruna de la patata, de los jardines japoneses fuera de Japón, de un fruto azul cuyo color sobrevive milenios, de nuevas formas de conseguir energía y combus­tibles a partir de las humildes plantas. Ese fue el embrión del libro, historias fascinantes sobre plantas que me gus­taría contar, que le querría narrar a mis estudiantes y también a un lector que quisiese también lanzarse a explorar.

Para algunas cosas tengo una memoria de pez, una memoria desas­trosa. Mi madre se enfada cuando me cuenta anécdotas de mi infancia y ve mi cara de desconcierto. Pero pienso que no todo es perdido, me llevaron a museos en todas las ciudades y no me acuerdo de lo que vi, pero sigo yendo a museos. Envidio a esos que leen una novela y recuerdan años después tramas y personajes. Yo no soy así, me queda un regusto, una idea general, un poso profundo. He descubierto que la forma de acordarme de las cosas es escri­birlas. Al principio en cuadernos y libretas, pero ahora lo hago en el blog. Me rodeo de amigos invisibles que me corrigen algún error, me sugieren otras ideas o, lo más bonito, me hacen llegar un comentario cariñoso y amable. Así que escribí las historias de las plantas para no olvidarlas y saber­las contar bien.

A veces, no siempre, un con­junto de historias se reúne y te dice “somos un libro”. Tiene que haber una conexión, una hilo conductor. No todo lo escrito en el blog vale para el papel, pero esto sí. Y cuando oyes que el libro te llama debes decidir cómo va a ser “de mayor”. Y quise que fuese un libro para durar, para abrir muchas veces, que fuera hermoso, que te hiciera disfrutar. Y pensé en una ilustradora de la que había visto unos dibujos especta­culares. Así que le escribí: “¿Te ape­tecería ilustrar un libro de historias increíbles sobre las plantas? Pero tiene que ser el mejor trabajo que hayas hecho jamás. Tiene que entusiasmar al lector, te pongo un ejemplo, hay una planta que en vez de atraer abejas con un aroma fragante y delicioso, atrae moscas y escarabajos con un perfecto olor a cadáver. Quiero que esa ilus­tración sea capaz de atraer moscas y escarabajos, ¿te atreves?”.

Yolanda González dijo sí y cum­plió. ¿Otro secreto de confesión? No sé cómo es. Hemos intercambiado muchos correos y algunas llamadas telefónicas pero nunca nos hemos visto. Hemos compartido desánimos y euforias en esa montaña rusa que es la creación de un libro, pero no la reconocería si me cruzo con ella por la calle. Sin embargo, sí reconocería sus maravillosas ilustraciones entre las de cientos de imitadores. Son especiales, si ven el libro lo entenderán.

Teniendo textos e ilustraciones el siguiente paso es buscar editor. Una persona a la que aprecio había iniciado esa aventura poco antes: montar una editorial, y es más, una editorial cen­trada en la ciencia que no perdiese su contacto con las humanidades. En esta época donde parece que cada vez leemos menos en papel es una apuesta arriesgada pero ella lleva los libros en los genes y es como Dante, de esas personas que visitaron el infierno y consiguieron volver. Ya nada puede vencerla. Me apetecía tener un libro con ella, porque al igual que Yolanda, Oihana pondría todo el entusiasmo, toda la ilusión. Y así lo hizo, dándole al libro una cohe­rencia gráfica, una presencia, que terminó de convertirlo en lo que tanto Yolanda como yo soñába­mos. ¿Cuántas veces revisamos la portada? ¿Cuántas opciones dis­tintas juzgamos? Dedicar tantas horas al tipo de papel, al índice, a la tipografía, puede parecer una locura pero es la diferencia entre un gran chef y el que cuece unos espaguetis, todo alimenta, pero solo hay arte en uno de los dos lados.

Botánica Insólita es un libro especial, hecho por un equipo de personas que todavía cree en los libros, en la belleza, en la cultura, en que hay un lector que lo enten­derá, lo valorará y se lo llevará a casa o lo regalará a alguien a quien quiere. Porque este libro, como todos los que merecen la pena, es una historia de amor.

José Ramón Alonso, doctor del instituto de Neurociencias de Castilla y León

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