No aprendemos

Cuando el nefasto personaje Donald Trump ganó las elecciones, los medios de comunicación más serios trataron de comprender cómo había sido posible tal disparate y cómo había podido influir su papel en tan inesperado desenlace. Emprendieron una autocrítica severa seguida de un

mea culpa y propósito de enmienda. Una de las conclusiones de su examen fue que no habían entendido –y ya tiene delito a esas alturas– que una premisa muy básica de la comunicación, “lo importante es que se hable de uno aunque sea bien“, no es solo una broma divertida sino una inteligente verdad como un templo. La actitud muy crítica hacia un Donald Trump convertido en payaso de feria, objeto de mofa para los brillantes comentaristas que no podían resistir la tentación de exhibir en sus columnas su superioridad moral, su dominio de la ironía y su excelencia en el arte del pim pam pum contribuyó, dijeron arrepentidos, a su victoria tanto o más que algunos donantes de millones. Creyendo que le denigraban le hicieron campaña gratis. Sí, sí, vosotros reíos, machacadme, insultadme incluso, pero, por favor, no se os olvide poner mi nombre muy claro: Trump, Donald, como el pato. Así lo hicieron y el pato bien que se ocupó de darles carnaza cada vez que abría la boca.

Me temo que aquí está pasando algo parecido con este partido de extrema derecha al que no quiero ni nombrar. Periódicos, radios, televisiones (especialmente la que se considera más de izquierdas) y no digamos ya las redes no paran de hablar de esa gente, le están dedicando titulares, páginas, espacios, minutos y con ello, creyendo que con sus denuncias, alarmas, risitas y burlas perjudican a los ultras, no hacen más que normalizar su presencia entre nosotros. El caso Trump debería habernos servido de escarmiento, pero parece que no aprendemos. Puede que después lo lamentemos.

Jaume Boix, director de El Ciervo

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