Ciudadano delincuente

Se acuerdan que al principio era de noche cuando aplaudíamos en las ventanas y que con el tiempo atardecía. Que primero los árboles no tenían hojas y luego brotaron. La vida transcurría lejos de nosotros durante el confinamiento. Ahora toca vivirlo todo de nuevo pero bajo nuevas reglas: sí se puede ir a trabajar, a un bar o a un restaurante, si volvemos temprano. También se puede pasear y hacer deporte, y en los municipios más grandes tenemos incluso un buen territorio por donde movernos a nuestras anchas. Aunque no sea lo recomendado.

Ahora, como pacífica y modélica ciudadanía, vestimos la mascarillas a todas horas. Y abusamos tanto del gel hidroalcohólico que el Instituo Nacional de Toxicología avisa del incremento de intoxicaciones, un 900%, por este producto. Somos, en fin, excepciones aparte, una sociedad moderna, bien educada y capaz de sacrificio en pro del bien común. Visión optimista de nosotros mismos que no comparten nuestras instituciones. Porque si nos paramos a pensarlo, ¿cuántas campañas institucionales sostenidas hemos visto para aumentar la concienciación y aprendizaje sobre medidas a tomar contra el coronavirus? Como excepción aquel episódico “Salimos más fuertes” de mayo fue más la celebración de una falsa victoria. A la vista está. Los hay que crecimos escuchando durante una década “Di no a las drogas”, “Fumar mata”, “Póntelo, pónselo” y “Las imprudencias (al volante) se pagan”. Con el tiempo y la insistencia esos mensajes calaron, mejorando nuestra salud e integridad física. Incluso la limpieza de nuestras calles, que hace muchos años estaban llenas de papeles, colillas y hasta cacas de perro. Nos costó, pero desde que somos democracia nos hemos constituido en una sociedad extremadamente cívica.

Por hacer una comparación, repasemos estos ocho meses de coronavirus. La pandemia ha sido, fundamentalmente, un conjunto de prohibiciones. Así nos la han transmitido, en lugar de como un trabajo en equipo que tenemos que abordar para el beneficio sanitario y económico de todos. Las patrullas policiales y los helicópteros menudearon tanto como los aplausos y no por casualidad han vuelto aparecer apenas la segunda ola se volvió más virulenta. Al fin y al cabo qué médicos, campañas de concienciación o formación puede darse a unos ciudadanos levantiscos, irresponsables e indómitos. Incapaces de protegerse a sí mismos y a los suyos, y tan reacios a cumplir lo que se nos mandó, por duro que fuese. ¡Vigilancia y mano duro es lo que nos hace falta!

Es como para quedarse atónito que respondan a nuestra actitud con tal rigor. Pero la extrañeza desaparece apenas prestamos atención a los debates parlamentarios, a las asambleas y gobiernos regionales. Donde olvidados de la élite moral e intelectual que deben representar, los depositantes de nuestro voto han abandonado la dialéctica en pro de la bronca. Mucho más eficaz para ganar presencia en redes sociales y televisiones. Su virulencia es de tal calibre que si nos representaran significaría que los seguidores de ambos arcos ideológicos, izquierda y derecha, estamos a punto de salir a las calles para molernos a palos. En contra de su opinión, transitamos estos ejemplares vecindarios llenos de mascarillas llegando a la conclusión de que no. La delincuencia no nos representa.

Martín Sacristán, periodista y escritor

Compartir