En las fronteras de Europa

En la casa familiar que compartimos en la montaña, no sabemos prescindir de la ayuda en el jardín y otros cometidos de un inmigrante de Mali. Cuando la Covid alargó su visita a la familia, una pequeña empresa local realizó las tareas mínimas de jardinería: doble de tiempo estimado en cada tarea, un tercio más de precio la hora, menor disponibilidad y algunos errores de bulto. Un vecino que perseguía a nuestro ayudante, acabó encontrando a otro, también subsahariano. Redondean su sueldo en empleos regulares con trabajos los sábados e incluso los domingos por la mañana. No se trata de quedarse, sino de ayudar a la familia y volver con fondos, en unos pocos años.

Llegó, según confesó un día casi avergonzado, saltando la valla. Una vez aquí, un empresario honesto y buena persona, le pidió que volviera a su país, para contratarle legalmente en origen.

En el piso de Barcelona, una inmigrante ucraniana viene a limpiar. Es asombroso su dominio del castellano, en muy poco tiempo. Ella y su marido tienen contratos regulares y están en trámite para lograr la residencia. Los hijos, en Barcelona, están en tierra de nadie hasta que no se resuelva el papeleo de los padres.

Mi madre murió hace años. Si no, seguro que la persona que iría con ella algunas noches, sería también de origen extranjero. ¿Cuánto hace que no ven a una nacional empujando la silla de ruedas de un anciano?

¿Y los trabajos de mono azul? Mi electricista también es inmigrante, latino en este caso. Y acude raudo como ningún otro especialista lo ha hecho en los últimos años. También tiene un trabajo regular, por cierto. Hay oficios que desaparecerán en una generación y no se sabe quién atenderá tareas de carpintería o de tapicería, si algún inmigrante no logra un mínimo capital para continuar o conseguir un taller.

En las panaderías, cafeterías, restaurantes y tiendas de alimentación, los trabajadores de origen extranjero van en aumento. En la agricultura son ya absolutamente imprescindibles.

¿Y los camioneros? Excepto algunas cosas llegadas vía marítima en contenedores, la mayoría de lo que tenemos en casa ha llegado en camión, también la comida. Y, como no hay relevo generacional, se estima que en tres años, habrá un déficit de 15.000 conductores, sólo en España. En Europa, ya ahora, se necesitan 400.000. Porque quién quiere estar en la responsabilidad de aguantar atento al volante durante horas, de dormir a menudo lejos de la familia durante 8 o 10 días, en los casos de largos recorridos, de sueldos limitados… El último que conozco en incorporarse a este sector es un vecino del pueblo… de origen rumano.

Se estima que en 2050 España necesitará siete millones de inmigrantes. Así las cosas, y sin atender a lo primero, la humanidad, ¿cómo puede ser que decenas de personas se jueguen la vida y algunas la pierdan, tratando de llegar a Canarias, también en noviembre?  Al norte, en la frontera entre Bielorrusia y Polonia, miles de personas, por iniciativa del presidente bielorruso Lukashenko, se han convertido en piezas de un juego de estrategia que les supera. Se puede hablar ya de crisis humanitaria. El frío no hará más que empeorarla. Habrá muertes por frío y por hambre. En las fronteras de Europa.

Soledad Gomis, periodista

 

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