
“Se le ha saltado la tecla al Putin”. Así concluía un mensaje de una española residente en Kiev con el que intentaba tranquilizar a sus familiares mientras hacía las maletas, en medio del pánico y del caos, para salir de Ucrania. Fue el día en que empezó la invasión, ya se habían producido los primeros bombardeos. Dos días después esa persona y su familia ya estaban fuera del país.
La ofensiva militar de Rusia sobre su vecina Ucrania es injustificable de cualquier modo. No estará de más recordar hoy la reflexión de Sigmund Freud en una respuesta a una carta de Albert Einstein: “La guerra destruye vidas humanas cargadas de promesas, coloca al individuo en situaciones que lo deshonran, lo obliga a matar a su prójimo contra su voluntad, aniquila preciosos valores materiales, producto de la actividad humana, etc.”.
Reconozco que yo veía más que improbable que la escalada de la tensión de los meses previos, con el movimiento de tropas rusas cerca de la frontera de su país vecino y las exigencias de Moscú a la OTAN del compromiso de que Ucrania no se incorporaría jamás a la alianza atlantista y un repliegue de sus fuerzas en Europa central y oriental, acabaría en una invasión rusa; y mucho menos hasta Kiev, más allá de las zonas rusófilas del Donbás, de Donetsk y Lugansk.
Hay ahora —una semana después del inicio del ataque— varias lecturas de lo que sucede: Vladimir Putin busca un reforzamiento interno mediante acciones bélicas, como ya ha sucedido en el pasado en Chechenia, Osetia del Sur y Crimea, o en Siria, máxime teniendo en cuenta que en la política interior —desigual, autoritaria, nacionalista y corrupta— no ha hecho frente a los problemas estructurales del vasto país; Rusia no quiere al enemigo —a la OTAN— a las puertas de casa ni en su extranjero cercano, en la que considera su zona de influencia; Moscú ha seguido en parte la estrategia de la OTAN en Kosovo para que el Donbás se separe del resto de Ucrania y acabe independiente o anexionado; la invasión es consecuencia de años de humillaciones a Rusia tras la disolución de la Unión Soviética, de no recibir nada a cambio cuando el Kremlin se alineó en cierto modo con Occidente hasta 2006 y, por injustificable que sea, es el fruto de años de miopía e irresponsabilidad de dirigentes europeos, por la innecesidad de ampliar la OTAN hacia el este de Europa con antiguos miembros de la URSS e integrantes del Pacto de Varsovia a finales de los 90 y en la primera década del siglo XXI.
Para entender el contexto del conflicto, los antecedentes históricos, políticos y económicos, el libro de Carlos Taibo Rusia frente a Ucrania, ampliado en enero y reeditado por Catarata, es muy esclarecedor. Puede que todas esas lecturas antes resumidas tengan algo que ver, pero la de la ciudadana española no es menos acertada: “Se le ha saltado la tecla al Putin”. Muestra de ello es que algunos oligarcas rusos se han desmarcado desde el principio de su ofensiva. La guerra esta vez puede tener consecuencias negativas económicas más allá de la barbarie que supone. El rublo se ha hundido y queda por ver cómo afecta la expulsión de Rusia del sistema bancario de seguridad SWIFT y si realmente Europa busca alternativas al gas ruso, algo que nunca ha hecho en el pasado.
Destacable es el hecho de que China, que apoyó a Rusia a principios de febrero en sus demandas a la OTAN para que recule, tras un encuentro de Putin y Xi Jinping en los Juegos de Invierno de Pekín, haya “reafirmado el inquebrantable apoyo a la soberanía y la integridad territorial de Ucrania” tras ponerse de perfil en un primer momento. El Gobierno chino asegura que está dispuesto a “hacer todo lo posible para terminar la guerra en Ucrania mediante la diplomacia” y lo cierto es que no votó contra la resolución de la ONU condenando a Rusia por la invasión. Se abstuvo. Una salida diplomática, aunque parezca compleja, supondría que nadie gana si sale bien y todos tendrían que ceder, aunque también puede enquistarse el conflicto como ya lo estaba en el Donbás. Sea como fuere, Rusia negocia con la fuerza de las armas y la amenaza de emplear, llegado el caso, el potencial armamentístico nuclear del país como elemento disuasorio.
Más allá de afianzar a los prorrusos en el Donbás y de intentar derrocar al Gobierno actual de Kiev, cuyo presidente, Volodímir Zelenski, se ha convertido en un héroe para los ucranianos, y procurar que haya otro gobierno más afín al Kremlin, parece poco probable que Rusia quiera seguir en Ucrania en el caso de que hubiera una victoria militar, vista la resistencia en estos primeros días de ofensiva, sería necesaria represión continua y mucho desgaste y gasto militar.
Iñaki Pardo, periodista