A propósito de Churchill

¿Son necesarios los líderes? Este divertido artículo es la respuesta que Chelo Siera envió al premio El Ciervo – Enrique Ferran. El jurado, con buen criterio, pide que lo publiquemos, cosa que hacemos encantados. Con él inauguramos esta página, que será de humor. Muy en serio.

 

Esta mañana he tenido un encontronazo con mi marido. Tiene la molesta costumbre de sermonearme cuando no le gusta lo que escribo, se lo toma como algo personal. Venga ya, me ha dicho, con la de artículos sesudos y bien documentados que se presentarán y tú tan orgullosa de esta mamarrachada superficial, ningún jurado con dos dedos de frente va a premiar algo así. Como se puede apreciar por sus cariñosas palabras, no hay crítico más ácido y más cruel que mi esposo. Menos mal que yo soy muy de creer en mí misma y que, además, se le había quedado pegada una miga de la tostada en la comisura de los labios y ese detalle le daba un aspecto cómico, que si no me habría chafado con sus comentarios. Iba a explicarle que yo aportaba en mi texto un punto de vista original, pero en ese momento Churchill nos ha mirado con sus encantadores ojillos de “dejaos de tonterías que me estoy meando” y nos ha faltado tiempo para ponerle el collar y sacarle a la calle. Debe de ser porque es el líder, ya se sabe: ese a quien sigues a un lugar al que no irías por ti mismo; y yo, desde luego, por mí misma jamás iría al parque a las nueve de la mañana de un sábado y menos a dos grados centígrados escasos. Vamos, ni de coña. Pero ahí nos hemos plantado, sin rechistar, a su merced y a su ritmo: despacito o a trote limpio, según la urgencia y la intensidad de sus olfateos.

A un líder se le sigue dónde y cómo sea y si es menester, que normalmente lo es, se recogen sus caquitas, con gusto, sin grima, náuseas ni vahídos, como contribución a una causa que ya has hecho tuya: eres un okupa de los proyectos, las decisiones, los credos y los objetivos de otro, o de otra, por supuesto. Algo que, bien mirado, es la mar de cómodo, ideal para personas perezosas como yo. Cierto es que debes renunciar un poco al libre albedrío, pero hay que ver lo bien que se transita por un camino que algún valiente ya se ha entretenido en despejar.

Mi costilla sigue enfurruñado, que si me he tomado tres lingotazos de ginebra, me pregunta. Tendrá mucha formación técnica, pero el pobre no tiene ni idea de elipsis, metáforas, paralelismos y alegorías. Estás espesito, le digo, extrapólalo, querido, extrapólalo, que tampoco es tan difícil. Al fin y al cabo ese seguir con los ojos cerrados a alguien, ese sometimiento a su autoridad, se puede acomodar a otros ámbitos más amplios que el melifluo reducto familiar; lo aplicas al trabajo, al círculo de amigos, al partido político y hasta al grupo de WhatsApp de la guardería, y te funciona igual, aunque para ello tiene que haber un Churchill como el mío, o sea, un conquistador genuino, porque ser un auténtico líder, uno de verdad, es más una cuestión de actitud que de aptitud, de corazón que de cabeza, de empatía que de jerarquía, más de naturaleza que de preparación. Como clama un proverbio chino: Los patos salvajes siguen al líder de su parvada por la forma de su vuelo y no por la fuerza de su graznido. Y a pesar de este precioso final, tan poético y tan veraz, mi marido sigue insistiendo en que tire el artículo a la papelera. Qué poca sensibilidad. Como se puede observar, no lo he hecho. Qué va, ni loca. A no ser, claro está, que me lo hubiera pedido Churchill.

 

Chelo Sierra

 

 

 

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