Adiós a José Antonio González Casanova

Josep Maria Margenat

Beato Jose (recuerdo personal)

Quienes han conocido o tratado a José Antonio González Casanova entenderán pronto el título. A los demás les extrañará. Jose era una persona inmensamente buena. Eso es lo que podemos afirmar quienes le hemos tratado. Creo recordar que nos conocimos en Sevilla en el Congreso sobre los católicos en la transición de la dictadura a la democracia (1939-1975). Era marzo de 1999. Un día de ese Congreso cenamos Joaquín Ruiz-Giménez y su esposa Mercedes, Lorenzo y Rosario, Rosa María y José Antonio y otras personas. En el congreso, él se presentó como mi “abuelo académico”, pues había sido miembro del tribunal que valoró la tesis de Hilari Raguer dirigida por Manuel Jiménez de Parga y, puesto que Hilari, a quien también presentaba en ese acto, había estado en mi tribunal de tesis, dirigida a su vez por María Carmen García-Nieto, Jose me consideraba su “nieto académico”. Esta red de relaciones –católicos, socialistas, comunistas, liberales, nacionalistas y más– sólo se entienden gracias a grupos como esa “familia en el espíritu” que siempre ha sido El Ciervo, mucho más que una revista, una “casa”. Creo que fue tras un encuentro de colaboradores y amigos de la revista en noviembre de 2001 cuando empecé a tratarle más: aquel café en el bar de Económicas de Pedralbes; su llegada a los jesuitas de Salamanca para un curso, su emoción al entrar en la capilla que le recordaba su colegio de Sant Ignasi en Sarrià, la visita a la tumba de Santa Teresa de Ávila en Alba de Tormes. Nos fue dejando sus memorias en pequeñas (o no tan pequeñas) publicaciones, casi con un ritmo anual. En ellas ha tratado de astrología, de socialismo, de federalismo, de indignación, de sus amigos, de las mujeres en su vida, de Mahler, de Bergamín, de su “gemelo” Woody Allen, de la vida académica, de tantos y tantos temas.

Los libros más sólidos y académicos, que todos habíamos usado, sobre derecho constitucional o sobre federalismo y nacionalismo, así como las colaboraciones políticas en la prensa diaria u otra, quedaban atrás, pero no su honrada militancia por la dignidad humana con esa permanente capacidad de ilusionarse y esa madura capacidad para des-engañarse. Por eso se autodefinió como un “socialista indignado”. Amigo de juventud de Alfonso Carlos Comín, lectores apasionados ambos de Mounier que había descubierto Jose en la librería del Cinc d’Oros (“este autor escribe lo que nosotros pensamos” le dijo a Alfonso Carlos), socialista autogestionario con una importante tesis sobre Yugoslavia, militante del FOC (el primer “felipe”, Frente de Liberación Popular, en su forma catalana), luego fundador de un partido en el que no llegó a inscribirse, el Partit dels socialistes de Catalunya (PSC-PSOE), asesor de la Constitución española de 1978, la “de los catalanes”, dedicó sus últimos años a luchar por la democracia, aunque eso es lo que había hecho toda su vida. Donó parte de su importante y selecta biblioteca a nuestra universidad. En la eucaristía de la plaza de la catedral de Barcelona tras el atentado de ETA en Hipercor, se adelantó para comulgar e inteligentemente su esposa no le siguió con lo que quedaba claro que él no la acompañaba a ella; muchos altos cargos no dejaron de admirarse:  que uno de los suyos ¡fuese a comulgar! Era inagotable en su creatividad.

Celebramos sus 70 años con pastelón cordobés y machaquito en la “sierra” de Córdoba y allí concelebró en la eucaristía (la expresión fue suya) en unas jornadas de formación política con jóvenes profesionales. La última vez que nos vimos fue el sábado 1 de mayo de este año en el paseo marítimo de Sitges, después de haber almorzado en la calle 1 de mayo (antes 2 de mayo, por el día de 1838 en que Sitges se libró de los carlistas). El encuentro semanal con un transeúnte quedaba aplazado al domingo. Jose era inabarcable en su bondad y su bonhomía: su beatitud la expresaba en su sonrisa. Un gran creyente, aunque sin dar a ambas palabras –beato, creyente– un significado establecido o preconcebido. Era él quien definía el contenido semántico de las mismas: fue feliz y creyó. ¿Qué otra cosa podemos esperar?

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