Artículo publicado en el N.º789 (Sep-Oct 2021)
Hemos visto en tiempos recientes como saltaban a la palestra diversos casos de famosos/famosas, sobre todo deportistas, no por sus victorias, goles o piruetas en el aire, sino por sus trastornos o problemas mentales. Frescos están en la memoria los casos de la gimnasta Simone Biles y de la tenista Naomi Osaka, reconociendo públicamente sus ansiedades, sus fobias y su fracaso ante el estrés. Una periodista escribió hace unos días: “El estigma sobre la enfermedad mental crea una pantalla entre el enfermo y la sociedad que solo se logrará romper con ejemplos como el de Biles, Iniesta, Ricky Rubio, Phelps o Naomi Osaka”. Todos aplaudimos el valor de “salir del armario” de las afecciones mentales, todavía un tabú en nuestra sociedad. La lucha contra el estigma constituye uno de los grandes retos y objetivos de la salud mental y es evidente, dada su repercusión mediática, el valor educador y ejemplarizante de los casos mencionados.
Paralelamente a este fenómeno sociológico se observa otro: el incremento incesante, casi epidémico, de casos de “ansiedad”, “crisis de pánico” y “depresión”, especialmente entre adolescentes y adultos jóvenes. Por supuesto, el incremento de los diagnósticos psiquiátricos obedece a múltiples causas: más recursos y capacidad diagnóstica de la psiquiatría actual, presión de la industria farmacéutica, factores históricos puntuales (ejemplo: la pandemia), etc… Pero, entre ellas, quiero aquí resaltar una vieja conocida: el contagio y el mimetismo sociológico.
Es bien conocida la epidemia de suicidios juveniles después de la publicación de Las penas del joven Werther, la novela de Goethe, en el siglo XVIII, fenómeno que se ha repetido en la historia después de la aparición en los mass media de noticias de conductas suicidas en personajes famosos. En la encrucijada del contagio psíquico y el contagio emocional hallamos el con- tagio histérico. La histeria en tiempos de Freud y de Charcot, concretamente la llamada histeria de conversión, se presentaba con la apariencia de crisis epilépticas, parálisis, cegueras y otros trastornos de apariencia neurológica sin una explicación “orgánica”, objetiva, demostrable. Se entendió, así, que el síntoma histérico, que no está bajo el control voluntario del paciente, está motivado por causas “psicológicas” y conflictos emocionales que adoptaban una forma (la pseudoneurológica, por ejemplo) por algún mecanismo de mimetismo subconsciente. Es importante recordar que la neurología era, en aquel momento histórico, una nueva y fascinante especialidad de la medicina que ya diagnosticaba fiablemente hemiplejias, epilepsia y otras condiciones.
De esta histeria queda poco hoy en día y los especialistas observamos muy raramente cuadros como los descritos por Freud. ¿Ha desaparecido, pues, la histeria? La psiquiatría actual ha finiquitado el nombre (ya no existe el diagnóstico de “histeria” en el DSM 5, el sistema diagnóstico prevalente), pero sí se mantiene el concepto bajo el epígrafe de “trastornos de síntomas somáticos”. Sea cual sea el nombre, lo cierto es que histeria es un trastorno mutante, patoplástico, que varía de presentación en función de la época y del contexto cultural e histórico. Es, por ejemplo, objeto de discusión y de debate actual el posible componente histérico en diagnósticos como el síndrome de fatiga crónica o la fibromialgia.
En cualquier caso, la psiquiatría y la psicofarmacología gozan hoy de un nuevo prestigio y de una amplia difusión que antes no se daban. Ello genera fenómenos sociales que eran impensables hace pocas décadas. Hay momentos en que se tiene la impresión de que una joven que no vaya al psicólogo o a la psiquiatra va a quedar fuera de juego en su círculo de amigas… Dados estos antecedentes, cabe preguntarse si la deseable y promovida lucha contra el estigma de los trastornos mentales, con todo el aparato mediático en los casos de famosas/os, no estará generando un contagio entre nues- tras y nuestros jóvenes y la consi- guiente aparición de nuevas formas de histeria. Obviamente, si esto fuera así, cosa que queda por demostrar, los psiquiatras tendríamos el reto de diferenciar la “ansiedad vera” de la “ansiedad histérica” (tecnicismo en el cual no se profundizará aquí) y acabaríamos concluyendo que no hay bien que por mal no venga…
Jordi Obiols es Psiquiatra.