Atención: radicalismos

Radicalismos

Artículo publicado en el n.º781  (May-Jun 2020)

Eric Hobsbawm expuso la tesis de que el siglo XX (1917-1989) fue un siglo corto y una era de extremos. Para él los extremos eran dos puntos alejados en un contínuum que iban de la derecha/capitalismo a la izquierda/socialismo. El siglo XXI ya no se puede categorizar de ese modo, y no porque no existan los conceptos o posiciones antes mencionadas, sino porque la lógica de lo político y lo social no se acota en un eje definido (una línea): los debates y sentires parecen haber estallado en mil pedazos, y de forma abrupta. 

El conflicto hoy ya no se produce en el seno de un mundo bipolar y contenido, sino en un mundo con múltiples referentes y a menudo desbocado. Desde esta óptica se puede pensar que el primer cuarto del siglo XXI puede definirse como de los radicalismos. Radicalismos en plural, múltiples y sin voluntad de contrastar ni de dialogar. Y que se nutren, a nuestro parecer, de dos fenómenos que han transformado la forma de sentir de grandes sectores de la sociedad: la Gran Recesión de 2008 y las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. 

La Gran Recesión ha supuesto un descenso social en bloque y un desempleo (o infraempleo) que posiblemente se vea acrecentado con la robotización de la sociedad. El resultado de esta gran crisis ha sido, sin duda, el incremento de la desigualdad. No es casual que desde inicios del siglo XXI hayan ido apareciendo estudios sobre el coste social de la desigualdad. Uno de los pensadores más influyentes del último lustro (Piketty) ha tratado este tema y ha señalado que desde comienzos del siglo se ha estropeado el “ascensor social” y que el predictor de la riqueza de los jóvenes es el patrimonio de sus familias, no ya su trabajo ni sus estudios. Además, Piketty ha señalado que la desigualdad se debe, sobre todo, a la concentración creciente de la riqueza en el 1% e incluso en el 0,1% y el 0,01% de la población. De esa forma, hoy la desigualdad ya no puede tratarse solamente como las diferencias existentes entre la gente común, sino que debe analizarse y “tratarse” (por ejemplo con altos impuestos a grandes fortunas) en términos del poder de una élite pequeña. 

Por su parte, las nuevas tecnologías de la información y la comunicación han transformado tanto nuestra forma de consumir como nuestra forma de mirar (y de actuar políticamente en) el mundo. En cuanto al consumo, de todos es sabido que las grandes empresas tecnológicas utilizan algoritmos con el fin de predecir los gustos de los consumidores y así diseñar una publicidad ajustada a cada perfil de comprador. Esta actividad –llamada machine learning (o aprendizaje automático)– se basa en que las máquinas buscan algoritmos para convertir muestras de datos en programas informáticos capaces de generalizar comportamientos para un conjunto más amplio (casi infinito) de datos. 

Este aprendizaje automático tiene una amplia gama de aplicaciones, incluyendo motores de búsqueda, diagnósticos médicos, análisis de la bolsa de valores, y también la comunicación política. Durante la última campaña electoral de los Estados Unidos (2016) los partidos ya hicieron uso de las nuevas tecnologías de la comunicación basándose en esta lógica. Pero el caso más emblemático de esta estrategia se dio en el referéndum sobre la permanencia de Gran Bretaña en la Unión Europea. En dicho referéndum el responsable de la campaña del Brexit usó datos (obtenidos de forma irregular a través de la consultora Cambridge Analytica) de Facebook y Twitter con el fin de elaborar mensajes personalizados que convencieron a millones de ciudadanos para que votaran a favor de la salida de su país de la UE. Con esta estrategia las personas no sólo actúan de forma conscientemente sesgada a la hora de diseñar su “dieta informativa” (seleccionando lo que leen y miran a través de televisión e internet), sino que a la vez reciben las noticias que refuerzan sus prejuicios.

CRISIS Y REDES 

La combinación de estos dos fenómenos ha influido en que durante la última década hayan emergido en la sociedad múltiples expresiones políticas radicales. Se nutren del miedo a la incertidumbre y del enfado frente al empeoramiento de las condiciones de vida y, a menudo, se canalizan en contra de algo o alguien, y en general en contra del “otro”. 

Pero además de lo expuesto, cabe añadir el impacto de la pandemia de la covid-19 que ha llegado de forma abrupta para transformar nuestras vidas. Aún no sabemos qué nos deparará la pandemia, pero su incidencia en nuestras vidas parece que va a ser intensa y profunda, y posiblemente va a animar las dinámicas de radicalización que tratamos en este Trasfondo. 

Como decimos, no cabe hablar de un radicalismo, sino de múltiples. En este número de El Ciervo queremos dar algunas pistas sobre diversos radicalismos a partir de textos elaborados por expertos. Quim Brugué expone la devaluación de los pilares de la democracia, que son el diálogo, el respeto y el consenso. Iván Llamazares y Eduardo Martínez se centran en el populimso derechista. Alberto Martín Álvarez hace referencia a una manifestación del radicalismo religioso –el yihadista– (no hemos podido incluir a tiempo, y lo dejamos para un próximo número, un debate sobre los integrismos cristianos, tanto los católicos como los evangélicos que están en boga en América Latina). Y, por fin, Javier Elzo reflexiona en torno a los radicalismos presentes en las nuevas generaciones que, muchas veces, son expresiones en las que se mezcla el rechazo al statu quo y la sensación de fin de época.

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