Buscadores de patrones

Buscadores de patrones

Artículo publicado en el n.º786 (Mar-Abr 2021)

La capacidad para leer la mente de los otros es una cuestión evolutiva. Deducir los pensamientos de quienes tenemos al lado, incluso adivinar qué esperan los lectores, los usuarios o los consumidores, nuestros amigos o nuestra pareja, nos proporciona muchas ventajas evidentes. Esta destreza también nos sirve para persuadir y manipular, para convencer y para hacer trampas. A esta habilidad la llamamos empatía.

No es difícil llegar a la conclusión de que la empatía ha sido muy provechosa en nuestra evolución como especie. De hecho, podemos considerar al Homo sapiens como humano con sentimientos, solidario, desde hace 60.000 años; el hallazgo de huesos de personas de edad con fracturas graves bien soldadas nos indica que estos antepasados necesitaron ayuda para llegar a la adultez. Estos cuidados les fueron proporcionados por los suyos, allegados para los que el compañero o el familiar tenía un peso emocional en sus vidas. No le dejaron morir por no poder caminar, al contrario, le alimentaron y le protegieron de las bestias y de la intemperie.

La empatía activa un circuito neuronal complejo, similar a otro mecanismo cerebral muy interesante: el que implica la búsqueda de patrones y logra otro triunfo del ser humano: la creatividad. Estos dos circuitos cerebrales han evolucionado casi de forma paralela.

Como hemos visto, con el primero de ellos, el de la empatía, pudimos poner en práctica nuestras estrategias docentes para transmitir conocimientos a los otros, compadecerlos y sentir piedad, ayudarlos, entrenar la conciencia y comunicarnos de manera flexible, con tolerancia y respeto. Fuimos capaces de escucharnos, y todo se volvió más sencillo al poner en común saberes, consejos, juegos, tristezas y alegrías. Además, nos hicimos contadores de historias narradas alrededor de un buen fuego. Estábamos al tanto de los anhelos y desasosiegos de los otros, de las creencias compartidas y del querer de cada uno.

Desde un punto de vista neurológico, el circuito cerebral de la empatía recluta una red compleja de más de diez áreas cerebrales. Las diferencias en la cantidad de empatía de cada persona pueden ubicarse en una gráfica con forma de campana, donde la mayoría se colocaría en el medio de la distribución. En estudios recientes se ha comprobado que la ubicación en la gráfica se correlaciona con variantes genéticas comunes. Es decir, sabemos que la educación y las primeras experiencias influyen en el desarrollo de la empatía en cada persona, pero se sugiere que es parcialmente genética. Intuitivamente, es fácil ver por qué podría haber sido una cualidad ventajosa que fuimos adaptando: nos permitió, por ejemplo, trabajar en equipo y construir trampas en las que caerían las presas, o leer la mente de los bebés preverbales para atender sus necesidades emocionales y físicas. Era fundamental que sobrevivieran hasta la edad de reproducción, en la que sería posible transmitir genes.

Sin embargo, aunque el circuito de la empatía puede explicar por qué existen joyas, instrumentos musicales, esculturas y pinturas rupestres en el registro arqueológico, creados para agradar o contagiar emociones, la activación de esta capacidad no es suficiente para explicar su existencia. ¿Qué proceso cognitivo se puso en marcha para idear esos inventos?

Para explicar el estallido neuronal que supuso la creatividad, aparece en escena un segundo mecanismo cerebral: el buscador de patrones. Esta fascinante red de neuronas nos permitió fijarnos de una manera nueva en los patrones que nos rodeaban, en experiencias que se repetían. El mecanismo de sistematización utilizado es la base para la invención.

El uso de herramientas simples se remonta a más de dos millones de años y hachas de mano más sofisticadas se usaron hace 1,7 millones de años. Pero entre los primeros homínidos las herramientas de piedra tenían en su mayoría unas pocas funciones básicas que no cambiaron demasiado: aplastar, cortar y raspar. Nuestros antepasados habían realizado en gran medida un solo cambio y se habían mantenido en él durante cientos de miles de años. La historia de los inventos no sigue una evolución uniforme.

Cuando nuestra especie, el Homo sapiens, surgió hace unos 300.000 años, comenzamos a ver signos de más invenciones con herramientas y tipos específicos de hojas. Pero, casi de repente, dimos un gran salto en cuestión de inventos según los hallaz- gos arqueológicos. Esto ocurrió hace unos 100.000 años, con evidencia del primer grabado y los primeros ejemplos de joyería. Hace unos 70.000 años aparecieron las armas furtivas como la lanza y las flechas. Las agujas de coser se inventaron hace 60.000 años; la primera flauta de hueso está datada en 40.000 años, tiene cinco agujeros, señal inequívoca de que se tocaba usando la escala pentatónica que aún prevalece en muchas tradiciones musicales. Nuestros predecesores no solo estaban inventando herramientas sofisticadas, sino sistemas complejos como la música.

Este ritmo vertiginoso en los hallazgos arqueológicos es una señal de que los humanos modernos desarrollaron la capacidad de invención generativa, es decir, utilizaban patrones que observaban para experimentar después. Entre 40.000 y 10.000 años, surgió la escultura, la pintura rupestre, la agricultura y la observación del cielo nocturno. Hace 5.000 años, ya encontramos signos de escritura, matemáticas, religión y la rueda. Todavía estamos inventando de forma imparable, es el día a día de muchos científicos.

Nuestros ancestros homínidos podían ver patrones simples usando el aprendizaje asociativo: por ejemplo, utilizar una piedra para aplastar una nuez está asociado con obtener la recompensa. Esto les permitió hacer herramientas sencillas. Pero los humanos modernos buscaban patrones más complejos, patrones del tipo si tengo esto al inicio, y ocurre este proceso, entonces obtengo este resultado. Un proceso puede ser una amplia gama de acciones. El y en el algoritmo si-y-entonces es la palabra mágica.

El mecanismo de sistematización nos permitió en el pasado no solo encontrar esos patrones si-y-entonces, sino confirmar su veracidad a través de la repetición. Aquí es donde surge la invención generativa. Los humanos se convirtieron en experimentadores, pusieron en marcha el método científico. Si soplo este hueso hueco y tapo un agujero, hago el sonido A. Cambiar la variable y conduce a la invención: si soplo este hueso hueco y destapo un agujero, entonces hago el sonido B. Podemos componer la melodía más hermosa con secuencias de notas y patrones rítmicos que fluyen de un mecanismo en el cerebro que nos da ese poder, el de inventar. Esta misma lógica subyacente está en la invención de cualquier herramienta compleja.

En esta búsqueda de patrones, experimentamos con armas furtivas como el arco y la flecha que pueden matar sin el riesgo de estar cerca del animal, experimentamos con la tierra y los alimentos, con los cuidados y la higiene, etc. Siempre es la misma lógica: si coloco una flecha en una fibra elástica, tenso y libero la tensión en la fibra, la flecha volará hasta impactar en el blanco; si entierro una lenteja en suelo húmedo, obtendré una planta; si me duele la cabeza y mastico la corteza de un sauce, mi jaqueca desaparecerá.

El papel crítico de esta búsqueda de patrones en la historia del progreso humano nos lleva a preguntarnos si, al igual que el circuito de la empatía, también el de la sistematización ha sido seleccionado en nuestro proceso evolutivo. Pues bien, las diferencias individuales en la sistematización se distribuyen también a lo largo de una curva de campana. Como en el caso de la empatía, se mostró en investigaciones recientes que este circuito tiene una parte genética. No es difícil imaginar cómo nuestros ancestros con una gran

tendencia a buscar patrones habrían sido beneficiosos para su comunidad; podrían haber sido la persona a la que acudiría la gente cuando su hijo estaba enfermo, por ejemplo, o para arreglar una herramienta; o aquellos que inventaban formas más eficaces de hacer las cosas.

Es un dato llamativo que, en varios estudios, las personas con un nivel bajo de empatía tendieran a la hipersistematización y, por el contrario, los más empáticos no contaran con ese impulso desenfrenado de buscar patrones. Esto sugiere que activar de forma más intensa uno u otro circuito podría haber sido ventajoso en diferentes entornos.

Los dos circuitos cerebrales, el de la empatía y el de la sistematización, nos hacen ser quienes somos y es un buen ejercicio de autoconciencia evaluar su puesta en marcha en nuestro día a día. ¿Nos emocionamos hasta las lágrimas con una buena ópera o somos más de buscar las poleas y contrapesos que optimicen el juego del tramoyista?

Marta Bueno es licenciada en física y pedagogía.

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