Calipso y el amor no correspondido

Calipso es una ninfa, hermana de Circe, y vive en la isla de Ogigia. Parece ser que la isla de Ogigia correspondería a la península de Ceuta de nuestro tiempo. Su papel es relevante en la Odisea y su nombre significa “la que se oculta”.

Calipso acoge en su isla a Odiseo náufrago, al que rescata de la furia del mar, de Poseidón y del propio Zeus, dios siempre dispuesto a hacer pagar cualquier acto de impiedad. Todos los compañeros que partieron con el sufridor Odiseo desde Ítaca hacia Troya habían perecido ya. Los marineros de la última nave superviviente que quedaba tras el desastre con los lestrigones habían cometido un tremendo sacrilegio al comerse las vacas sagradas del dios Helios y habían pagado con su vida un acto tan impío. Solo quedaba Odiseo que, habiendo salvado su vida por muy poco, arriba a las playas de Ogigia agotado, magullado y zarandeado por los avatares de su destino.

Calipso en seguida recibe a Odiseo y se enamora de él. Siempre me he imaginado que el magnetismo de este héroe lo debía convertir en un hombre prácticamente irresistible y la ninfa no iba a ser menos. No se trataba tan solo de su atractivo físico, sino de su carisma, versatilidad e ingenio; aun su sufrimiento debía ser atrayente. Hasta Odiseo parece sorprendido de la acogida que le dispensa la ninfa cuando cuenta: “Calipso, de lindas trenzas, la terrible diosa dotada de voz, me entregó su amor y sus cuidados” (Odisea, canto XII, penúltimo verso).

Calipso retuvo a Odiseo durante diez años en su isla (en otros mitos fueron siete años, incluso para otros tan solo fue un año, pero a mí me gusta más pensar que el divino Odiseo pasó una década en aquella jaula de oro que le había preparado Calipso). Durante todo este periodo, Calipso y Odiseo compartieron vida y lecho como marido y mujer y ella le dio un cierto número de hijos que pudieron ser uno, dos o tres, en función de las fuentes míticas que utilicemos. El amor de la ninfa por el griego fue de tal calibre que ella incluso le ofreció la inmortalidad si él decidía quedarse a su lado. Sin embargo, ninguna de estas promesas, ni la vida muelle compartiendo lecho con una diosa, fueron suficientes para retener a Odiseo de su afán por regresar a Ítaca y también, por qué no, de volver con Penélope, su mujer. Podría decirse que una fuerza auténticamente irresistible arrastraba al héroe griego para regresar a su hogar y a su tierra de la que, no lo olvidemos, era rey.

La vida en Ogigia era cómoda y tranquila para Odiseo. Calipso habitaba una gruta profunda en el interior de la isla que tenía varias salas, todas lujosa y cómodamente dispuestas, que daban a jardines naturales con bosques, arroyos, hierba abundante y manantiales cristalinos. Y, sin embargo, nada de este paisaje idílico atraía a Odiseo. Odiseo se lamenta de su destino funesto que lo mantiene retenido, prisionero en lo que hemos llamado una jaula dorada, que no por ser más dorada dejaba de ser jaula. Los lamentos del héroe homérico llegarán hasta el Olimpo, donde Atenea, la diosa protectora de Odiseo, la que lo guía y orienta, decide tomar cartas en el asunto y urge a Zeus a cumplir la promesa que hizo una década atrás, la de permitir que el sufridor Odiseo regrese a Ítaca. Zeus, que es el paradigma de olímpico desdén, pues los asuntos humanos le traen sin cuidado, acepta cumplir y se limita a enviar a Hermes, el dios que transmite sus mensajes, a Ogigia para que urja a Calipso a que libere a Odiseo.

En el mito que más me gusta, Calipso acepta renuentemente y se limita a darle a Odiseo un hacha. Este, que es extremadamente ingenioso, con el hacha como herramienta construye un armadijo, un armazón de madera que será la estructura de una balsa precaria con la que se lanzará al mar como si estuviera huyendo despavorido de una prisión. En otros mitos, Calipso, apesadumbrada, le facilitó a Odiseo la madera para la balsa, provisiones para el viaje y algunas indicaciones particularmente útiles para guiarse por los astros durante la larga navegación que le aguardaba al héroe griego. En todo caso, Calipso llorará amargas lágrimas cuando Odiseo se aventure por las procelosas aguas del ponto sin ni siquiera mirar atrás, sin tristeza y sin nostalgia por el paraíso perdido que, al ser obligado, no era paraíso para él.

En algunas fuentes poco autorizadas, mitos apócrifos posteriores a la epopeya homérica, uno de los hijos que Calipso tuvo con Odiseo, Telégono, será el responsable de la muerte de su padre. En la mayoría de los mitos más reconocidos, Telégono sería hijo de Circe y Odiseo. Sea como fuere, Telégono, ya fuera hijo de Circe, ya de Calipso, llegó a Ítaca en busca de su padre cuando su madre le relató su origen verdadero. Al llegar a Ítaca, Telégono se habría apropiado de los rebaños de algunos pastores y Odiseo habría acudido inmediatamente para defenderlos. Ambos se enfrentarán sin saber con quién están luchando realmente. Resultado de la lucha entre padre e hijo será la muerte de Odiseo, herido por una lanza que llevaba las espinas de un pez raya, pez que se creía que causaba siempre heridas mortales, por más leves que fueran. Telégono, cuando descubrió la identidad del hombre al que había matado, llevó su cadáver a Penélope, que no quiso separarse de él, hasta la isla de Circe.

Tal y como yo lo veo, Calipso representaría el amor no correspondido, amor desesperado que no tiene posibilidades de triunfar porque una de las partes tiene el corazón en otra parte, ya sea en otra persona, ya sea en otro reino. Por eso uno no puede dejar de sentir cierta conmiseración por esta ninfa, hermosa y poderosa que, sin embargo, no es amada.

 

 

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