Corine Pelluchon ha sido una de las voces invitadas a la Bienal de Pensamiento de Barcelona este pasado mes de octubre. Es profesora de filosofía en la Universidad de París- Est-Marne-La-Vallée, especialista en filosofía política y en cuestiones de bioética, filosofía del medio ambiente y política del animalismo. Autora de Manifiesto animalista: politizar la causa animal (2018, Reservoir Books), Ecología como nueva ilustración (Herder, 2022) o Ética de la consideración (Herder, 2024). Con ella hablamos de la esperanza: es lo contrario, dice, de la negación, pero también del optimismo que nos lleva a creer sin más que todo mejorará.
Acaba de publicar un ensayo en español, La esperanza o la travesía de lo imposible (NED Ediciones, 2023). En su propuesta filosófica, usted diferencia entre los conceptos de espoir y espérance, subrayando por qué la segunda es significativa para el ser humano y su futuro, a diferencia de la primera. ¿Por qué prevalece la espérance sobre el deseo que alberga el espoir?
Espoir es la esperanza entendida como la aspiración de ver cumplidos los propios deseos en un plazo relativamente corto. Es necesaria para vivir, pero a menudo es una proyección, y sobre todo esta expectativa es personal y no concierne a los demás. Espérance, en cambio, es la esperanza como una virtud teológica, compañera de la fe y de la caridad. Se refiere a una manera de relacionarse con la historia, con el tiempo colectivo, y no solamente con el futuro propio. Además, la expectativa que ofrece la espérance, a diferencia de las proyecciones nacidas del deseo, es indeterminada. Defino la esperanza, a la que, por cierto, doy un sentido laico, como la capacidad de descifrar en lo real los presagios de algo que podría abrir el horizonte y devolver la confianza en el futuro a pesar de las malas noticias y los peligros. Sin
embargo, a diferencia del espoir y, sobre todo, del optimismo, que nos lleva a creer que todo mejorará, la espérance presupone la conciencia de las amenazas, el reconocimiento de la gravedad de la situación y la aceptación de las pérdidas. En el libro muestro que sólo puede surgir cuando hemos perdido nuestras ilusiones. Porque entonces podemos darnos cuenta de lo que antes no nos habíamos dado cuenta: estamos abiertos a lo inesperado.
A lo largo del libro, el lector es invitado a realizar un recorrido por nuestra psique humana. Surgen sentimientos como la desesperación, el absurdo, esa sensación de enfer-me-ment, casi enfermedad, que usted advierte desde el prólogo de su ensayo. ¿En qué se convierten un individuo y una sociedad sin esperanza?
Cuando no somos capaces de configurar el futuro, cuando albergamos la impresión de que el horizonte está bloqueado, no podemos respirar. Este sentimiento de asfixia tiene un significado individual y colectivo. Por eso es grande la tentación de refugiarse en el presente, en el consumismo. O bien, para la población, seguir a líderes populistas que señalan chivos expiatorios y explotan el malestar social sin analizar las causas de los problemas ni encontrar soluciones, pero haciendo creer a las masas que las políticas nacionalistas lo solucionarán todo. Así pues, la ausencia de un horizonte es peligroso, puede conducir a la ceguera. En el libro también hablo de la depresión, que tiene una dialéctica destructiva, ya que el sufrimiento se intensifica y a veces se convierte en odio hacia uno mismo y hacia la vida, o bien en resentimiento. Además, la desesperación es una prisión y una trampa, porque sólo vemos lo negativo y sucumbimos a ella: es el enfermement del que hablo. Para evitarlo, hay que renunciar a cualquier voluntad de desafío, atravesar lo negativo y aceptar la derrota.
¿Qué lecciones individuales y colectivas nos ofrece la esperanza?
Sólo podemos aprender si aceptamos afrontar la gravedad de la situación y reconocer que las soluciones a las que hemos apelado no funcionan. La esperanza es lo contrario a la negación y a cualquier postura que sugiera que mañana todo irá mejor. Para ver lo que podría hacerse, para hacer un inventario que distinga entre lo que debe conservarse y lo que debe suprimirse, primero debemos aceptar perder las ilusiones, en particular la ilusión de ser capaces de poderlo todo. De lo contrario, nunca aprenderemos nada y caeremos en las trampas que he mencionado antes (consumismo, populismo, polarización, extremismo, negación).
¿Estamos adaptando correctamente la idea que tenemos de esperanza para soportar los retos que nos imponen las crisis —ecológica, social, económica— que atravesamos?
La esperanza no es algo que llega como un héroe o una ideología salvadora: ¡se trata justamente de todo lo contrario! Depende de nosotros dejar de aferrarnos a esquemas obsoletos que nos impiden ver la realidad y responder concretamente a los desafíos ecológicos. Todos los malentendidos sobre la esperanza provienen de confundirla con el optimismo o con una manera de pensar. Especialmente cuando se trata de lo que usted llama la «crisis ecológica », que es más que una crisis, porque es la posibilidad de nuestra imposibilidad, algo que amenaza nuestra supervivencia y pone en cuestión nuestros viejos patrones.
En el ensayo también dedica un capítulo al feminismo. ¿De qué manera debe evolucionar para responder a la actual destrucción de la naturaleza, la extinción masiva de especies y los conflictos sociales que nacen del futuro incierto?
Si el feminismo consigue evitar los escollos de reinstaurar la división y la dominación que las feministas denuncian con toda razón y si comprendemos el mensaje a la vez universal y singular que encierra, recurriendo tal vez a la experiencia de las mujeres que viven el tiempo en su cuerpo aún más que los hombres, sobre todo cuando envejecen y ya no pueden tener hijos con la menopausia, entonces aprenderemos el arte de la metamorfosis.
El fin de un mundo no es el fin del mundo. Puede ser, como sugiere el alemán Wechseljahre («años de cambio»), que es más dinámico que el francés ménopause, una oportunidad para crecer, para volver a lo esencial y, paradójicamente, para reencontrarnos, ya en la madurez, con nuestra infancia, lo que es propio de la esperanza, que es una espontaneidad posterior, la capacidad de sorprenderse y de seguir adelante después de haber tomado la medida a las dificultades y a las amenazas. La esperanza es el retorno de la energía a pesar de los peligros y las malas noticias.
La deconstrucción de esquemas de género es buena para todos. Esto es lo que el feminismo puede decir hoy, y debe encontrar el estilo para comunicarlo de forma franca, lúcida, pero también generosa, sin establecer divisiones entre géneros, generaciones y etnias. El feminismo, como el animalismo, es un humanismo distinto de aquel del pasado, que era patriarcal, eurocéntrico y antropocéntrico, pero lleva en sí mismo un mensaje que puede universalizarse, lo que resulta especialmente evidente cuando se combina el cuestionamiento social y político, como hago yo, con una reflexión sobre la condición humana, corpórea, mortal, terrenal.