Rob Riemen es un escritor y filósofo holandés, fundador y presidente del Instituto Nexus, una prestigiosa fundación internacional que promueve el debate cultural y filosófico. Con una formación de claras raíces germánicas –estudió Teología en la Universidad de Tilburg–, Riemen, que no es creyente pese a proceder de una familia católica del sur de Holanda, una minoría siempre infravalorada por la sociedad de los Países Bajos, es autor de los ensayos Para combatir esta era (2017) y Nobleza de espíritu (2018), ambos editados por Taurus, en los que asimila populismo y fascismo, un tema sobre el que viene escribiendo desde que en 2010 publicara El eterno retorno del fascismo, donde denunciaba sus formas modernas, especialmente las encarnadas por el Partido de la Libertad, de Geert Wilders, en gran auge en aquellos momentos y cuyas estrategias considera idénticas a las utilizadas por Hitler y Mussolini.
Ahora, cuando aquel neopopulismo ya no es una novedad y se ha extendido por toda Europa, regresa a ese espacio, que tiene su origen en su devoción por Thomas Mann y especialmente con su obra La montaña mágica, con otro ensayo: El arte de ser humanos (Taurus), compuesto por cuatro estudios, a modo de cartas a sus alumnos, que se vieron privados de sus enseñanzas a causa de la pandemia del Covid.
Navegando a bordo de sujetos y conceptos como la guerra, la estupidez, la mentira, la valentía, la compasión y el miedo, Riemen aborda las grandes cuestiones que están definiendo nuestro presente en este acelerado arranque de milenio, empezando por la deriva de la enseñanza universitaria hacia lo que define como la filosofía de la cátedra, consistente en proclamar la doctrina redentora de una ideología para que todo el mundo desactive su autonomía de pensar y actuar y se adapte a la actitud colectivista tan característica de este comienzo de siglo, como sucede, por ejemplo, con la ideología woke, cada vez más presente en el mundo occidental, como respuesta equivocada al vacío espiritual en el que vive la Academia. Otra “pseudo cultura” sería una práctica de la ciencia y la tecnología que nos quiere hacer creer que solo puede ser verdadero aquello que se puede comprobar y calcular empíricamente, que lo único que importa en la vida es lo útil, así como que todo lo que nos causa dificultades puede ser corregido por medio de la ciencia y la tecnología. Las redes sociales, por su parte, las considera virtualmente todopoderosas porque no solo controlan completamente nuestras decisiones, sino que, además, a través de los algoritmos, no hacen sino confirmar nuestros intereses y deseos.
¿Podemos todavía encontrar valores humanistas en una democracia de masas dominada por la tecnología? ¿Se puede combatir el nihilismo sin caer en la nostalgia o el dogmatismo? ¿Qué se puede hacer para vivir con dignidad? Son las preguntas que atraviesan el texto de Riemen, que recurre al diagnóstico que hizo el joven Nietzsche en 1874. “Los manantiales de la religión cesan de fluir y dejan tras de sí pantanos o estanques, ciencias cultivadas sin atisbo alguno de medida que en el ciego laissez faire despedazan y disuelven todo lo que se consideraba firme y consistente; las clases y los estados cultivados son engullidos por una economía gigantesca y desdeñosa. Nunca fue el mundo más mundo, nunca fue tan pobre en amor y bondad”.
Esta “colonización” de la mente humana no sería sino el regreso a la caverna de Platón, ese lugar en el que solo podemos ver nuestra realidad particular y una verdad imaginaria. De un tiempo a esta parte, las zozobras del presente nos empujan a mirar a los clásicos en el sentido más amplio del término. Para saber exactamente lo que está ocurriendo hay que examinar lo que ya ocurrió, porque todas las cosas de este mundo, en cualquier época, tienen su réplica en la Antigüedad. Cicerón ya sabía que la historia es un maestro, como siglos antes ya lo sabía el historiador de la guerra del Peloponeso, Tucídides; la guerra es un maestro terrible y hasta nuevo aviso la Segunda Guerra Mundial es nuestro maestro más cercano. Esta mirada hacia el conocimiento permanente que nos transmiten los clásicos; saber, de algún modo, que todo ya ha sido escrito al menos una vez y que la importancia de un buen recuerdo es que vale una vida, empieza a tener eco entre muchos pensadores que, como Riemen, intentan comprender qué territorio pisamos y qué paisajes contemplamos.
El libro de Riemen se publica casi en paralelo a Adriático, las claves geopolíticas del pasado y el futuro de Europa (RBA), el último del periodista, analista político, escritor y viajero norteamericano, Robert Kaplan, quien con su obra El regreso de la Geografía, nos iluminó sobre el mundo que reaparecía tras el fin de la Guerra Fría, y que durante un tiempo fabricó los andamios sobre los que se levantó la política norteamericana, de Irak a Afganistán. Atormentado por su apoyo a la invasión de Irak por los Estados Unidos, Kaplan recurre a la tragedia griega para entender los delirios de Occidente, incapaz de asumir las ‘verdades intolerables’ de la política internacional y rectifica radicalmente su postura sobre el determinismo voluntarista que llevó a la administración de George W. Bush a creer que podía imponer los sistemas democráticos por todo el mundo.
“La justicia y la libertad son grandes bienes”, escribe Kaplan, “pero también lo son la paz y el orden, y pueden estar reñidos entre sí. Este conflicto de valores es negado por quienes creen que los valores liberales de la democracia y los derechos humanos se expanden por todo el mundo, y pretenden acelerar el proceso mediante guerras de cambio de régimen”. El núcleo de la tragedia no es un problema de maldad. “El Holocausto y el genocidio ruandés no fueron tragedias: fueron crímenes vastos y viles”. El núcleo de la tragedia es el destino: los seres humanos se enfrentan a elecciones ineludibles en las que, hagan lo que hagan, incurrirán en pérdidas irreparables.
Josep Mª Martí Font, periodista