De la Agenda del Milenio al horizonte 2050

De la Agenda del Milenio al horizonte 2050

Artículo publicado en el N.º787 (May-Jun 2021)

En septiembre de 2015, el entonces Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki Moon, daba por cerrada la Agenda del Milenio e inauguraba el nuevo programa global que debía guiar los esfuerzos del desarrollo en los próximo tres lustros. La Agenda 2030, y sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), tenían, no obstante, una génesis y una orientación muy diferente a la de su predecesora. Por un lado, los ODS ya no eran un agenda del Norte para el Sur, sino el resultado de una conversación más participada (con mayor protagonismo, por ejemplo, de las oenegés, y no solo de los estados) y plural (en el que el “mundo emergente” se hizo más presente). Pero, sobre todo, la Agenda 2030 ponía en el centro, no tanto la erradicación de la pobreza extrema, sino abordar las desigualdades socioeconómicas como una problemática acuciante y generalizada. La brecha entre ricos y pobres se consideraba así como un mal que afectaba a las boyantes economías asiáticas, a las economías occidentales —golpeadas por los efectos de la crisis financiera de 2008—, e incluso a las economías africanas, que a pesar de años de crecimiento económico sostenido, constataban cómo esa diferencia de rentas y riqueza se acrecentaba en contextos como Sudáfrica, Nigeria o Etiopía.

El clima global de malestar social, de liderazgos histriónicos como el de Trump, y en definitiva, la crisis de la democracia, son los principales síntomas de una enfermedad llamada desigualdad. La pandemia, aunque ha sido un acontecimiento global, ha puesto de relieve como nunca las grandes disparidades a todos los niveles. Como sucediera tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo busca en estos días reconstruir un nuevo contrato social, en el que la cohesión social y la transición ecológica son, sin duda, pilares fundamentales.

El Horizonte 2050 no está escrito. Al menos tres escenarios son posibles. El primero, el más disruptivo, es uno en el que las desigualdades, o el nuevo crecimiento de la pobreza generado por la pandemia y que afecta sobre todo a las mujeres y niñas, no es abordado. En ese escenario, caracterizado por la polarización social y por el repliegue nacionalista (“primero los de casa”), el multilateralismo queda mermado e incapaz de ofrecer y coordinar respuestas estructurales a dichos problemas. La represión militar es la principal herramienta para gestionar los efectos sociales de un mundo donde la precariedad y la falta de horizontes vitales se ensanchan y generalizan. No hay ni posibilidad ni voluntad de construir un contrato basado en la cohesión y la inclusión social. El segundo escenario, el más probable, es uno en el que el orden liberal multilateral, consciente de la necesidad de reformas, resiste los embates de los nuevos populismos, pero no acaba de ofrecer respuestas verdaderamente transformadoras y ambiciosas. Se impulsan estrategias para hacer frente a la precariedad laboral, se renuevan los compromisos en cooperación internacional, e incluso se apuntalan medidas que vayan configurando un régimen global de justicia fiscal. Se acepta la idea de que en este mundo interdependiente e interconectado “o nos salvamos todos o no se salva nadie”. No obstante, las políticas adoptadas no son suficientes para revertir el malestar social, que sigue alimentándose de la falta de expectativas vitales o de la precariedad generalizada.

Existe un tercer escenario. En este se apuesta de forma ineludible por la redistribución socioeconómica, por una economía de los cuidados, por una gobernanza fiscal vinculante y exigente que acaba con los paraísos fiscales y la fuga de capitales, que se apoya en un multilateralismo democrático, y a la vez en una ciudadanía crítica, politizada y activa, y que blinda sus bienes públicos globales, como la educación o la salud pública, y sus bienes comunales, como la tierra o el agua, de todo intento de mercantilización. Se trata de un escenario enormemente exigente y complejo pero no por ello imposible de dibujar y de definir. Y es que este Horizonte 2050 es, de hecho, el único que verdaderamente puede garantizar un futuro democrático y sostenible para el conjunto de la humanidad.

Óscar Mateos es doctor y profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Comunicación y Relaciones Internacionales. Universidad Ramon Llull.

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