La revolución del vapor llegó en 1765 y cambió el contexto social y laboral gracias a la modernización de las fábricas y la masificación en las ciudades. N. Crafts sostenía en su investigación histórica Output Growth and the British Industrial Revolution que la nueva clase social, el proletariado, requería de una instrucción adecuada al trabajo en fábricas. Así nació un modelo educativo que sigue vigente a día de hoy. Pero este sistema de enseñanza empieza a quedarse anticuado frente a la nueva revolución tecnológica. Actualmente, la educación prepara a los estudiantes para un tipo de trabajo sustituible por máquinas.
Durante los siglos XVIII y XIX, el trabajo textil giró en torno a la máquina de vapor. Según Crafts, los obreros realizaban procesos mecánicos y sencillos para elaborar un producto. Pero el cambio de siglo brindó nuevas industrias. En 1908 Henry Ford ideó el sistema de producción en cadena en su fábrica automovilística, cuyos operarios creaban una parte concreta del coche. Este modelo de repetición, llamado fordismo, inspiró a otros sectores industriales y propició el auge de la innovación tecnológica y del sector terciario. A partir de 1964, los ordenadores revolucionaron el trabajo. Se utilizaban para manejar más información en trabajos como gestorías o departamentos de recursos humanos y contabilidad. Entre 1997 y 2001, Internet se consolidó como sistema global. Y Google, abanderada con su lema “Don’t be evil”, abogó por la innovación y el progresismo. El trabajo en equipo, la creatividad y los valores se establecieron como carácter diferenciador en el mercado laboral.
La tecnificación ha expuesto algo alarmante: los ordenadores gestionan datos, hacen procesos repetitivos y, además, nunca descansan, no cobran un sueldo ni desobedecen. Según el estudio The future of employment de la Universidad de Oxford, un 47% de los empleos en Estados Unidos son mecánicos y especializados. En España la cifra se sitúa en torno al 36%, según estudios como ¿Cuán vulnerable es el empleo en España a la revolución digital?, del BBVA. Casi la mitad de los puestos de trabajo podrían ser sustituidos por máquinas.
El crecimiento económico se alimenta de la precarización del mercado laboral. Si se eliminan los empleos medios, no existe ascenso social para el músculo obrero. Según un informe de la Universidad de Harvard y otro del MIT, se está produciendo un proceso de polarización de clases sociales. Aquellas personas de bajo poder adquisitivo se verán obligadas a permanecer en trabajos precarios y mal pagados sin posibilidad de ascender a profesiones de estudio universitario. Guy Stranding apunta en su tesis El precariado, la nueva clase social que, sin empleos medios, los trabajadores caen a trabajos de sueldos insuficientes y desiguales, como, por ejemplo, los repartidores de comida rápida o conductores de Uber. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en España, el peso de la clase media se ha reducido un 3,7% en tres décadas, mientras que el de las clases bajas ha crecido en la misma proporción. Aun así, la clase media todavía representa el 59,3%, cifra similar a las de Portugal, Suecia o Alemania, con 65,2%, 63,9% y 60,1% de la población, respectivamente.
Por su parte, el Foro Mundial de Economía (WEF) sostiene que actualmente el 29% de las tareas son realizadas por ordenadores. Debido al avance continuo, en cuatro años esta cifra puede significar la pérdida de casi 80 millones de puestos de trabajo. Otro estudio de McKinsey Global Institute (MGI), con la ayuda de expertos del departamento de Economía de Oxford y el Banco Mundial, pronosticó que casi 600 millones de personas podrían ser desplazadas de sus empleos en 2030 debido al uso de las inteligencias artificiales. Por supuesto, las máquinas no son el enemigo. En realidad, el mismo informe de la WEF matiza que la automatización creará 133 millones de nuevas funciones. Se plantea un nuevo contexto laboral, pero el modelo educativo no se adapta a él. ¿Acaso el sistema no considera las consecuencias a largo plazo?
En 2017, un robot superó al 80% de los estudiantes en la prueba de acceso a la universidad más prestigiosa de Japón. La inteligencia artificial formó parte del experimento Todai Robot Project de la doctora Norik Arai, del Instituto Nacional de Información de Japón, quien se alarmó por los resultados. “¿Cómo es posible que esta máquina no inteligente lo hiciera mejor que nuestros niños?”, se pregunta la profesora. “Nosotros, los humanos, podemos comprender el significado de las cosas, algo que no puede hacer la inteligencia artificial. Pero la mayoría de los estudiantes reciben conocimiento sin comprender el significado. Debemos crear un nuevo sistema educativo”, concluyó. Los jóvenes aún memorizan y gestionan datos para realizar un trabajo que está a punto de desaparecer. De hecho, la potencia de cálculo de las inteligencias artificiales crece desmesuradamente y en 2030 ya se equiparará a la capacidad humana, según el ingeniero Hans Moravec.
El cerebro humano es biológicamente incapaz de competir con la computación, según sostiene la OCDE. Su informe La comprensión del cerebro indica que el cerebro tiene “la capacidad para cambiar en respuesta a las demandas ambientales”. La llamada plasticidad neuronal es una característica fundamental en nuestra vida. El ser humano se ha adaptado a entornos desconocidos desde su evolución. Mientras que las inteligencias artificiales pueden hacer mejor las tareas mecánicas y computacionales, las personas pueden improvisar ante la inmediatez. “Debemos enseñar aquello genuinamente humano, como la creatividad o los valores”, coincide Norika Arai. El modelo educativo debe cambiar. Los estudiantes se preparan para trabajos que quizá no existan cuando terminen el curso. El trabajo en equipo o el pensamiento crítico son las habilidades a potenciar en los jóvenes, donde el ordenador no puede equipararse.