Bárbara Mingo escribió su novela Vilnis (Caballo de Troya, 2021) a partir de la experiencia de un viaje por Lituania, un viaje en el que el interior y el exterior se entrecruzan para ofrecer al lector un relato en la estela de escritores como W.G. Sebald o Peter Handke. La escritora se confiesa para El Ciervo y nos cuenta cómo fue el proceso desde ese viaje hasta la publicación del libro.
Escribí Vilnis para conocer mejor a Mikalojus Konstantinas Čiurlionis, para estar cerca del misterio de sus cuadros y averiguar, si era posible, qué le había llevado a abandonar la música por la pintura y por qué se había puesto a pintar con ese furor. Lo había conocido muchos años antes, primero como músico. Más tarde supe que había sido también pintor, y cuando vi que sus cuadros los había pintado en pocos años, pero muy productivos, pensé que ese plazo tan corto guardaba una relación directa con los motivos de los cuadros y su estilo. Era como si temiese que se le fuese a desvanecer el impulso o la visión. La urgencia que intuí en su obra me pareció tan intrigante como su aspecto.
No sabía cómo podía averiguar lo que había pasado. El hombre al que quería acercarme llevaba más de cien años muerto. Como plan sólo se me ocurrió plantarme en su país, Lituania, a ver los cuadros que se conservan en el Museo Nacional de Kaunas. El Museo los tiene casi todos, porque como tantos otros artistas Čiurlionis apenas llegó a vender unos pocos en su vida. Como yo nunca tenía tiempo y dinero a la vez, tardé mucho en poder viajar hasta Lituania, pero lo conseguí. Dediqué una semana de vacaciones a mi viaje de investigación. Llegué a Vilna una tarde de mediados de septiembre.
Aunque lo vi muy rápido, el país me encantó. Hacía todavía mucho calor y los días eran largos. Sé que el mejor momento para visitar Lituania es la primavera, quizá el mes de mayo, porque los campos se llenan de unas flores de todos los colores que para finales del verano ya habrán desaparecido, pero algo de ese amor por las flores se conserva en las jardineras de las ventanas, en los parterres delante de las casas, en los tiestos que hay por todas partes. Por supuesto algo impresionante son los bosques. En los cuadros de Čiurlionis aparecen a menudo. Conocer la naturaleza lituana ayuda mucho a comprender la música y la pintura de Čiurlionis. Tenía una relación muy especial con ella y cuando la pinta le da una dimensión que yo creo que ha saltado desde los cuadros hasta el paisaje y ya forma parte de él.
En fin, me volví a España habiendo visto los cuadros de Čiurlionis, el pueblo donde vivió de pequeño y los bosques por los que paseó y habiendo sido muy bien recibida por su biznieto y por las conservadoras del museo, pero sin mucha idea de qué iba a hacer con todas esas impresiones y cómo iba a contar su vida. Traté de reservar los fines de semana para escribir, y al principio lo conseguí, pero trabajaba demasiado y acababa despistándome, así que hasta que me despidieron no pude concentrarme en mi querido lituano. Al poco tiempo me escribió Jonás Trueba, que empezaba a ser editor para Caballo de Troya. Le mandé lo que llevaba escrito y le gustó, me animó vivamente a seguir, y eso fue decisivo, y finalmente eligió mi manuscrito para publicarlo.
Mientras escribo estas líneas me doy cuenta de una cosa: de que para conocer mejor algo es bueno hablar de ello, enseñárselo a un tercero. Yo quería saber más de un músico y pintor lituano y la mejor manera que encontré para hacerlo fue escribir un libro donde les hablaría de él a los demás. Creo que ha funcionado de algún modo, aunque lo que aprendí no es lo que esperaba ni tampoco lo contrario, como suele pasar.
Fotografía de Gara Villalva