Con motivo de la publicación de su nuevo poemario, desde El Ciervo hemos invitado a Claudia González Caparrós (A Coruña, 1993) a que nos hable de Los augurios se rechazan, publicado en La Bella Varsovia.
El primer impulso es cromático, un destello anaranjado que aparece en una imagen reclamando una búsqueda. Es un recuerdo infantil: la luz dorada cae sobre unos azulejos ocres en la cocina de la primera casa en que viví. En esa primera casa aprendí a hablar. La imagen está estática, nada sucede, más que una bella luz tostando las baldosas. El impulso cromático se convierte en impulso por la narración, y la búsqueda adopta la estructura de una profecía que acaso, cuando llegue al final, restaurará alguna cosa del inmovilismo de la imagen, volverá familiar su desenlace.
Leída en el presente, una imagen pasada se convierte en augurio de algo que vendrá, se convierte en el signo de otra cosa. El impulso cromático se convierte en impulso por una narración que se convierte en impulso por el desciframiento. Qué significados yacen en un recuerdo que carece de acción, eso es lo que me propuse averiguar. Atendí a la propuesta de esa imagen, a las indicaciones que me orientaban para pensar aquello que nos constituye. Reconocí en ella el sentido de la metamorfosis, y me dije que también el pasado cambia a medida que avanza nuestra capacidad de leerlo. Quise nombrar sin incurrir en hábitos lastrados y herrumbrosos, quise escarbar en las imágenes para encontrar en ellas el sedimento de sus connotaciones. Descubrí un método útil para mí: inventé una lectura oracular (1), aunque acaso la lectura siempre es oracular porque a su paso implanta lo pasado, abre ocasiones para la percepción de los futuros; me sumergí en una lectura paranoica (2) y me obligué a aceptar que, en el mundo de lo interpretable, toda lectura posible es paranoica.
Tomé prestadas imágenes ajenas (3), agradecí que me brindaran la posibilidad de reescritura. Quise ordenar los signos de otro modo, quise entender de qué forma aquello prelingüístico se acomoda en los cuerpos e inaugura el archivo corporal (4) de lo invisible. Quise indagar adónde me transportaría el aventón de ese lenguaje que movía de sitio las palabras, que cambiaba de lugar los nombres asignados.
No descubrí gran cosa: que la etimología del verbo “encaramar” es incierta porque hay demasiados orígenes plausibles; que a veces los orígenes resultan excesivos, saturados de signos disponibles a la interpretación; que la ficción ensancha los significados; que rechazar augurios es también explorar la posibilidad de una ficción que abra la narración que cada una hace de sí misma hacia potencias nuevas.
(1) Vinciane Despret indaga, entre otras cosas, sobre la construcción oracular de la lectura y la potencia fabuladora de los enigmas en su libro A la salud de los muertos (La Oveja Roja, 2022), que me recomendaron Raquel Miralles y Nemrod Carrasco, a quienes agradezco muchísimo todas las conversaciones que surgieron de la lectura compartida.
(2) La noción de la lectura paranoica es de Eve Kosofsky Sedgwick y está en el capítulo “Lectura paranoica y lectura reparadora, o, eres tan paranoico que quizás pienses que este texto se refiere a ti”, en el libro Tocar la fibra. Afecto, pedagogía, performatividad (Alpuerto, 2018).
(3) Aníbal Cristobo me prestó un recuerdo de su infancia que me sirvió para pensar muchas de las cuestiones que aparecen en estos poemas. También me señaló la cita de Shakespeare en Hamlet que le da título al libro y sin la cual no existirían estos textos. La gratitud es infinita.
(4) Sobre el cuerpo como repositorio de un archivo de experiencias prediscursivas habla Judith Butler en el libro Dar cuenta de sí mismo (Amorrortu, 2009).
Fotografía de Raquel Miralles