El autor se confiesa: Juan de Salas

Con motivo de la publicación de su nuevo libro, desde El Ciervo hemos invitado a Juan de Salas (Madrid, 1999) a que nos hable de El siglo, publicado en Ultramarinos.

 

Nunca he entendido cómo funciona un grifo: de dónde viene el agua, cómo llega aquí, a dónde marcha y cuándo volverá. Es una pregunta afortunada, en el sentido de que es un privilegio poder asombrarse al rozar con los labios esa catarata cotidiana. De un lugar así (alucinado, burgués, espeluznante) nace El siglo.

De pequeño visité Estrasburgo y mi familia me llevó a un balneario. Yo, que no sé nadar pero que lo que más me ha gustado en la vida es bañarme en una bañera, quedé fascinado para siempre por los canales, por los puentes levadizos y, sobre todo, por los chorritos. Me dio entonces por dibujar de manera obsesiva balnearios en puentes. No eran balnearios y puentes, sino una fusión en la que la construcción que salva el curso reutiliza sus flujos y se convierte en un lugar propio, incluso placentero. Hay algo fascinante en las formas de movimiento fijo –como los trenes, los ríos, las cañerías o las órbitas celestes– en donde su invariabilidad convive con una tensión constante de que esta vez el movimiento será distinto. Aguardamos el desborde, el descarrilamiento, el desvío. Es como ese «riachuelo que hecho nube París sobrevolaba», de Szymborska (1). Creo que escribo poesía porque nunca he entendido el ciclo del agua.

También escribo porque esos cauces me aterran. El siglo es, primeramente, un libro enamorado y, en segundo lugar, un relato de terror. A través de excursiones al campo, de estratigrafías, de depósitos de agua, de colecciones de tipos y costumbres, de ensanches urbanos, de apariciones marianas y de regencias e inauguraciones, intento exorcizar un largo siglo que se resiste aún a morir. Es el siglo que pone en circulación –no porque se les espere en parte alguna, sino por el rédito y la violencia del movimiento– mercancías, recursos y personas. Mi siglo siglito sueña con un pequeño fallo, un paso en falso, una grietita por la que se cuele, ¡quién sabe! algo que obture esta dinamo eterna, patética, terrorífica; algo nuevo (2).

Pero ¡es tan placentera la imaginación, y tiene tanto que ver con la memoria…! Si Los reales sitios nació de un juego, que consistió en encerrarme una tarde, sin móviles ni mapas, a dibujar por completo el plano de Madrid en unos papeles enormes, de memoria, El siglo, a su manera, hace lo mismo intentando reconstruir la historia del país y la ciudad. Es decir: no lo hace. Es un relato deforme, patoso, parcial, que tiene mucho más que ver con fanfics, creepypastas y artículos de Wikipedia leídos de madrugada, que con los archivos estatales. Es como si te obligaran a recitar de memoria el BOE y te saliera un poema de amor. Creo que la historia sigue siendo fecunda para los amantes, quizás muy a su pesar.

 

(1) «El agua», de Sal [1962], en Wisława Szymborska, Paisaje con grano de arena, Barcelona, Lumen, 2019, p. 33.

(2) Pienso aquí en un discurso de Galdós de 1897, «La sociedad presente como materia novelable», que me sigue pareciendo (como una maldición) contemporáneo.

 

Fotografía de Maria Ródenas Sainz de Baranda.

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