El autor se confiesa: Laía Argüelles Folch

Con motivo de la publicación de su nuevo libro, desde El Ciervo hemos invitado a Laía Argüelles Folch (Zaragoza, 1986) a que nos hable de Cuaderno azul, publicado en Temporal.

 

Cuando Juan me recordó que existía un personaje de Kate Chopin que aprendía a nadar, regresé a sus páginas. Allí, de manera intermitente en algunos párrafos, Edna nadaba, y al hacerlo ponía en práctica una imaginación y una agencia antes desconocidas. Ambas le permitieron, novela adentro, ir a nadar sola. 

También yo fui a nadar sola, mucho y durante años. Como la natación, la escritura de Cuaderno azul fue un ejercicio solitario y extendido en el tiempo. Al hacerse largo, dentro de sí albergaba sus pequeños finales tanto como sus nuevos comienzos. Cuando dudaba de su continuidad, abría un libro siempre por la página treinta y uno, y releía el párrafo en que Carmen Martín Gaite rememoraba a su madre cuando esta le decía, restándole gravedad a la impaciencia, algo así como que, después de todo, «siempre estás empezando». Un trasvase de calma que quise llevar conmigo, y diseminar a su vez en mi cuaderno azul. 

Siempre empezando, y creyendo que todo comienzo es conjetura, continué escribiendo. Volqué a la par intuición y búsqueda, una forma de investigación cercana al método abductivo, tentada por un deseo tan sencillo como vago: estar en dos sitios a la vez. Imaginaba «un libro sobre nadar». Sin disimular el pudor dejé constancia de mi historia como nadadora y de cómo ese impulso del cuerpo en el agua me había ido llevando hacia una escritura que lo relatara. Creo que fue así, al intercambiar los lugares de la escritura y la natación, como empecé a pensar en un libro que se pudiera leer como si se estuviera nadando: un traslado imaginario de la escritura a la lectura, y del libro a la piscina o al mar, en un juego de espejos y de saltos. 

En Encore des changements, Henri Michaux confiesa haberse transformado en plantas, en animales, y en todos los minerales del mundo. También durante mi escritura sentí cómo me transformaba en un delfín o una piedra rodada. A ratos fui arqueóloga, adivina, lingüista, niña pequeña e incluso caballito de mar. Así es como se construyó Cuaderno azul, dejando pistas de numerosos roles y de sus entrelazamientos. Un libro sobre el desplazamiento (el movimiento) y el poso (la huella), escrito primero en agua, y después en papel. Una cadencia de cloro, oxígeno e historias.

 

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