
Estamos en época de cambios. El régimen que ha gobernado el mundo desde 1945 desaparece y otro nuevo se empieza a configurar. No sabemos lo que nos deparará el futuro y los jóvenes son los que viven el cambio con más incertidumbre.
Las sociedades están cambiando a marchas forzadas. El último informe anual de Digital News Report, hecho público este verano y con entrevistas realizadas en 48 países del mundo, marcaba esta nueva realidad incontestable. Por primera vez las redes sociales se situaban por encima de los medios de comunicación tradicionales. Un 44% de jóvenes entre 18 y 24 años se informa por las redes y los influencers no han parado de ganar terreno. Es la primera vez en la historia que los medios de comunicación tradicionales son adelantados por esa nueva realidad a la que intentan adaptarse.
Esa es la nueva generación, los nativos digitales que marcarán el futuro. Los jóvenes que no encuentran diferencias entre el mundo físico y el mundo digital o que habitan completamente en el mundo digital. Solo hay que subirse a un metro o un tren para ver cómo permanecen ausentes y continúan con sus móviles y auriculares inmersos en su universo, impasibles. Conectados constantemente. Un apagón generalizado como el que ocurrió en toda España el pasado 28 de abril los desestabiliza, los agobia y puede provocarles una crisis de ansiedad.
Una diferencia abismal separa la generación silenciosa, que vivió la Guerra Civil y el franquismo, acostumbrada a la boca cerrada en una sociedad gris, opresiva, retrógrada y en blanco y negro, frente a la nueva juventud interconectada con inputs permanentes. De la canción melódica de Julio Iglesias al reguetón de Bad Bunny.
¿Son más felices? ¿Cómo se enfrentan a su propio devenir?
UNA JUVENTUD HETEROGÉNEA Y PREPARADA
El Injuve, el Instituto de la Juventud, adscrito en la actualidad al Ministerio de Juventud e Infancia, lleva 40 años elaborando informes cuatrienales completos sobre la evolución de la juventud y acaba de publicar su último trabajo. De ahí se pueden extraer datos objetivos de cómo estamos y hacia dónde vamos.
Si empezamos por temas demográficos vemos que el número de jóvenes ha ido perdiendo peso socialmente. Han pasado de representar el 23,7% de la población en 1983 a un 15,9% en 2023; y ha sido principalmente por dos razones: el bajo índice de reproducción (1,16 hijos por mujer, lo que significa perder población), y el crecimiento de la esperanza de vida, que en la actualidad llega a los 84 años, la más alta de Europa. Con una edad media que no ha parado de crecer en España, situada ahora en 45,6 años.
En la actualidad, un 24% de los jóvenes españoles ha nacido en el extranjero, con el porcentaje mayor de sudamericanos. Cuando se empezaron a hacer los estudios, la cifra era inapreciable. Esto muestra la heterogeneidad actual de la juventud española con cambios muy significativos en su composición.
De igual modo estamos ante la juventud más preparada de la historia. Si en 1985 había más de 800.000 estudiantes universitarios, el curso pasado la cifra superaba el doble: 1.700.000. Con una presencia cada vez mayor de educación privada y pagada, lo que implica un aumento de la desigualdad. Por otra parte, se ha reducido el porcentaje de los que ni estudian ni trabajan, del 22,5% en 2013 al 12,3% actual.
Esta mayor educación no implica tener más recursos para independizarse. El paro juvenil ha bajado sustancialmente del 43,45% en 1984 al 26,89% en 2024, después de la reforma laboral y los incentivos para la contratación, pero el salario medio se sitúa en 1.328 euros mensuales. Una cantidad con la que es muy difícil empezar una vida autónoma.
LA INDEPENDENCIA, MÁS LEJOS
La emancipación se ha ido retrasando. La generación más preparada de la historia no encuentra su lugar en la sociedad. Esto origina frustración y malestar. Poder independizarse o formar una familia sin depender de las ayudas exteriores significa tener capacidad para conseguir la autonomía económica y residencial, y esto se ha convertido en prácticamente imposible. España supera por mucho la edad de emancipación europea. Esta es seguramente la razón por la que el último informe de Injuve ha ampliado la muestra juvenil (antes la horquilla iba de los 15 a los 29 años y ahora se alarga hasta los 34). La edad media de emancipación en Europa se sitúa en los 26,3 años y en España en los 30,4.
El coste exagerado de la vivienda es el primer problema entre los jóvenes, que puede representar el 90% del sueldo hasta los 29 años o el 72% entre los que tienen entre 30 y 34 años. Podemos fácilmente echar cuentas y comprender por qué las familias son el principal soporte económico de la población joven, aunque tenga trabajo. Un 65,6% vive con sus padres o recibe ayudas económicas, comparado con una media europea del 49,6%. España es el país donde más ha aumentado esta dependencia desde la crisis económica de 2008, que abrió una brecha considerable entre los países nórdicos y los del sur. A esto debemos añadir la precariedad e inseguridad de una gran parte de los contratos laborales. La meritocracia ha perdido su papel de ascensor social y esto lleva a un gran temor e incertidumbre sobre el futuro. Un nuevo motivo para estar recelosos.
Más que nunca, es la generación de la imagen, de la pantalla y de la inmediatez; de la conexión constante pero también de la soledad. El suicidio se ha convertido en toda Europa en la primera causa de muerte no accidental de los jóvenes, España incluida, y alrededor de un 20% sufre depresión, ansiedad u otras afectaciones de la salud mental. No es de extrañar, por ello, que en nuestras calles se pueda ver cómo crecen los centros que ofrecen tratamiento psicológico, así como los establecimientos que se dedican a la estética, peluquerías, tratamientos faciales, corporales, o el diseño de uñas.
LA DESCONFIANZA JUVENIL
A esto hay que añadir el crecimiento exponencial de la desconfianza hacia las instituciones. En 1985 (cuando se publicó el primer informe de Injuve) la confianza en las instituciones era alta: tras 40 años de dictadura y con una democracia aún joven, esta representaba una promesa de cambio y esperanza. Hoy el panorama es diferente. “La desconfianza hacia las instituciones es uno los signos más marcados de esta generación”, señalaba la ministra de Juventud e Infancia, Siro Rego, al presentar el último informe.
Y cómo no tener desconfianza cuando algunos han utilizado las instituciones solo para provecho propio. Los que debían ser referentes del servicio público han traicionado esa confianza de forma reiterada. Tenemos un exjefe del Estado y Rey emérito exiliado desde hace años perseguido por numerosos escándalos; las causas judiciales por corrupción política han sido una constante provocando un gran descrédito del poder legislativo y ejecutivo, con un total de 496 casos abiertos en la época democrática. A eso hay que añadir un parlamentarismo irrespetuoso dónde no se va al templo de la palabra a dialogar, discutir, proponer y debatir, sino a insultar y a escenificar espectáculos bochornosos que ofenden a la educación y al fundamento de la democracia, que es el respeto a la diferencia y la búsqueda de acuerdos.
El desencanto es intergeneracional pero afecta de forma más directa a unos jóvenes que no han vivido la larga noche franquista y la posterior recuperación democrática. Lo que sí han vivido han sido múltiples crisis sociales y económicas que han marcado su infancia y adolescencia: la recesión global de 2008, la crisis financiera en el sur de Europa de 2011-2012 (y los recortes de los hombres de negro), la pandemia de 2020, y las guerras de Ucrania y Gaza con la consecuente inflación de 2022.
Al mismo tiempo han desaparecido referentes poderosos que puedan llenar el vacío, como podían ser Nelson Mandela o Martín Luther King para la primera generación democrática. Al contrario, los referentes actuales son influencers millonarios que intentan evadir impuestos y trasladar sus cuentas a paraísos fiscales. Solo un ejemplo: Derek Chamizo, creador de canales de YouTube, nacido en Sabadell hace 22 años y que se trasladó a Dubái hace tres por esa razón. Andorra se ha convertido también en un refugio. Jóvenes cuyo objetivo es ganar el máximo sin ninguna obligación social. Capitalismo del salvaje oeste. El modelo americano de Trump que se lleva y se exporta. El presidente americano acaba de aprobar la famosa Big Beautiful Bill para bajar impuestos a las grandes fortunas a cambio de recortar masivamente los gastos de Medicare, la única sanidad pública de EE.UU. para personas sin recursos.
Muy pocos jóvenes se ven atraídos por la acción política, pero en cambio sí participan en movimientos sociales más abiertos y espontáneos, como la lucha por frenar el cambio climático, en defensa del derecho a la vivienda o por la igualdad de género o los derechos humanos. Según el último informe de Injuve, más de un 40% se ha involucrado en alguna causa social. Pero esta es una carretera de doble sentido porque, del mismo modo, aumenta también la animadversión a la agenda liberal, con un creciente fervor nacionalista y con tintes xenófobos y autoritarios. La sociedad se polariza y los jóvenes no son una excepción.
LA INDIGNACIÓN DE LOS INDIGNADOS
En 2011 los indignados inundaron las calles para protestar contra los recortes y la desconexión de la clase política con la ciudadanía (lo que Pablo Iglesias denominó “la casta”). Querían asaltar los cielos y fue la izquierda la que capitalizó y capitaneó entonces ese malestar hasta el punto de romper el bipartidismo con el surgimiento de la nueva formación política Podemos, que obtuvo 71 escaños en el Congreso, el 21,1% del voto en 2016.
Ahora, siguiendo la corriente mundial, es la ultraderecha la que parece sacar partido del descontento o por lo menos la que se beneficia más de ella. En el último sondeo del CIS, Vox roza el 20% (18,9) de la estimación de voto, una cifra impensable hace solo unos pocos años; los datos publicados por el CIS este verano denotan un incremento de la tendencia conservadora, siendo la ultraderecha la gran beneficiada. En julio se disparaba hasta un 27,5% entre los jóvenes de 18 a 24 años y a un 22,8% entre los de 25 a 34 años, con especial predilección entre los hombres. Por primera vez en la historia democrática reciente los jóvenes se situaban en un 5,37 de media en una escala del 1 (izquierda) a 10 (derecha). Es un cambio significativo respecto a los últimos estudios publicados hasta este momento.
Este fenómeno no es único en España. En Estados Unidos, por ejemplo, una encuesta publicada por el Wall Street Journal hace un año apuntaba que los jóvenes de entre 18 y 29 años votan cada vez menos a los demócratas y se van sumando poco a poco al bando republicano, especialmente los hombres. Esta encuesta, realizada poco antes de las elecciones presidenciales de 2024, incluía qué cuestiones eran prioritarias para ellos y para ellas, y la diferencia era abismal: para las mujeres jóvenes, la principal preocupación a la hora de decidir su voto era el aborto (el 22%); para ellos, la economía (17%), mientras que el aborto caía a la quinta posición (alrededor de un 3%).
Se dibuja así una brecha intrageneracional y una creciente polarización en materia de género entre chicos y chicas de la misma edad. En España, un estudio del Instituto de Ciencias Políticas y Sociales (ICPS) de Barcelona publicado este pasado julio constataba que los chicos jóvenes adoptan discursos más retrógrados en materia de igualdad de género, mientras que las chicas jóvenes son cada vez más feministas.
El informe Injuve pone cifras al grado de interés por la política entre los jóvenes. Un 43% de las personas entre 15 y 34 años dice interesarle “poco” o “nada” la política, frente a un escaso 26% que expresa interesarle “bastante” o “mucho”. No son la mitad de los jóvenes, pero se acercan peligrosamente.
La desconexión entre jóvenes y política no es ninguna novedad. Y no es exclusivo entre los jóvenes. La democracia liberal está en crisis. El modelo de sociedad occidental conocido hasta la fecha da signos de agotamiento y el panorama político global es muestra de ello. A corto plazo el escenario no es optimista, pero ¿y a largo plazo? ¿Qué nos depara el futuro?
La diferencia la marcarán los jóvenes. Si lo que estamos viviendo es un cambio coyuntural o un cambio de paradigma está en sus manos. Será su contribución o la falta de ella, su participación o su ausencia, su impulso hacia delante o hacia atrás, lo que configurará el mundo de mañana. La desafección no es buena compañera de viaje para el avance social y la regeneración democrática. Si ellos no hacen nada para corregir el rumbo, el mundo corre el riesgo de seguir en su tendencia actual de menosprecio y desafección de las instituciones democráticas. Eso sería un regreso al pasado que no puede formar parte de la solución. •
Por Nerea Martí y Joan Salvat, periodistas
Fotografía de cabecera de Fakhrian Priyangga bajo licencia Creative Commons.