El momento Hamlet de Europa

Europa ya ha lidiado con el impredecible Donald Trump, pero el presidente electo de Estados Unidos que toma posesión este enero no es el mismo. Desacomplejado, tras verse afianzado en las urnas, su partido no le tose. Un día considera a la Unión Europea una “miniChina” mientras agita nuevos aranceles. Otro asusta a los aliados sugiriendo una improbable huida de la OTAN si no pagan más por su seguridad. Y siempre amenaza con retirarse del Acuerdo de París contra el cambio climático, cuando el tiempo se agota y el planeta se enfrenta a nuevos récords de temperatura. Inquietan también los intereses privados inherentes a nombramientos como el del multimillonario Elon Musk.

Sin embargo, tampoco el mundo con que se encuentra Trump II es el mismo. Entre otros cambios, el Sur global está movilizado, mientras una de las tendencias en la agenda internacional de 2025 según el Cidob es “el desmantelamiento institucional global” (léase impunidad en caso de saltarse normas pactadas de forma multilateral).

Tampoco la Europa de hoy es la de 2017. La sensación de caos y de vacío de poder es mayor, justo cuando vive un momento Hamlet. Se podrá decir que las divisiones internas marcan el devenir (de hecho, los avances) del proyecto de construcción europea. Sin embargo, Trump II pilla a los protagonistas del invento especialmente debilitados. El Gobierno alemán, ya se sabe, en funciones, con la locomotora económica al ralentí, más aún si sobre las exportaciones del país cayera la losa de un 20% de aranceles. En Francia, Emmanuel Macron vive una sucesión de primeros ministros, bajo la sombra de Marine Le Pen.

Hoy, parece más difícil ver repetida la escena de varios jefes de gobierno (Macron incluido, al igual que Mark Rutte, ahora al frente de la OTAN), riéndose de Trump en un corrillo indiscreto, como sucedió en una cumbre atlántica de 2019. No hay eje francoalemán en la Unión, y una porción del viejo continente no le hace ascos a la victoria del magnate estadounidense. Por supuesto, el solícito húngaro Víktor Orbán. La italiana posfascista Giorgia Meloni se apresuró a enfatizar “los valores comunes” con el republicano. Ahí está el avance del populismo ultra sobre todo en Eslovaquia, la República Checa, Holanda o Austria. El mullido colchón de valores compartidos ha adelgazado. Los populares europeos se horrorizaban de los muros de Trump I contra la inmigración ilegal. Hoy, incluso el pacto migratorio europeo (aún no en vigor) ya ha sido cuestionado por parte de la UE, por flojo.

La mayoría que ha llevado el timón de Europa (conservadores, socialdemócratas y liberales) se sostiene, por estrecho margen, y la nueva Comisión de Ursula von der Leyen vira a la derecha. Su equipo incluye dos miembros ultra: el italiano Raffaele Fitto y el húngaro Olivér Várhelyi. La derechización fue un sapo que se tragaron los socialistas españoles, que aguantan en el Gobierno de coalición con Sumar atormentados por la falta de mayorías estables, para asegurar la vicepresidencia y supercartera de Transición Limpia, Justa y Competitiva y Competencia para Teresa Ribera. Contra ella votaron, aun así, los populares españoles.

La propia Europa proclama su momento Hamlet poniendo el foco en un revulsivo reindustrializador 4.0 basado en la autonomía estratégica. Pero si es cierto que el momento ser o no ser se juega en Ucrania. Dice la analista experta en Rusia Carmen Claudín que la UE ha ayudado a Kíev siempre tarde y con desfase, cuando la situación requería ya pasar a otro nivel. Aun así, la Unión se ha puesto del lado de Ucrania con el argumento de que está defendiendo su propia seguridad, ante la “amenaza” de Vladimir Putin. Si se franquean fronteras reconocidas y no pasa nada, ¿quién va detrás? Trump II fanfarronea ahora con terminar con la guerra en “24 horas”, lo que se interpreta como forzar una tregua en que Ucrania acepte que Rusia se quede una parte del territorio invadido. Incapaz de suplir a EE. UU., ¿qué discurso asumiría entonces Europa? Para la investigadora sénior del CIDOB Carme Colomina es esencial que la UE se siente en cualquier mesa de negociación. Acostumbrada a no desempeñar ningún protagonismo en Oriente Próximo, quedarse sin voz ante un plan que afecte de lleno a la seguridad del viejo continente dejaría del todo baqueteada su credibilidad. •

Ariadna Trillas, periodista

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