El panorama poético 
desde la periferia

El panorama poético 
desde la periferia

Artículo publicado en el N.º784 (Nov-Dic 2020)

He aceptado la amable invitación de El Ciervo, que cumple siete largas décadas de vida, para escribir sobre “el estado de la poesía española” consciente de la complejidad del tema. Lo hago desde el parcial punto de vista de un observador periférico que basa su criterio en la condición de lector. Del todo ajeno a la “vida literaria”. 

Este 2020 será para siempre el año de la covid 19, esa maldita pandemia que ha complicado nuestra existencia hasta un punto que nunca imaginamos. Y ahí, la poesía (la literatura en general), jugando un papel decisivo durante el confinamiento, proporcionando no solo ocupación a los lectores encerrados, sino también luz y consuelo a quienes hemos permanecido, con angustia, en suspenso. 

Lo primero que cabe señalar del panorama poético español (y eso comprende, por supuesto, al conjunto del Estado) es su riqueza, vigor y variedad. Se acabaron las tendencias dominantes y las estratégicas antologías de grupo, aunque tunantes y “poetas voluntarios” (JRJ dixit) siga habiendo. Esa feliz pluralidad se debe, en buena medida, a la conjunción de las distintas generaciones literarias que aquí conviven. Y hablo de poetas en ejercicio, no solo vivos. Así, por ir de mayor a menor, habría que empezar por los veteranos del 50 y sus aledaños, aquellos niños de la guerra. Seguiríamos con los Novísimos y su entorno, entre los que contamos todavía con poetas industriosos que no se resignan a callar. Vendrían después los de la Generación de los 80 o de la Democracia que tiene entre sus filas a numerosos supervivientes de aquellas vanas polémicas entre los defensores de la “poesía de la experiencia” y sus detractores, los de “la diferencia” y hasta “del silencio”. De las siguientes promociones, al menos un par, aún son más los vates en acción. Sí, esta ha sido desde muy antiguo tierra de poesía y los más jóvenes demuestran que, lejos de extinguirse, la lírica de calidad, que es la única que importa, campea a sus anchas por esta suerte de fértil territorio de la Mancha. 

Entre los poetas deliberadamente no citados (para evitar malentendidos), no faltarían mujeres, sobre todo a medida que nos fuéramos acercando al presente. Conviene resaltar cuanto antes la importancia que tiene la poesía femenina o escrita por mujeres en este preciso momento, por más que la poesía no entienda de géneros. Y eso sirve para nombrar a las mayores, ya digo, y a las últimas en llegar pasando por una larga lista que justificaría hablar incluso de moda si ello no diera lugar a desagradables equívocos. Lo cierto es que a la abundancia de títulos hay que añadir la de los reconocimientos, y eso vale para los premios grandes, como el Nacional (ganado por cuatro mujeres en las cinco últimas convocatorias), el de la Crítica, el Reina Sofía o el Lorca (que han logrado mujeres en sus dos últimas ediciones), y para otros menos institucionales pero no por eso menos importantes, como el Hiperión y el Loewe. Sería sorprendente seguir toda la serie de los cuantiosos galardones que se conceden cada año para comprobar que la condición de mujer ya no es excusa para el injusto ninguneo o la deplorable postergación, más bien al contrario. Ya se sabe que vivimos en un país de extremos. 

Algunas poetas no sólo forman parte de esa dilatada nómina cualitativa, representan además a una corriente que cobra vigor dentro de nuestra poesía: la que se ocupa del medio rural, el campo y la España vacía. Hace mucho que el desprestigio se cernió sobre toda aquella que no fuera, en sentido laxo, urbana. Se la tachó de antimoderna y agropecuaria, algo que no ha ocurrido por ahí fuera. Según creo, no es el asunto lo que da el marchamo de modernidad a un poema, sino el lenguaje en el que está escrito. Así y todo, la naturaleza y los pueblos cayeron hace tiempo en desgracia y sólo ahora, gracias a libros de poetas como las aludidas y a la reivindicación de la negra provincia olvidada (donde surge, por cierto, acaso la poesía más pujante, tal la canaria, la albaceteña o la asturiana), se empieza a reconocer una manera distinta de decir que es, sin duda, otra manera de ver y de pensar. Nada nuevo. Siempre ha habido poetas resistentes que nunca perdieron de vista esa realidad. 

Mencioné antes al Estado (incómoda palabra) y bien está que subraye la importancia que para la excelencia de la poesía nacional tienen las aportaciones de libros en otras lenguas también oficiales. Es verdad que los nacionalismos separatistas (esto es, todos) dificultan de un tiempo a esta parte esa natural fluidez, limpia y permeable, que siempre ha existido entre lenguas diferentes. No obstante y para bien, la poesía catalana, la vasca o la gallega escrita en sus respectivas lenguas autóctonas logran vencer esos obstáculos y el lector del resto de la nación accede a obras ineludibles. Téngase en cuenta que en los tres últimos años el premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura de España lo han ganado, por este orden, una poeta en catalán y otras dos en gallego.  

Y ya que de fertilidad hablamos, cómo dejar fuera de esta panorámica los libros de autores hispanoamericanos, tan presentes en los catálogos de nuestras editoriales; con frecuencia, gracias a los galardones que aquí se convocan. Son parte esencial de una lengua común que, por fin, ya no nos separa.

Y a las traducciones de poesía extranjera, que no dejan de ser también partícipes de la nuestra, más si tenemos en cuenta que la mayoría de los traductores son a la vez poetas. De fuste, podemos añadir, y en su mayor parte, a favor de los avances educativos, pertenecientes a las hornadas más jóvenes. No en vano traducir es la forma más profunda de leer. 

El apoyo de algunas editoriales modélicas nos permite llegar a libros que, entre otras cosas, ensanchan nuestra tradición y nos permiten (se conozcan o no lenguas distintas) fomentar el deseable cosmopolitismo lírico. Baste con citar un par de casos cercanos: el de la Nobel Louise Glück y el de Anne Carson, Premio Princesa de Asturias.

Sin olvidar el concurso imprescindible y decidido de las librerías y el amparo necesario de las bibliotecas, editoriales grandes y pequeñas, veteranas o nuevas, sostienen con solvencia y rigor este entramado poético que no dudamos en calificar, a pesar de los irremediables agoreros, de próspero y múltiple. 

Cuando le preguntaron al poeta Franco Buffoni qué opinaba de las nuevas formas de poesía, esas que bullen y pululan por las redes sociales, este respondió: “la banalidad siempre ha estado ahí”. Lo digo por esa enojosa moda de la parapoesía que da tanto que hablar. Sin razón, pues está claro que poesía, en rigor, no es, por mucho que algunos periodistas y lectores formados (no como sus practicantes) la defiendan y hasta la ensalcen. La concesión del Premio Espasa, uno de los escándalos del año, demuestra que lo comercial prima y que la presunta poesía brilla por su ausencia. Ya dijo JRJ hace más de cien años que “la Poesía no admite que se le mezcle con el mercantilismo brutal que nos invade”. Y que “no debe servir de pretexto para buscar dinero”. “¡Denme libros!”, dijo aquel.

Álvaro Valverde es poeta y profesor. Su última obra es El cuarto del siroco (Tusquets).

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