El poder de las palabras

El poder de las palabras

Artículo publicado en el n.º780 (Mar-Abr 2020)

A lo largo de una dilatada actividad política he ido comprendiendo mejor algunas cuestiones referentes al uso del lenguaje, sus efectos y su relación con el poder. La primera fue que, en política, las palabras son “hechos”, tienen su propia densidad “física” y, en consecuencia, supone una simplificación contraponer las palabras a los hechos, por ejemplo, cuando se dice “a mí lo que me interesa son los hechos y no las palabras”. Porque sin las palabras, como expresión privilegiada del pensamiento, no se producirían los hechos, lo que no quiere decir que estos últimos se compadezcan siempre con lo dicho, pero esa es otra cuestión que afecta al uso torticero o manipulador del lenguaje.

Incluso cuando las palabras van por un lado y los hechos por otro, aquellas producen sus efectos en un sentido vicioso o engañoso. Sin duda, esa densidad física del lenguaje, en cualquiera de sus formas, puede ser beneficiosa o catastrófica pues, como es conocido, a lo largo de la historia palabras, habladas o escritas, han provocado o impulsado guerras, matanzas o quiebras, pero también han reflejado las expresiones más extraordinarias de la mente humana. Así, pues, no es cierto tampoco que las palabras “se las lleva el viento”, como dice el refrán popular. Es más bien al contrario, se resisten al viento y, en ocasiones, son como rocas o piedras que pueden provocar auténticos aludes o sostener sólidas arquitecturas políticas a pesar de vientos contrarios. Por esta razón, quien controla la creación, la difusión, la transmisión o las formas de comunicación de las palabras, del conjunto de los lenguajes, tiene un gran poder. Corolario de lo anterior es que cuanto más se manipula el lenguaje, mayor es el deterioro del poder “como democracia”, pues la fortaleza de esta radica en la transparencia, en la claridad y en la verdad, es decir en que se compadezcan las palabras con los hechos. Por eso, sin una información veraz y plural, sin la transparencia en las motivaciones del poder a la hora de tomar las decisiones que afectan a la vida pública, la participación de la ciudadanía en la vida política se oscurece y deteriora. Por eso mismo, cuando el poder se ejerce desde postulados en los que el elemento irracional tiene su espacio –ya sea el religioso, el nacionalismo, el populismo, etc.– las posibilidades de que el lenguaje sea manipulado aumentan. En última instancia, la manipulación total del lenguaje fue precondición de los fascismos o de cualquier dictadura.

Por eso fueron tan importantes las contribuciones que hizo a este respecto Antonio Gramsci cuando analizó, con notable profundidad, la relación que había entre lenguaje, cultura, sentido común y hegemonía. En una palabra, la relación entre el lenguaje, la política y el poder. Hoy en día, en la era de las tecnologías de la comunicación, estas cuestiones son especialmente decisivas. Cuando los soportes del lenguaje se han multiplicado, cuando vivimos inmersos en el mundo de internet, de los foros sociales, de los big data, de los algoritmos y la inteligencia artificial, las posibilidades en el uso de los lenguajes parece multiplicarse sin límites y, en consecuencia, en forma de usos democráticos pero también, manipulada, engañosa y tergiversada por lo poderes existentes, no necesariamente políticos. Si pensamos que comunicación es “hacer común la significación” de las proposiciones en que se materializan las palabras, siguiendo en esto el pensamiento de Wittgenstein, podremos darnos cuenta de la transcendencia que tiene la relación entre lenguaje / comunicación y poder, en este caso poder político. Por eso, la gravedad de la manipulación del lenguaje no solo reside en las cuestiones que afectan a la política, sino una falsificación general de la vida social. Es curioso escuchar, en política o en otros ámbitos de la vida, esa especie de excusa de que “se ha comunicado mal” o “es un problema de comunicación”, como echando la culpa al lenguaje del estropicio ocasionado. Cuando en realidad una mala comunicación no tiene su origen solo en una dificultad lingüística sino mental. Es el pensamiento que está detrás del lenguaje el que está falsificando la vida social, pues la intención es manipular, engañar, etc. con el fin de conseguir o mantenerse en el poder. Y esto sucede en la vida política, pero también en la económica, la social o la cultural como he intentado ejemplarizar en mi último libro La Manipulación del Lenguaje: Breve diccionario de los engaños (Espasa, 2020).

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