Escuela: cuatro debates estériles y uno crucial

Empieza el curso y, como siempre, polémicas y debates agitan el mundo de la educación, el ámbito que mayor sosiego necesita y al que menos conviene la inquietud que, año tras año, invade a padres e hijos, educadores y educandos. Dos veteranos maestros nos hablan de ello y de cuál es a su juico el debate serio y de fondo que debe plantearse hoy la escuela.

Vivimos tiempos en los que hay debates que no tienen sentido y nos roban la reflexión y la práctica necesaria para ayudarnos a avanzar juntos, porque en la educación el verbo avanzar se conjuga en grupo. Hay dos clases de debates: los productivos, que se plantean para saber qué pensamos y que debemos hacer, reflexiones y acciones que requieren las máximas cotas de participación; y los estériles. Veamos brevemente algunos de estos debates estériles que nos roban energía para dedicarnos a los temas importantes.

Instruir o educar
El primero es antiguo: ¿podemos separar enseñanza y educación y afirmar, por ejemplo, que la escuela instruye y la familia educa? Pensamos que no, y menos ahora, cuando somos conscientes de que la comunidad educa y que esta comunidad es diversa, heterogénea, con intereses diferentes y a menudo en conflicto. Si concretamos la función de la escuela, afirmamos que esta institución es una parte muy importante de la educación. Y tiene, además, entre las estructuras de acogida, la característica de que es la única con carácter
obligatorio hasta una edad determinada que poco a poco se ha ido aumentando. La escuela acoge, instruye, educa y forma ciudadanos, y lo hace de una manera interrelacionada y además más allá de cuál sea nuestra intención.

Texto y contexto
El segundo es más actual y enfrenta al maestro competencial y al que atiende a los contenidos. Parece que si estás en uno de estos grupos no puedes estar en el otro, cuando sabemos que competencia y contenido van íntimamente unidos. No hay más cera que la que arde y poco tiene que ver si trabajamos con un libro de texto o estamos siempre diseñando proyectos de trabajo. Lo más significativo de la relación enseñanza/aprendizaje es partir de una pregunta interesante que reclame el máximo nivel interdisciplinario, saberlo expresar a través de nuestros lenguajes, hacerlo conjuntamente y saber evaluar los procesos y los resultados finales. Quizá sería conveniente dejar de hablar de enseñanza competencial para acordar qué formato real tiene nuestro modelo de enseñanza.

Enseñar y divertir
El tercero parte de un error inicial. A la pregunta sobre cuál es la finalidad primera de la institución que conocemos como escuela hay quien responde que es favorecer las máximas cotas de felicidad por encima de determinados aprendizajes. Y el defensor de la escuela como institución que se inclina por los aprendizajes olvidará otras cuestiones y no verá con buenos ojos, por ejemplo, lo que se refiere a las emociones. Nosotros defendemos una síntesis, sin olvidar que no hay pedagogía sin contexto, como nos dice Van Manen. Corazón y cerebro, ojos y oído, en algún momento estómago, y siempre manos y dedos. ¿Quién defenderá que es la misma persona antes y después de haber sufrido un shock emocional intenso? ¿Podemos escribir un poema sobre el dolor de muelas mientras lo estamos sufriendo? Seguramente, pero será seguramente un pésimo poema: mejor esperar que nazca de una experiencia recordada. Y no queremos olvidar, además, la máxima de Horacio delectando pariterque docendo, es decir, enseñar y divertir: una síntesis de esfuerzo, placer y aprendizaje como aspectos indisolublemente unidos.

Memoria o memor-IA
El cuarto es el ataque que reciben los grupos renovadores, injustamente acusados de todo lo que estamos diciendo (olvidar los contenidos y el esfuerzo de aprender, suplir la fusión educativa que corresponde a la familia…) y, además, de abandonar la memoria. Este último punto no tiene el menor sentido porque todos sabemos que no es posible enseñar sin recurrir a la memoria. A la memoria, está claro, significativa, la que tiene valor y sirve para vincularla con otros conocimientos. El debate —y ahora sí entramos en la parte que debería ocuparnos— debe girar en torno a las nuevas tecnologías. No sólo para reflexionar sobre su uso sino también para ser conscientes de los cambios que comportan en nuestra mirada y en las relaciones y resultados del proceso de enseñanza y aprendizaje. Y sobre cómo un uso indiscriminado y poco reflexivo nos puede llevar a fragmentar y sustituir con ingenios electrónicos algunas de las funciones de la escuela. Y, en vez de ser un instrumento complementario, situarnos en un terreno improductivo donde se cuestiona el papel de la escuela presencial y de proximidad.

Sin ética no hay escuela
Finalmente, queremos reivindicar el necesario debate que toda escuela debe plantearse sobre el porqué y el para qué de ella misma como institución, Y, en un momento tan complejo como el actual, entender que la transmisión de conocimientos no tiene el menor sentido si la desvinculamos de la ética. La ética que nos ha de humanizar, la ética que debe darnos los instrumentos para luchar contra la barbarie presente en nuestra sociedad y ha de vincular cada aprendizaje con todas las emergencias (pobreza, violencia, desigualdad, racismo, desastres ecológicos…) que ponen en peligro nuestro propio futuro. •

 

Por Jaume Cela y Joan Domènech, maestros y pedagogos.

Compartir