
Por muchas razones históricas y personales sólo pienso en los Papas cuando se trata de la Iglesia, pero no cuando se trata de Jesucristo. Lo primero es una obviedad, pues no hay Iglesia sin Papa, lo segundo, una tragedia. Afortunadamente, no soy católico por seguir a ningún Papa, sino por intentar seguir a Cristo pese a mis pecados.
La verdad es que todo Papa es un sacerdote en estado de necesidad y al borde de un ataque de nervios. Nuestro hijo, pobrecito, decía cuando era pequeño que quería ser Sumo Pontífice, lo que causaba ataques de risa entre nuestros amigos. Al menos en la España de las dos velocidades, o dos Españas, hay por lo mismo una de ellas antipapa feroz y fóbica, por parte de ese izquierdismo progre siempre pope, siempre arriba, y una España más papista que el Papa, que no es menos fóbica ni menos dogmática y cerril. Estériles árboles del mal en el Edén.
Con Unamuno echo de menos a los grandes “herejes” antes que a toda esta ralea que identifica la historia de la Iglesia con las historias de los papados sin apenas ideas de teología, de cristología, ni de sí mismos. La adherencia o repulsa al papado galopan juntas.
Obviamente, nadie ignora que los Papas detentan un poder enorme, ni que como tales pueden enaltecer o degradar su imperio, y no seré yo quien reste importancia a sus figuras. Entre el polo político de ser Sumo Pontífice y el polo profético de ser Siervo de los siervos de Cristo, la burocracia se impone. Deificación del Santo Padre (Santo sólo es el Señor) y victoria de la institución sobre el carisma.
El papa Wojtyla era polaco y eso se notaba mucho, pero Francisco es argentino y también se nota. No es verdad que los papas no tengan patria, ni que su formación les convierta en inerrantes por su comunión con el Espíritu Santo. Algunos Papas, lejos de poseer la infalibilidad, han sido infaliblemente falibles. Teologías tridentinas que coinciden con el tridente ateológico de la tríada capitalina Trump, Putin, Jinping, el Trumpuping.
No puedo sino manifestar mi respeto al papa Francisco, aunque sólo fuera por su lucha contra una curia que dejó fuera de combate a Ratzinger y que es un cáncer de Dios. Me gustan los perdedores, y por lo mismo valoro positivamente su denuncia del asombroso desorden antropológico y del eclipse Dios, aunque para mi gusto como seguidor de Jesús hubiera podido Francisco ir más lejos. Su posición contra la carnalidad institucional venérea y pederasta me ha encantado realmente, aunque no tanto a los encubridores. Incluso los medios desafectos se han reconciliado con su persona.
Francisco ha sido un hombre valiente, pero “el mundo es ansí”, como dijera Arniches, y no todo depende de la capacidad timoneadora de la barca de Pedro, cuyas redes no están a punto de reventar por la abundancia de peces, sino por la secularización nihilista y epicúrea de un mundo que ya no pide una señal para creer, y al que no le será dada otra señal que la del profeta Jonás.
No creo en la fumata bianca de su próximo sucesor, pero el temor a la fumata nera es menor que mi esperanza en la misericordia infinita en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Para los más adictos a los humos esto sería lo propio de un mal católico, claro, o incluso de un ateo, así que adelante: que sigan rezando por la conversión del Papa, pues buena falta nos hace a todos. Y a mí el primero por la senda de la Constitución.
Carlos Díaz
PROFESOR UNIVERSITARIO DE FILOSOFÍA E HISTORIA DE LAS RELIGIONES