Hannah Arendt y la comprensión del presente

Hoy en día el interés por las obras de Hannah Arendt (1906-1975) es muy elevado y la discusión sobre y a partir de su pensamiento continúa estando vigente. ¿Por qué vale la pena leer a Hannah Arendt en la actualidad?

La primera respuesta es que hay muchos aspectos del pensamiento de Arendt que son muy útiles para pensar los retos de nuestro presente. De hecho, el presente es el centro de su reflexión, ya que su impulso proviene justamente de la necesidad de entender el tiempo que le ha tocado vivir.

Nacida en Hannover en 1906, en una familia judía asimilada, tuvo una sólida formación filosófica con pensadores como Heidegger, Husserl y Jaspers. Después del incendio del Reichstag en 1933 se exilió en París hasta el año 1941, cuando se trasladó a los Estados Unidos, donde vivió como apátrida hasta 1951. La experiencia del exilio y del totalitarismo transforma- ron progresivamente la perspectiva de su reflexión. Una vez llegada a la conclusión de que las categorías políticas tradicionales habían sido ineficaces respecto a los trágicos eventos del siglo XX, Arendt empezó a repensar el sentido de la política. A partir de aquí, se concentra en recuperar el papel de una responsabilidad que aspira a remodelar el mundo, impulsando un nuevo sentido de la acción humana. Así, comprensión del presente y experiencia son los elementos básicos de su reflexión, que parte del rechazo a aplicar un análisis puramente teórico.

La tendencia de los filósofos a acercarse al mundo partiendo de la abstracción les ha llevado a refugiarse en un mundo aparte, en el que el pensamiento se limita a constatar lo que ocurre, sin plantearse el hecho de intervenir. Arendt, en cambio, está convencida de que es necesario hacerse cargo del mundo: se trata de responder no sólo a lo que cada uno hace para preservar la condición humana, sino también de responder de lo que transmitiremos a las futuras generaciones. Esto reclama una respuesta eficaz en lo que respecta a la nueva dimensión histórica y antropológica que se impuso en el siglo XX, una dimensión que implica una redefinición de la relación entre individuo y mundo, que debe plantearse según los criterios de la pluralidad y de la participación.

Esta respuesta reclama también una redefinición de lo que es el mundo. Para Arendt, el mundo es la casa que los seres humanos han construido en la Tierra, aprovechando los elementos naturales, pero también contraponiéndose a ellos. El mundo no se identifica con la Tierra o con la naturaleza, sino que está conectado con el elemento artificial, lo que está hecho por las manos de los hombres, y también con las relaciones entre los que viven en él. Por tanto, el mundo está constituido por los objetos hechos por los seres humanos y también por las obras de arte, las len- guas, las costumbres, las instituciones, o sea, todo lo que normalmente se define como cultura y civilización. Es justamente este conjunto de cosas mundanas mate- riales e inmateriales lo que relaciona a los individuos entre ellos y, al mismo tiempo, los mantiene separados. Vivir juntos en el mundo significa que existe un mundo de cosas entre los que tienen este mundo en común, así como existe una mesa entre los que están sentados a su alrededor.

Es a partir de este concepto de mundo que Arendt, en La condición humana (1958), una de su obras más conocidas, vuelve a pensar los contenidos de la polí- tica y de la acción, entendida no como una simple conducta instrumental, con el fin de perseguir un objetivo, sino como la forma mediante la cual los seres humanos crean un vínculo entre ellos. Para indicar las características de la acción, Arendt se refiere a la etimología de la palabra, que proviene del verbo latino agere, que significa tomar la iniciativa, empezar, y también conducir. En la palabra “acción” se encuentra una fuerza innovadora que se opone a la repetición típica del tiempo y que se conecta directamente con la dimensión del nacimiento. Efectivamente, gracias al nacimiento el individuo se cons- tituye como un nuevo comienzo, que lleva consigo la capacidad milagrosa de abrir nuevas posibilidades. Identificar la capaci- dad de actuar con la posibilidad de iniciar un nuevo evento mediante el nacimiento significa rechazar todas las modalidades explicativas tradicionales que pretenden describir de forma contradictoria la acción libre dentro de lazos causales.

La conexión entre la preocupación por el mundo y los cambios sucedidos en la época contemporánea dan un sen- tido más completo a la reflexión arend- tiana sobre la acción: se trata de luchar contra ese proceso que culmina con la transformación de los seres humanos en superfluos, como ocurre en los regímenes totalitarios. De hecho, como se puede leer en Los orígenes del totalitarismo (1951), la última etapa de la dominación totalitaria, después de la destrucción de la persona jurídica y de la persona moral, es la des- trucción de la individualidad, que implica la destrucción de la espontaneidad, de la capacidad de empezar algo nuevo. Arendt considera que el totalitarismo es un movi- miento y un régimen sin precedentes, ya que ningún otro régimen intentó transformar de manera sistemática a las personas en algo no humano.

Para Arendt, querer entender lo que pasó con el totalitarismo significa también buscar una redefinición de la relación entre individuo y mundo. Esta redefinición pasa necesariamente por una nueva elaboración del concepto de poder. Su propuesta de un nuevo concepto de poder se basa en una idea de potenciali- dad: el poder puede estar o no estar, es una opción, se realiza cada vez que los seres humanos actúan juntos; se realiza entre los hombres y no en los hombres. El poder, de hecho, se genera cuando un individuo comienza una acción. Pero la acción implica siempre una relación con los demás y puede llevarse a cabo sólo con los demás. O sea, el poder pide la plurali- dad de los hombres que viven juntos en la tierra, es intrínsecamente incedible y, por tanto, no se puede delegar a los demás. La única manera de ejercer el poder consiste en hacer promesas recíprocas y estipular alianzas, una forma que Arendt contra- pone al contrato social. De hecho, el con- trato social está suscrito por los miembros de una sociedad con su gobernante, al que ceden su poder y dan el consentimiento de ser gobernados. Las promesas recíprocas y las alianzas, por el contrario, se basan en la igualdad y la reciprocidad y no generan un gobierno, sino una alianza entre todos los individuos que estipulan un contrato comprometiéndose entre sí mismos.

Este concepto de poder está directa- mente relacionado con la idea de responsabilidad. De hecho, justamente teniendo en cuenta este concepto de poder, Arendt se pregunta por qué son tan pocas las per- sonas que utilizan las facultades mentales para reflexionar sobre las propias acciones, para asumir las propias responsabilidades. A su juicio, esto viene determinado por el conformismo de la sociedad, que prefiere que sus componentes no sean individuos pensantes, sino que sigan determinadas normas de conducta, todas dirigidas a suprimir la espontaneidad. El modelo extremo de la realización de este conformismo es Eichmann: prisionero de las normas de la “buena sociedad”, realizó su trabajo con celo y precisión, no porque no tuviera una conciencia, sino porque su conciencia le hablaba con la voz de la respetable sociedad que le rodeaba. En el contexto de aquello que en su polémico libro Eichmann en Jerusalén, Arendt define como “banalidad del mal”, la única característica que puede describir Eichmann es “una absolutamente auténtica incapacidad para pensar”, que hace que aquellos como él, que parecen sólo obedecer, en realidad sostienen la realización de una empresa criminal como la de los nazis.

En conclusión, ¿por qué vale la pena leer a Arendt? Podemos decir que si bien Arendt no da ninguna receta acerca de cómo actuar en momentos de crisis sí que nos da pistas para desactivar discursos que tienden a liberar de responsabilidad a los agentes. Por tanto, su defensa de la dig- nidad de la política es un criterio funda- mental para pensar la política contempo- ránea, donde cada vez las oportunidades de acción conjunta son más reducidas. La tarea de la reflexión de Arendt fue com- prender para enfrentarse tanto a la oscuri- dad de su tiempo como a la posibilidad de nuevos inicios.

 

Stefania Fantauzzi, profesora de Filosofía en la UAB e investigadora del seminario Filosofía y Género – UB

 

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