
A riesgo de remar contra corriente y de ser vista como retrógrada, me atrevo a afirmar que la tan cacareada inteligencia artificial —en particular la llamada generativa, es decir, ChatGPT y equivalentes— está consiguiendo que nuestros niños, adolescentes y jóvenes se conviertan precisamente en seres cada vez menos inteligentes y más faltos de libertad.
Aun siendo de Barcelona, actualmente vivo en Ciudad de México, donde trabajo como profesora en una universidad privada de inspiración humanista y cristiana. Constato cómo la adicción que tienen los alumnos a cualquier dispositivo electrónico (móvil, tablet, ordenador, smartwatch) produce efectos nefastos para su desarrollo personal, social, académico e intelectual. Raros son los alumnos que logran estar más de diez o quince minutos concentrados en un solo tema, ya sea una explicación oral, un texto que hay que leer o incluso una película o documental. Por ello, en mis clases, desde hace ya varios semestres, tienen prohibido el uso del móvil y del ordenador, y tienen obligación de traer cuaderno y bolígrafo para tomar apuntes. Asimismo, he sustituido los trabajos que antes tenían que hacer en casa por exámenes o ejercicios que deben realizar en clase a mano, pues no creo que la labor de los docentes sea la de ejercer de policías o expertos en informática, sino la de despertar y alimentar el deseo de conocimiento.
En este contexto en el que se nos alienta encarecidamente a zambullirnos en el uso de la inteligencia artificial sin reflexión previa, profunda, rigurosa ni consensuada; en el que la sociedad de consumo nos espolea a consumir más y más contenidos digitales; en el que uno pasa por terco u obsoleto si no se apunta de forma entusiasta al uso del ChatGPT en clase; en este contexto, pues, compruebo día a día la pérdida notable de vocabulario entre los alumnos, sus dificultades cada vez mayores para entender un texto de nivel universitario, así como sus carencias profundas a la hora de expresarse oralmente o por escrito. ¿Para qué van a aprender a poner las comas, los puntos, las tildes, las comillas, si el ChatGPT lo hará por ellos? ¿Para qué aprender el método científico de investigación o cómo elaborar un trabajo universitario? ¿Para qué perder tiempo aprendiendo a analizar, relacionar, comparar, reflexionar?
Sin darse cuenta, los jóvenes estudiantes van cayendo fascinados por esa pendiente hacia la esclavitud, porque las propias nuevas tecnologías ya se han ocupado de contener en sus diseños elementos que generen adicción; una adicción, de entrada, física, pues son incapaces de separarse de sus dispositivos, que consultan cada dos minutos solo para ver si hay nuevas notificaciones, presos de angustia por si el influencer de turno ha actualizado sus redes o, peor aún, si ellos mismos han recibido un nuevo “me gusta” en alguna de sus últimas fotos publicadas; una adicción psicológica, puesto que sus comportamientos y sus estados de ánimo están íntimamente ligados a lo que ven en sus pantallas —cabe mencionar el aumento exponencial de adolescentes y jóvenes con problemas de insomnio, falta de sueño y dependencia de psicotrópicos que también, lamentablemente, encuentro en mis clases—; una adicción también intelectual, ya que su universo de formación y de información se ve cada vez más reducido a “lo que ven en Internet” y al último vídeo de TikTok; una adicción moral, porque —y ahí entra la creciente pérdida de libertad— no se dan cuenta de que las redes sociales en particular, que son el espacio preferente de tiempo de uso de Internet entre los adolescentes y los jóvenes, les conducen al pensamiento único, haciéndoles esclavos de los trend topics o, como decíamos antiguamente, de las modas.
Así pues, hoy, la llamada inteligencia artificial generativa, que no es más que un asistente creado por seres humanos —no lo olvidemos— que, gracias al clásico “copiar-pegar”, plagia impunemente textos producidos previamente por otros seres humanos, sin por supuesto pedir autorización alguna o consignar la debida referencia, está convirtiendo en auténticos “cretinos digitales” (Michel Desmurget, La fábrica de cretinos digitales: Los peligros de las pantallas para nuestros hijos, Península, 2020) a varias generaciones de colegiales y estudiantes, quienes, por cierto, gobernarán el mundo el día de mañana. Debemos reaccionar ya. •
Julia Argemí
PROFESORA UNIVERSITARIA EN CIUDAD DE MÉXICO