Más adolescentes y adultos jóvenes de los que imaginamos tienen problemas para gestionar sus emociones y sentimientos. Como señala el Informe Anual del Sistema Nacional de Salud, publicado en 2023 por el Ministerio de Sanidad de España, una media de 250 jóvenes de cada 1.000, de entre 16 y 29 años, presentan trastornos mentales o de comportamiento que alteran su vida cotidiana. Es más, se sospecha que esta cifra sólo recoge una pequeña parte de todos los jóvenes que lidian con problemas emocionales y de conducta. De hecho, según el informe Health at a Glance: Europe 2022, alrededor de la mitad de este colectivo presenta necesidades y problemas psicológicos no abordados por los servicios sociosanitarios e ignoradas por su entorno.
A los jóvenes de los que hablamos les cuesta poner nombre a lo que sienten. No acaban de comprender cómo les afecta la sensación de no encajar en ningún lugar o el hecho de no conocerse a sí mismos. Además, no saben cómo lidiar con la frustración que les invade tras, por ejemplo, llevarse un desengaño amoroso o fracasar en los estudios. ¿Cómo van a ponerse en el lugar de los demás, mostrando empatía hacia sus padres, hacia sus compañeros de trabajo o de clase, si no entienden sus sentimientos?
Con frecuencia, las dificultades para entender y gestionar las propias emociones dan paso a un trastorno de ansiedad. O empujan a los jóvenes hacia la depresión. En concreto, los problemas para gestionar la ira, el enfado y la frustración conducen a explosiones violentas. Y si estos arrebatos, que se traducen en insultos, empujones, puñetazos o en muebles destrozados, se convierten en un hábito, hablamos de trastornos de conducta. Desde la Fundación Support-Girona, tras dos décadas atendiendo a jóvenes con comportamientos impulsivos e, incluso, violentos, hemos comprobado que no podemos ayudarles a controlar sus impulsos sin antes enseñarles a regular sus emociones.
Resulta crucial conocer la historia de cada joven, explorar cómo interpretan su pasado y qué esperan del futuro. Es necesario bucear en sus preocupaciones e inseguridades, aunque hay que procurar no hundirlos hasta profundidades para las que no están preparados. Debemos aprender a guiarles, dándoles las herramientas que necesitan para no ahogarse en la ira o perderse entre rencores. Por eso, debemos empezar por su historia. Cada capítulo que nos narren es importante. Preguntémonos cuál es su punto de vista y cómo describen a quienes les rodean. Identifiquemos qué han hecho para afrontar sus problemas.
Muchos reconocen que, a veces, pierden el control. “Se me ha ido la olla…” o “me he vuelto to’ loco”, dicen, debatiéndose entre la vergüenza, el arrepentimiento y la resignación. Pero, aunque aceptar los propios errores es un principio, no es suficiente para reparar el daño que han causado a sus seres queridos y a sí mismos. Los problemas de conducta suponen un desgaste psicológico enorme para las familias y, en ocasiones, acarrean problemas judiciales y económicos derivados de peleas, robos, vandalismo y consumo de drogas. Si a la ecuación le sumamos alguna discapacidad intelectual, el panorama se complica bastante más. Ahora bien, tendemos a centrarnos en cómo la impulsividad, la violencia y, en general, pisotear los derechos de los demás afectan al entorno. Pero, ¿sabemos realmente cómo los problemas de comportamiento afectan a los propios jóvenes?
Pese a que la realidad siempre depara alguna sorpresa, nuestra experiencia arroja luz sobre este interrogante. Los problemas de comportamiento van acompañados de una gran soledad. Muchos jóvenes pierden todo contacto con sus familias y compañeros, dado que estos les niegan su apoyo, agotados de vivir inmersos en una guerra sin cuartel. Algunos acaban viviendo al margen de la sociedad, alimentando la ira que tarde o temprano les catapultará a otro conflicto o a la autodestrucción. No obstante, otros jóvenes logran aprender a resolver sus problemas de forma pacífica.
¿Qué tipo de apoyo necesitan estos jóvenes? Un conjunto de organizaciones, procedentes de diferentes partes de Europa, nos unimos para diseñar un método que diera respuesta a las inquietudes de las familias que buscaban nuestra ayuda. Así surgió la metodología E-Youth. Esta nos recuerda la importancia de identificar las necesidades de los jóvenes desde su punto de vista, promoviendo su reflexión y escuchando sus historias de vida. Específicamente, la gamificación, el storytelling y las entrevistas centradas en las motivaciones de la persona son cruciales.
Utilizando estas herramientas, podemos ayudar a los jóvenes a identificar con qué habilidades cuentan y si saben o no ponerlas en práctica ante problemas cotidianos. También resultan útiles para ayudarles a definir cómo suelen reaccionar ante un conflicto y, así, poder aprender a tomar decisiones meditadas. Es habitual que ignoren que, en ciertas situaciones, ante determinados comentarios o decepciones, actúan de acuerdo a un patrón que arrasa con cuanto les rodea, y que desconozcan los porqués de su comportamiento. Tampoco podemos olvidarnos de cómo contemplan su futuro. Ayudarles implica averiguar si confían en su capacidad para superar adversidades, reponerse tras un fracaso y para alcanzar sus metas. Guiarles supone acompañarles, sobre todo, cuando cometen un error.
Por Sergi M. Blanco, Desarrollador de proyectos en Support-Girona