José Mujica al final de la partida

A punto de cumplir 90 años el guerrillero urbano de los años 60 José Mujica Cordano y que más tarde, en el año 2010, fue elegido en unas elecciones democráticas presidente de la República Oriental de Uruguay, espera, aquejado por un cáncer invasivo que ya no quiere seguir tratándose, con toda tranquilidad en su pequeña finca agrícola cerca de Montevideo, incluso con humor, la inevitable visita de la muerte. “Si viene, le diré que se dé otra vuelta”, dice.

En el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros del que fue militante José Mujica, como en otros de orientación marxista que surgieron en Latinoamérica a partir de los años 50, seducidos por la Revolución Cubana y el foquismo guevarista, no se contemplaba otra vía para alcanzar el poder que el de la violencia revolucionaria. Entendían entonces que la revolución era la única vía posible para sustituir un modelo de sociedad formalmente legitimado por una legalidad que perpetuaba los privilegios de clase de una oligarquía agrícola y financiera. La guerrilla urbana con objetivos cuidado- samente seleccionados no sólo era un instrumento para conseguir recursos financieros, sino también para que los trabajadores tomaran conciencia de su condición de clase explotada en ese modelo de sociedad y de la necesidad de la revolución. Para la revolución en las sociedades no desarrolladas no era exigible, de acuerdo con el mar- xismo ortodoxo, la concurrencia de lo que el manual llamaba “condi- ciones objetivas”. Bastaba con que el pueblo tomara conciencia de su condición y de la necesidad del cambio revolucionario. Las acciones guerrilleras perseguían desestabilizar al Estado burgués y despertar esa conciencia. La violencia de la guerrilla urbana quedaba legitimada por la violencia de las instituciones del Estado burgués que blindaban los privilegios de las clases dominantes.

Con la derrota de los Tupamaros en los años 70 los dirigentes que no perdieron la vida en sus enfrentamientos con las fuerzas armadas uruguayas fueron encarcelados. En particular, Pepe Mujica permaneció en prisión 13 años en muy duras condiciones. No fue juzgado ni se formularon cargos en su contra. Para la dictadura militar era un “rehén” que sería ejecutado si los Tupamaros reanudaban la guerrilla. Recobró su libertad con el fin de la dictadura y el inicio de un proceso de retorno a la democracia en el año 1985.

En el período que medió entre la derrota militar y el proceso de recuperación de la normalidad democrática, el Movimiento Tupa- maro renunció a la vía armada y revisó su condición de partido de clase. Hasta entonces se definía como un movimiento proletario, entendido en términos del marxismo ortodoxo. Los Tupamaros, a partir de la constatación de que en las sociedades actuales y en par- ticular en la sociedad uruguaya no sólo los trabajadores asalariados podían ser objeto de explotación sino también otros trabajadores que estrictamente no podían ser catalogados como proletarios —como los pequeños agricultores o los propietarios de pequeñas industrias y comercios—, entendieron que en su base social tenían también que integrarse estas personas con sus legítimas reivindicaciones.

En esta nueva etapa el movimiento Tupamaro, que no renun- ciaba a sus objetivos de justicia social, aliado con otros partidos de izquierda se presentó ante la sociedad uruguaya con un programa alternativo al del discurso económico neoliberal de la derecha. José Mujica en esta nueva etapa de su vida jura la Constitución y participa activamente en el debate político. Fue ministro, diputado, senador y finalmente presidente de la República (2010-2015). En el ejercicio de las funciones públicas asociadas a estos cargos renunció a los símbo- los del poder. Entonces vivía y hoy vive con austeridad en la misma chacra en las afueras de Montevideo en que ha vivido desde hace largo tiempo. Durante su presidencia se legalizó el aborto bajo ciertas condiciones, el matrimonio homosexual y se legalizó la marihuana. Como dijo, con razón contestando a sus detractores, “con la legali- zación le hemos arrebatado el mercado a los traficantes y estamos en mejores condiciones para controlar el consumo y proteger la salud de la población”.

José Mujica, si bien desde hace cinco años ya no ocupa ningún cargo público (en 2020 renunció al de senador), no ha dejado de estar presente en la discusión política. Ha expresado sus ideas y tomado posición sobre los problemas actuales en general, en debates, discursos y entrevistas. Es crítico con el modelo de desarrollo y de consumo de las sociedades ricas, es decir, con la deriva que ha tomado el liberalismo económico y su globalización. Constata críticamente que la sociedad de mercado ha provocado que para los individuos la acumulación de bienes sea la causa de su vida. Hay, concluye, una presión cada vez mayor para producir cada vez más bienes. Estos bienes, advierte, son producidos gracias a una sobreexplotación irresponsable que no toma en cuenta los límites de la naturaleza y no sólo provoca la desaparición de muchas especies sino también un riesgo para la humanidad. Sin embargo, dice que es posible un mundo con una humanidad mejor, pero que la primera tarea es salvar la vida. Pero para ello entiende que se necesita una dirección política que pueda tomar decisiones globales y enfrentar el holocausto ecológico.

Esa dirección política que sigue Mujica, con conciencia de la creciente situación de riesgo en que se encuentra la humanidad y que tenga la voluntad de tomar decisiones globales que neutralicen esos riesgos, sin embargo, en el momento actual ve el horizonte cada vez más lejano. Las decisiones que lamentablemente se toman en los países más influyentes del mundo van en la dirección contraria.

 

Por Hernán Hormazábal Malarée, jurista y expresidente de la Asociación Pro Derechos Humanos de España (APDHE)

 

 

Créditos de la imagen: retrato de José Mujica en Casa de América. Licencia Creative Commons.

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