La vigencia literaria de Vicent Andrés Estellés

A los cien años de su nacimiento y treinta y uno de su muerte la memoria y la poesía de Vicent Andrés Estellés siguen bien vivas entre nosotros. Es el destino de un poeta excepcional que quiso y supo conjugar su creatividad literaria, prácticamente desde los inicios como poeta, con el presente y el futuro de su pueblo y de su lengua, como decía en uno de los poemarios más claramente comprometidos con su país, el Llibre de meravelles: “Asumirás la voz de un pueblo, / y será la voz de tu pueblo, / y serás, para siempre, pueblo, / y padecerás y esperarás, / y siempre irás entre el polvo, / y te seguirá una polvareda”. O tal como había escrito unos meses antes, en un poema que finalmente no llegó a incluir en ningún poemario: “No crecen los versos con voluntad de libro. / Era el placer febril del idioma en las manos. / Un ardiente sentimiento de patria”. El sentido de la lengua del pueblo por encima de todo a la hora de escribir los versos, por encima o antes incluso de la decisión de escribir los poemas y, al mismo tiempo, el sentimiento de patria en íntima relación con su propia lengua.

Tal y como sigue pasando con la obra de Joan Fuster, el reconocimiento de la literatura de Estellés ha ido aumentando con el transcurso de los años, traspasando incluso los límites, siempre reducidos, del mundo estricto de la poesía. Junto a los numerosos estudios que se le han dedicado, y que no es ahora el momento de mencionar de manera exhaustiva, cabe destacar la importancia de su obra como inspiradora de las posibilidades de la poesía en el mundo del espectáculo teatral, cosa que había entrevisto con anterioridad Xavier Fàbregas en el prólogo al Oratori del nostre temps del mismo Estellés, cuando escribía que sus églogas “contienen un material dramático de primera magnitud, son una incitación a la imaginación, a la creatividad”. Unas palabras muy semejantes se podrían aplicar a otros
poemarios de Estellés, como el Hotel París o el Coral romput o numerosos poemas del Llibre de meravelles, espléndidos ejemplos de poesía que, desde los magníficos recitales de Ovidi Montllor y Toti Soler, han sido llevados con éxito a los escenarios o a las plazas públicas por cantantes y directores escénicos. El teatro y la canción sobre todo han hecho posible la presencia cada vez más popular de su poesía en amplios sectores de la población.

Vicent Andrés Estellés nació el 4 de septiembre del año 1924 en el seno de una familia de panaderos en Burjassot, un pueblo de la huerta básicamente agrícola en aquella época en las proximidades de la ciudad de València. El poeta nos lo recuerda en unos versos emotivos, también del Llibre de meravelles, cuando se refiere al trabajo de sus progenitores en el poema titulado “El oficio”: “Venías de una larga familia de panaderos / y a ti te gustaría ser panadero, como los tuyos, / y entrar haces de leña, de pinocha, en el horno […] / Tu serías panadero, como lo fueron los tuyos. / Y al lado de tu padre aprendiste el oficio, / noche a noche, día a día, y ahora sientes la añoranza”. El poema finaliza relacionando aquellos recuerdos con el origen de su propia poesía: “Lo que más te gusta, de dónde vienen los versos, / los rasguños en la carne, aquellos días salvajes / cuando entrabas los haces / de pinocha en el horno”.

El mundo en el que vivió desde la infancia: el trabajo en la panadería, el fuego, la leña y la harina, pero también el juego de niño y adolescente, el contacto directo con la naturaleza. La presencia, la inmediatez y el recuerdo que conserva de aquella época invade su  versos de manera sencilla y magistral, como en este fragmento de la tercera parte del Coral romput:

Hay en los versos que escribo, entre todos mis versos,
ciertas palabras que tienen aún un no sé qué de grillos:
yo sé muy bien cuáles son, y estoy contento y callo…
No sé si tengo la cabeza toda llena de grillos, como dicen.
Pero sé que tengo el cuerpo todo lleno de grillos
y también los bolsillos y si escribo es por ellos,
por esta nostalgia que tengo de un mundo verdísimo
de niños cogiendo moras en la zarza
y de niños sentados en el bordillo en las noches
de verano lanzando piedras a un perro,
de niños que hurtaban melones, higos, melocotones
y se iban después a comerlos en medio
de un maizal, y comían y dormían después,
y después se lanzaban a nadar en la acequia
y se secaban al sol y bailaban grotescos
sobre la hierba del margen, y eran obscenos, e ingenuos.

Un período vital al que suele volver a menudo en sus escritos; unos versos que ahora podemos recordar y añadir, como los que escribió en aquel otro poema de L’inventari clement de Gandia con un título tan significativo, “La patria, como el pan”, cuando afirmaba: “Pensaba la ciudad, lejana, desde la huerta, / como la boca de un horno: como los hornos donde aún / el pan se cocía con leña. Yo no tenía aún / una idea de patria: tenía una idea de horno”.

Gracias a una beca pudo estudiar en la Escuela Oficial de Periodismo, en Madrid, profesión que ejerció desde el año 1948 en el diario Las Provincias, de València, desempeñando todas las especialidades del periodismo en aquella época: trabajo en los archivos del diario, recorte de noticias, crítica de libros y de cine, redacción de reportajes, crónicas como enviado especial a actos y lugares muy diversos, así como la redacción de gacetillas rimadas, muy populares, firmadas con el seudónimo de Roc. Un trabajo que se refleja en sus versos, con personajes de las calles de la ciudad o de los pueblos cercanos, con nombres de actores y actrices cinematográficos y otros personajes populares directamente aludidos, como en el poema “Las noches que van haciendo la noche”: “y no tengo más remedio que escribir, escribir, escribir / sobre el divorcio de Rita Hayworth, sobre la boda / de Raniero y Grace, sobre lo que dice Vittorio / de Sica de Sofia Loren o de la Lollo”.

En 1978 su obra fue reconocida con el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes. Unos escasos días después fue despedido de Las Provincias mediante la imposición de una jubilación anticipada. En los años siguientes se le concedió la Creu de Sant Jordi, en Barcelona; y en València el Premi de les Lletres del País Valencià; así como un homenaje en la Universitat Catalana d’Estiu, en Prada de Conflent, y un reconocimiento internacional en los Premis Octubre, de València. A pesar de sus dolencias, no dejó de escribir y publicar; los últimos libros fueron Estat d’excepció (1991), Mare de terra y Vida contemplativa, los dos de 1992. El 27 de marzo de 1993 murió en València, cuando hacía muy poco que había sido nombrado hijo predilecto de su pueblo, Burjassot. Los tres volúmenes de su Mural del País Valencià fueron publicados tres años después, en 1996.

Celebramos los cien años del nacimiento del poeta valenciano más importante desde la época de Ausiàs March, y uno de los más grandes de la literatura catalana del siglo XX. Una de sus aportaciones más geniales ha sido y es la enorme facilidad que ha tenido y demostrado a lo largo de su obra para tratar y escribir sobre los temas más cotidianos y aparentemente banales y convertirlos en alta poesía, gracias a la íntima relación que ha sabido establecer entre el lenguaje del pueblo, la lengua de la calle, y la lengua tradicionalmente poética de la cultura occidental. Estellés ha sido capaz de ofrecer una obra sensual, enraizada en el pueblo y en su tierra, capaz de escrutar los pliegues y profundidades de la naturaleza humana con ese lenguaje suyo tan personal, tan repleto de resonancias clásicas y modernas, y tan cercano al mismo tiempo a la mayoría de los lectores; es probablemente lo que los grandes poetas han intentado siempre. No creo equivocarme si afirmo con pleno convencimiento que Estellés es en el ámbito internacional uno de los pocos que lo han conseguido.

 

Por Jaume Pérez-Montaner
POETA Y ENSAYISTA. EXPROFESOR DE LA UV

 

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