Penélope es la mujer de Odiseo. Es un personaje universal que encarna la fidelidad conyugal. Esperó durante veinte años a que su marido regresara de la guerra de Troya. Fue una de las pocas esposas de los héroes griegos que acudieron a Troya que pudo resistir “los demonios de la ausencia” y mantenerse fiel.
Debía de ser una mujer extraordinaria. Odiseo estaba profundamente enamorado de ella y por eso se resistió a ir a la guerra con los demás reyes argivos. Para ello se hizo pasar por loco, pero no pudo evitar la astucia de Palamedes y acabó yendo a combatir, a pesar de que su hijo, Telémaco, acababa de nacer y su marcha iba a suponer que Penélope se quedara sola a cargo del trono, de la isla, de las posesiones del marido y de su hijo recién nacido.
Diez años duró el asedio de Troya y diez años más tardó Odiseo en regresar a Ítaca. Durante este largo periodo Penélope se mantuvo imperturbablemente fiel a la figura de su marido. Resistió los embates amorosos de los pretendientes que exigían que eligiera a uno de ellos para poder ocupar el trono de la isla que había dejado vacante Odiseo con su marcha a Troya. Los pretendientes, cuyo número oscila según las fuentes, de una cincuentena hasta más de ciento veinte, se instalaron en la casa de Odiseo y, durante años, estuvieron comiendo y viviendo a costa de las posesiones de este que Penélope tenía que cuidar. Cuando las demandas de estos hombres se hicieron más exigentes respecto a la necesidad de que tomara marido, Penélope ideó una treta para engañarlos: les dijo que elegiría marido cuando terminara de tejer la mortaja de Laertes, el padre de Odiseo. De modo que durante el
día cosía pacientemente y, de noche, descosía lo que había avanzado. Así los mantuvo engañados, con esta estratagema, durante tres años. Y así habrían seguido hasta el regreso de Odiseo si no hubiese sido por la traición de una de sus doncellas, que contó el ardid a uno de los pretendientes.
Penélope será un ideal de mujer en Grecia del que luego beberá el modelo de matrona romana: pia, casta, lannifica y univira (piadosa, casta, que trabaje la lana y que solo conozca a un varón). Su fuerza y personalidad irradia con vigor. Julio Cortázar en su novela Rayuela hablará del “penelopismo exacerbado” de la mujer de Horacio Oliveira que, tras pasar años y años en París, regresa a Buenos Aires para encontrar que su pareja le ha estado esperando todo ese tiempo.
Homero se las arregla para hacer que Penélope esté profundamente dormida mientras Odiseo y su hijo Telémaco, con la ayuda de dos antiguos sirvientes y amigos, el porquero Eumeo y el boyero Filetio, maten sin piedad ni titubeo, ignominiosamente, a todos los pretendientes.
Sin embargo, el motivo por el cual traemos a colación a Penélope no es el reencuentro feliz con su marido, Odiseo, sino un extraño episodio que Homero recoge. Tras la matanza de los pretendientes, Penélope no reconoce a su marido. Después de todo, han pasado veinte años desde su marcha y esa cantidad de tiempo no pasa en balde para nadie, ni siquiera para el divino Odiseo. Entonces, esta mujer extraordinaria idea una argucia, somete a una prueba sutil pero tajante a su marido. Le pide a una de las sirvientas que traiga la cama de Odiseo y la coloque en una de
las salas de la casa. Odiseo, entre sorprendido y suspicaz, le reprocha a Penélope que diga semejante tontería, pues él sabe que la cama, su tálamo nupcial, no puede moverse del dormitorio del matrimonio, pues él mismo la construyó sobre el tocón de un olivo inmenso. Ningún otro hombre ha entrado en el dormitorio, por tanto, Penélope sabe que aquel hombre que tiene delante es, realmente, su marido Odiseo.
Esta imagen es la que más fuerza tiene, para mí, de todo el episodio. El tálamo matrimonial está construido sobre una raíz profundamente hundida en la tierra. No se puede mover y, sobre ese cimiento inconmovible, Odiseo y Penélope han construido su casa, su hogar y su familia. Ese mismo lecho, donde las sangres de Penélope se han derramado —la sangre de su virginidad y la sangre del parto en el que dio a luz a su hijo Telémaco— es el que también le devuelve a su marido al que lleva anhelando décadas.
Manuel Bermúdez Vázquez. Profesor de Filosofía en la Universidad de Córdoba.