Los contadores del gasto militar mundial en Nueva York

Este mundo parece desvanecerse. Las señales de alerta de científicos y estudiosos caen en el olvido y los contadores del tiempo y la moral ven como sus consejos y recomendaciones no sirven en absoluto. Es un mundo donde el mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo parece una broma de mal gusto.

Cuando tuve la oportunidad de visitar la sede central de Naciones Unidas en Nueva York, una de las cosas que más me impresionaron fue el contador electrónico diario, segundo a segundo, del gasto militar mundial. Está situado en la exposición que muestra el trabajo de la agencia en este ámbito. Desde el nacimiento de la ONU, en 1945 y tras la Segunda Guerra Mundial, conseguir un desarme multilateral y la limitación y prohibición del uso de armas nucleares, químicas y biológicas ha sido una tarea central en los esfuerzos por mantener la paz y seguridad. Todo este trabajo está ahora en entredicho, como el esfuerzo ingente para limpiar 60 países de minas que causaron 4.710 muertes en 2022. Son los daños tras el fracaso que significa cualquier guerra.

Los críticos dicen que Naciones Unidas no sirve para nada, pero es el único instrumento que permite la vía diplomática para solucionar conflictos y donde se encuentran representados 193 países. No hay alternativa. Se puede reformar, pero algunos la quieren destruir para que se imponga la ley del más fuerte. Ahí está impasible sentado en su trono el emperador, rodeado de aduladores, soñando con resorts de lujo y campos de golf sobre las ruinas de un pueblo masacrado, sobre los restos de miles de muertos bombardeados con total impunidad, y con unos socios que utilizan la llegada de la ayuda humanitaria de la UNRWA, la Agencia de Naciones Unidas para los refugiados, como forma de presión. Lo que se considera un crimen de guerra.

Qué difícil papel el de las agencias de la ONU y qué lejos queda la paz, la paz justa a la que el mundo tiene derecho. Una paz pedida por el nuevo pontífice, León XIV, quien, recogiendo el legado de su antecesor, el primer mensaje que dio al mundo fue su deseo de paz “para todos los pueblos, para toda la tierra, una paz desarmada y desarmante”, dijo, una paz — y una justicia, añadió— para la cual “debemos construir puentes de diálogo y encuentro”.

Un revólver frente a la ONU

En la entrada del edificio central de la ONU se puede admirar una escultura convertida en símbolo. Es un revólver del calibre 45 con un nudo en el cañón, obra del artista sueco Carl Fredrik Reuterswärd. La concibió tras el asesinato de John Lennon en 1980 a las puertas de su casa, frente a Central Park. Un John Lennon que había hecho del pacifismo tema de muchas de sus canciones como la mítica Imagine. “Imagina que no hay países. No es difícil hacerlo. Nada por lo que matar o morir y ninguna religión tampoco. Imagina a toda la gente, viviendo la vida en paz”, dice la canción. La escultura se instaló primero cerca de donde fue asesinado Lennon, pero ante el temor a que fuera robada, finalmente el gobierno de Luxemburgo la compró y donó a Naciones Unidas. Hoy el símbolo está reproducido en muchos países.

El escultor quedó tan afectado que se implicó personalmente en las actividades del Instituto Internacional para la Paz de Estocolmo (Sipri) que en colaboración con la ONU y el Banco Mundial ha seguido la evolución del gasto militar en el mundo desde 1962. Y ahí tenemos una gran sorpresa al comprobar cómo este gasto se había desplomado después de la caída del muro de Berlín en 1989, la desintegración de la Unión Soviética y los esfuerzos para que el desarme avanzara. De hecho, el gasto total mundial en 1962 fue del 6,1 por ciento del PIB. Inimaginable en estos momentos. Con algunos altibajos, la cifra ha ido descendiendo paulatinamente hasta el 2,1 por ciento en 2018 y ahora volvemos a vivir una escalada con la cifra de un 2,4 por ciento en el último año contabilizado: 2023. Una cifra que seguro ha aumentado significativamente.

Hay quien dirá que el gasto militar crea empleo, pero son unas cifras ridículas comparado con el creado con inversiones dedicadas a la educación o el desarrollo. En el libro The shadow world, del periodista sudafricano Andrew Feinstein, una de las mejores investigaciones sobre el negocio de las armas, se puede ver un gráfico que muestra cómo por cada mil millones de dólares gastados en defensa se crean 11.600 puestos de trabajo, mientras que la misma cantidad gastada en educación crea 29.100 y en sanidad 19.800 empleos. Según el contador de la ONU, el gasto en un día cualquiera, por ejemplo, el pasado 7 de marzo, ascendía a más de seis mil millones de dólares. Es una ínfima parte del monto que se dedica a la ayuda al desarrollo que ahora el nuevo rey Midas quiere eliminar en su totalidad.

Hombres de paz y hombres de guerra

Decía el papa Francisco que tenemos el deber de ser hombres de paz. “En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia: Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no nos importa, no nos concierne”. Añadía: “No permitamos que nuestro corazón y nuestra mente se anestesien ante la repetición de estos gravísimos horrores contra Dios y contra el hombre porque es cierto que cuando los imperios se debilitan necesitan hacer una guerra para sentirse fuertes, y también para vender armas. Yo creo que la mayor calamidad del mundo es la industria armamentística”.

Y en torno a esta industria siempre se mueve la nube de buscadores de oportunidad que quieren llenar sus bolsillos a costa de la sangre derramada. El libro de Andrew Feinstein, publicado en 2011, nos habla de algunos de ellos y de uno de los más famosos, como el saudí Adnan Khashoggi. Adnan multiplicó sus beneficios cuando Ronald Reagan era el presidente norteamericano, y se vendían armas a Irán en guerra con Irak, pese a estar prohibido por el Senado, de igual forma que se financiaba con estas ventas y el tráfico de drogas el flujo de armas destinado a la denominada Contra que luchaba contra el gobierno Sandinista en Nicaragua. Fue el Irangate de Reagan. El presidente más admirado por nuestro nuevo líder de occidente, sobre todo por su política de bajar impuestos a las grandes fortunas.

Poco después, el empresario Adnan Khashoggi empezó a tener problemas con la justicia, también por ayudar a evadir 160 millones de dólares de Ferdinand e Imelda Marcos, los dictadores depuestos de Filipinas. Un dinero que reclamaba el nuevo gobierno democrático tras el derrocamiento y la huida de los dictadores. Igualmente se descubrieron en Nueva York 30 pinturas del Museo Metropolitano de Manila, entre las que había obras de Rubens, El Greco, Picasso o Degas valoradas en 200 millones de dólares. Khashoggi había urdido el plan de la rapiña y esto nos ayuda a comprender el tipo de personas que se mueven en el mundo del tráfico de armas. Khashoggi acabó acusado en Suiza y su imperio empezó a desmoronarse.

Adnan Khashoggi escogió Marbella y Puerto Banús para instalarse cuando las cosas empezaron a torcerse con el yate Nabila de 86 metros de eslora como emblema y un gasto diario de 200.000 euros para sus fiestas y su séquito. Marcaron toda una época en la ciudad malagueña. Adivinen quién acabó comprando el yate después de pasar por las manos del sultán de Brunei: ni más ni menos que nuestro nuevo guía, Donald Trump, que lo rebautizó con el nombre de Trump Princess, aunque posteriormente se deshizo de él por 20 millones de dólares. Empresas del magnate se declararon en bancarrota en varias ocasiones para protegerse de los acreedores. Los amos del mundo y sus caprichos, aunque, según ellos, es necesario bajar impuestos a las grandes fortunas.

Por cierto, Adnan Khashoggi, clave en el tránsito de armas con destino a Oriente Medio, era tío del periodista Jamal Khashoggi, asesinado y descuartizado en el interior del consulado de Arabia Saudí en Estambul por criticar al régimen saudita. Entró en el consulado el 2 de octubre del 2018 para hacer unas gestiones y nunca más salió. Un comando enviado directamente desde Riad terminó con él.

El metrónomo de la cuenta atrás

El contador del gasto militar en la ONU no es el único de Nueva York que nos advierte del signo de los tiempos. En una conocida plaza de Manhattan, Union Square, se encuentra la obra artística Metronome, creada por Kristin Jones y Andrew Ginzel, donde se cuentan los días que nos quedan hasta que las emisiones de carbono superen la posibilidad de ser absorbidas, siguiendo las recomendaciones de la cumbre del clima de París de 2015. En el momento en que lo visité, en 2024, el marcador señalaba que nos quedan cinco años, 13 horas y 14 minutos para que esta amenaza se convierta en irreversible. El presidente naranja ya retiró a Estados Unidos del acuerdo en su primer mandato y ha vuelto a hacerlo ahora.

Cuando se viaja por el interior de Estados Unidos, como desde Houston a Austin, en el estado de Texas, sorprende ver la gran cantidad de camionetas que circulan y que nunca podrían aparcar en un estacionamiento europeo por su volumen, con más de cinco metros de longitud y un consumo de 12 litros de gasolina por 100 kilómetros. Para Trump el cambio climático no es un problema: él quiere petróleo barato, un consumo más y más intensivo y conseguir las riquezas de Groenlandia, las tierras raras de Ucrania o el agua y los bosques de Canadá.

Es el primer presidente que ocupa el cargo declarado culpable por un juez de 34 delitos de falsificación por los pagos a la actriz de cine porno Stormy Daniels. Un amoral con tres reglas básicas aprendidas de su primer abogado, Roy Cohn, que le ayudó a que se desestimase una querella contra la empresa familiar por discriminación racial, cuando las personas de raza negra debían cumplir más requisitos que el resto para poder alquilar pisos de su propiedad. Una querella que fue desestimada por el chantaje al fiscal con fotografías comprometedoras de su homosexualidad, según cuenta la película The Apprentice. Roy Cohn le dio las tres reglas. Primera: Atacar, atacar y atacar. Segunda: No admitir nunca nada, negarlo todo. Tercera y más importante: pase lo que pase, nunca admitir la derrota, no importa la verdad, sino ganar.

El comandante en jefe del ejército más poderoso del mundo con presencia en 80 países ya demostró su capacidad de negociación en el acuerdo de Doha en 2020 por el que se fijó un calendario de retirada de las tropas norteamericanas de Afganistán y que algunos analistas consideran una rendición total. Antes de la retirada definitiva, las fuerzas de los talibanes se habían alzado con el poder y el gobierno aliado de Ashraf Ghani se vio obligado a huir. Una retirada catastrófica que tuvo que gestionar el nuevo presidente norteamericano que acababa de llegar a La Casa Blanca.

Y así estamos bajo la tiranía de quien se cree invencible mientras el reloj de la estación de trenes de Grand Central, el famoso reloj de cuatro caras instalado en 1913 e icono de la ciudad, donde se han rodado innumerables películas, sigue marcando las horas y los minutos hacia un futuro que parece una gran incógnita. Un nuevo tiempo desconocido que se abre ante nuestros ojos sin saber muy bien hacia donde nos llevará. Sin brújula ni certezas, pero al mismo tiempo con la seguridad de que hay valores y conquistas que nos han permitido llegar hasta un desarrollo humano que merece la pena defender y apoyar. Con todavía muchas tareas pendientes para ese porvenir
de esperanza que, más que nunca, toca construir. Tenemos la lección del siglo XX para no caer en los horrores que nos llevaron a las guerras que estuvieron a punto de destruir la humanidad y que convirtieron Europa en un inmenso campo de batalla. Deberíamos aprenderla y no olvidarla.•

Por Joan Salvat, periodista

 

 

 

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