La noble resistencia del documental a la invasión cotidiana de ficciones
Poco podían imaginarse dos de los directores del documental No Other Land, Basel Adra y Yuval Abraham, lo que les esperaba después de recoger el premio del público y del jurado en la última edición de la Berlinale, el prestigioso festival internacional de cine de Berlín.
Su documental retrata durante cinco años las vicisitudes del pequeño pueblo de Masafer Yatta, en Cisjordania, y cómo cada semana algún incidente provocado por la ocupación —ya sea el ejército o los colonos—, rompe la tranquilidad del lugar. Basel Adra, palestino, vive en la zona junto a su familia. Su compañero, el periodista israelí Yuval Abraham, ha compartido el esfuerzo por retratar la dura presión para echar a la población palestina de sus viviendas. Un lugar dedicado a prácticas militares y a la expansión de nuevas colonias.
Ambos recogieron el premio en Berlín y en su mensaje pidieron dos cosas: un cese el fuego en Gaza y el fin de la ocupación. El respeto, en definitiva, a las resoluciones de Naciones Unidas. Ambos viven separados por menos de 30 minutos de viaje en coche, pero, como explicó Yuval Abraham, su vida no tiene nada en común. Él posee todos los derechos para moverse libremente y Basel Adra vive bajo el control permanente del ejército israelí sin gozar de libertad. El film premiado, codirigido por un colectivo israelí-palestino, no deja indiferente.
Pero el simple hecho de pedir que se cumplan las resoluciones de Naciones Unidas llevó a que portavoces de las autoridades del país hebreo calificasen el discurso de “antisemita”. Rápidamente empezaron a llegar amenazas de muerte para los dos documentalistas a través de las redes sociales. Incluso se han producido manifestaciones delante de la casa de Yuval Abraham en una especie de escrache para evitar que vuelva a su país. Durante estos cinco años de grabación, el documental muestra los incidentes que hacen la vida en Masafer Yatta cada vez más difícil. En definitiva, permite meternos en la piel de lo que significa vivir bajo la ocupación militar en Cisjordania y comprender la desesperación que conlleva sufrir la falta de derechos.
Hay, para mí, tres momentos del documental que tienen una fuerza extraordinaria. Primero, la demolición de viviendas cada cierto tiempo (lo que implica que algunas familias vivan en cuevas porque no quieren abandonar su tierra bajo ningún concepto); en segundo lugar, el poder que tienen los colonos, que pueden permitirse agredir a sus vecinos palestinos con total impunidad, desde talar olivos centenarios a poner cemento en un pozo para impedir el riego agrícola. La crueldad llega hasta el punto de que el documental muestra cómo es asesinado sin contemplaciones uno de los vecinos que intenta hacerles frente. Y, tercero, la destrucción de la escuela con las excavadoras protegidas por el ejército, lo que significa derribar un futuro que era posible y ya no existe.
La película, pues, muestra la presión diaria a los habitantes de Masafer Yatta para que abandonen su pueblo, situado a unos kilómetros de Hebrón. Parte del terreno fue confiscado por el ejército israelí y gradualmente se han demolido numerosas casas sin que se den permisos para nuevas construcciones. Este es un documental de denuncia que nos permite entender el punto de vista de los habitantes de Masafer Yatta.
Una buena película documental siempre dejará poso, siempre nos abrirá la mente y nos pondrá en la piel del prójimo y, sin ninguna duda, este lo consigue. Por eso ganó los dos máximos galardones del certamen. Para los que amamos el documental, el film es un nuevo símbolo de la vitalidad de este género, que ha ido creciendo hasta hacerse un hueco en todos los festivales.
En la Berlinale también se estrenó la última obra del conocido director ruso Víctor Kossakovsky, Architecton, una crítica al uso del cemento en nuestras casas que muestra con visión y estética poderosa cómo el cemento deja huella permanente y cicatrices en la tierra. La lírica, en este caso, puesta al servicio de una idea que nos interpela: por qué construimos edificios tan feos y poco respetuosos con el medio ambiente.
Este año el documental de denuncia ha vivido un gran auge, quizá por las graves dificultades a las que debemos hacer frente como humanidad. Sucedió en los Oscar, donde el cineasta ucraniano Mstyslav Chernov conseguía la estatuilla con 20 días en Mariúpol, la crónica conmovedora del sitio a la ciudad y de las atrocidades vividas durante la invasión rusa —todavía en curso— de Ucrania. Atrapados sin agua, sin luz, sin comunicación, sin comida. Lo dijo el director Chernov en la gala: estos son hechos que no podemos olvidar y por ello hemos hecho una película que nunca hubiéramos querido hacer.
El documental, así pues, se convierte en un valioso instrumento que nos cuenta vivencias, experiencias, historias fuera de nuestros muros y de nuestra propia vida, narraciones que nos permiten ampliar horizontes y saber más del mundo que nos rodea. Nos abren a otras realidades, como hacían en otras épocas trovadores y rapsodas, y por ello tiene sentido esperarlos y apreciarlos como juglares de nuestro tiempo. En una noticia de minuto y medio de un informativo televisivo es imposible traspasar la piel del espectador y dar contexto a aquello que se explica. Este siempre ha sido el trabajo del reportaje (más próximo a la descripción) y del documental, que permite el conocimiento de realidades ajenas y también que el director intente dar su punto de vista sin el corsé compresor del noticiario. Narradores de los tiempos que vivimos. El juglar que nos trae cuentos reales vividos en otros lares.
Viendo No Other Land me vino a la cabeza Five Broken Cameras, finalista al Oscar al mejor documental en 2012, donde se mostraba cómo habían roto cinco cámaras al autor por intentar documentar las protestas pacíficas de la población de Bil’in contra el robo de sus tierras por el avance de los colonos. En este caso también fue una colaboración palestino-israelí de Emad Burnat y Guy Davidi. Emad Burnat empezó a grabar vídeos domésticos para la familia cuando nació su cuarto hijo Gibreel. Era 2005 y en esa época llegaban a su pueblo las excavadoras israelíes para construir un muro que delimitaría el perímetro de un asentamiento judío en Cisjordania. El muro arrebataría al pueblo de Nil’in el 50 por ciento de las tierras cultivables. Ahí empezó un movimiento de resistencia popular que Emad Burnat documentó a costa de que le rompieran la cámara en cinco ocasiones.
Cuando Emad, el agricultor que se había transformado en narrador, llegó a Los Ángeles para la ceremonia de los Oscar fue detenido en el aeropuerto con la amenaza de repatriarlo a pesar de llevar toda la documentación con él. Solo la intervención del documentalista Michael Moore, entonces miembro de la directiva de la Academia, permitió solventar la situación. El control no sorprendió a Emad porque estaba acostumbrado: en aquella época había más de 500 puestos de control israelíes, carreteras bloqueadas y otras barreras para impedir circular libremente por Cisjordania. El documental no ganó el Oscar, pero sí muchísimos otros premios.
Fue precisamente Michael Moore quien consiguió dar popularidad al documental de tesis. El punto de vista del director, que se ha visto en todos sus trabajos que empezaron con Bowling for Columbine, centrado en las masacres escolares en Estados Unidos y la facilidad de obtener armas poderosas. Una crítica a la cultura del miedo y del negocio armamentístico. Moore siguió su trayectoria con varios documentales personales que no intentaban ser objetivos, como Qué invadimos ahora, una valoración de los derechos sociales europeos, como la sanidad o la educación, en comparación con la tradición norteamericana del sálvese quien pueda.
Otro destacado impulsor del género documental ha sido Nick Fraser y su programa Storyville de la BBC. La historia europea del documental no podría entenderse sin su pasión por el género y el programa que dirigió durante muchos años. Una muestra fue su insistencia absoluta en reuniones con productores europeos para apoyar un proyecto futurista llamado La película de la gran catástrofe europea, donde un historiador le cuenta a una niña por qué se diluyó la Unión Europea durante un trayecto en avión en medio de una tormenta. Reina el caos en Europa y es difícil aterrizar. Era 2014, seis años antes del Brexit. El documental se emitió en el programa Sense ficció de TV de Catalunya en 2015. Si Michael Moore había desnudado la sociedad norteamericana, Nick Fraser, un hombre clave para el documental europeo, mostraba ya su profunda preocupación por el auge del aislacionismo, el nacionalismo y el individualismo frente a la cooperación internacional. Una cooperación sin la que no serían factibles documentales que nos den luz sobre nuestro futuro, como los dedicados a los peligros de la inteligencia artificial y la pérdida de intimidad que conlleva y que nos mostrará The Click Trap, producido este año por Polar Films, una productora ubicada en Barcelona, pero con una larga apuesta por trascender fronteras.
Pasado, presente y futuro están conectados en este mundo que el documental nos trata de descubrir desde diferentes ángulos y puntos de vista para que podamos crear nuestra propia forma de mirar. Como dice Javier Marías en Mañana en la batalla piensa en mí, “cada uno entiende como quiere y se cuenta su propia historia, no hay dos iguales aunque sean la misma vivida por ambos”. Esa es una riqueza que merece la pena preservar.
Joan Salvat, periodista, creador y director durante 37 años de los programas Sense ficció, 30 minuts y 60 minuts (TV3).