Manuel Vilas: “Necesito escribir todos los días, es como una obsesión patológica”

Hablamos con el escritor Manuel Vilas (Barbastro, 1962) sobre sus relatos y su proceso creativo. Narrador y poeta, es autor de novelas de gran éxito, como Ordesa, Alegría (finalista del Premio Planeta 2019), Nosotros (Premio Nadal 2023) y Los besos, entre otras. Se define como un ser con una gran curiosidad, un preguntón al que todo le interesa. Dice que es un trabajador artesanal y que construye sus relatos como si fuera un albañil que crea espacios. Necesita escribir todos los días, siempre por las mañanas. Concibe la escritura como el trabajo que le da un sustento y confiesa tener un profundo asombro por la vida y sus misterios.

 

Usted es autor de novela y de poesía. ¿En qué género se siente más a gusto?

Me siento mejor en narrativa. Yo adoro la poesía, pero está muerta y enterrada; como abogado del diablo me gustaría que despertara y que los lectores se acerquen a ella. En la narrativa sabes que hay alguien al otro lado, mientras que la poesía solo la leen otros poetas. La razón por la que escribo es por una profunda admiración y asombro ante la vida y sus misterios. Tengo deseos de celebrar la vida con la gente. Cuando me levanto, me digo ‘pero si está la luz del sol aquí y puedo mover las manos y estoy vivo’. Y eso me parece milagroso. La única manera de sobrellevar este milagro es escribiendo. Empecé con la poesía, pero necesito celebrar el milagro de la vida con la gente y la gente lee novelas, no lee libros de poemas.

En sus relatos mezcla la experiencia personal y la ficción. ¿Se inscribe en la autoficción?

Yo soy un trabajador artesanal. No tengo ninguna mitología ni romanticismo sobre la idea del escritor ni nada por el estilo. Veo algo que me parece importante en la vida, un sentimiento, algo que a los seres humanos les importa, como el amor, por ejemplo, y al verlo me exige automáticamente un tipo de narrativa. Es como el trabajo de un albañil al que le dices tenemos este terreno y le preguntas si podría hacernos un garaje o una casa. Y el albañil dice que en ese espacio podemos construir dos plantas. Pues yo hago lo mismo, concibo una historia que llevo en la cabeza y a partir de ahí construyo un relato”.

“Cuando escribí Ordesa vi la muerte de mi padre y de mi madre y me dije esto es importante, y escribí esa historia. En la última novela, la del premio Nadal (se refiere a Nosotros) vi que el amor es importante entre los seres humanos y escribí una historia de amor. Es verdad que Ordesa es autobiográfica y la otra es ficción, pero yo esa distancia como escritor no la siento. Lo único que hago es ver algo relevante y construir un edificio literario que puede ser autobiográfico o de ficción, pero no es algo premeditado o pensado, es una necesidad constructiva”.

¿Le preocupa lo que dice la crítica respecto a ello?

La crítica le da importancia a si una novela es ficción o autobiografía, pero para mí es una preocupación inexistente. Además, a los lectores tampoco les importa y nadie me ha preguntado nunca en las traducciones si Ordesa es una novela o una autobiografía. La crítica en otros países no está tan constreñida al género literario, en cambio, en España casi parece una superstición. Francisco Umbral decía que la novela en España es una superstición y yo creo en la libertad total en la literatura. Es verdad que es un género popular pero, como decía Cela, novela es todo aquello que debajo del título se puede poner la palabra novela. Cervantes inventó una maquinaria de ficción, que es la novela moderna, en donde cabía todo dentro de un orden emocional.

En su proceso creativo, cuando está escribiendo una novela, ¿hace trabajo de campo, se documenta antes, acude a los sitios que describe?

No lo hago y no suelo acudir a archivos. En la última novela autobiográfica que escribí hay un pasaje en el que me autofustigo, y me trato a mí mismo de vago y de impostor. Y me digo: ‘eres el escritor más vago de España, no te documentas, no lees libros históricos, no vas a los archivos’. Aunque en cosas elementales, claro que sí. Por ejemplo, si tengo que citar un libro, pues compruebo que la fecha sea correcta. En alguna ocasión, como en la novela Nosotros, sí que lo hice, había partes que transcurrían en Italia y yo había estado antes en esos sitios, pero no me documento de modo demasiado exhaustivo. Conocer los lugares que describes siempre ayuda, pero no manejo documentaciones históricas ni nada por el estilo”.

¿Prefiere la simplicidad de acción en sus relatos?

Sí, totalmente, prefiero la simplicidad. No tengo nada en contra de la complejidad, pero soy partidario de una visión de la vida en la que la comprensión y el razonamiento no necesitan circunloquios ni barroquismos y, en ese sentido, soy cervantino. La novela de Cervantes es transparente. Es un tipo que sale a impartir justicia y Don Quijote es el relato de un viaje, tiene una acción elemental y en ella cabe todo. Las tramas complejas se alejan de la vida. Resultan artificiales. Mi vida no es así y por eso me gusta la sencillez en la trama.

¿Cómo es su proceso creativo? ¿Tiene disciplinas o rutinas a la hora de escribir?

Escribo a diario. Si no lo hago, enfermo, necesito escribir todos los días, aunque sean dos líneas. Es una obsesión patológica, psiquiátrica. Esa forma de entender la vida está en el origen de la clase media española. Yo fui profesor de instituto muchos años y lo dejé para dedicarme a la literatura. Heredé de mi familia y de mis padres la idea de que, si no trabajas, no comes. Es una idea de la postguerra española. Me enseñaron que la supervivencia, tu techo, tu pan y tu cama están vinculados a tu trabajo. Cuando dejé la enseñanza para ser escritor, entendí que tenía que cumplir un horario y ser un trabajador de la literatura. Escribo por las mañanas porque es cuando estás más ágil y despejado; por las tardes suelo corregir y leer. Así estoy todo el día en modo literario.

¿Es observador y extrae material para sus relatos de la vida cotidiana?

Soy analista y estoy siempre atento a los detalles que me rodean, por mínimos que sean, y procuro que no se me escape nada. Un escritor debe hacerlo y debe ser capaz de ver los más pequeños detalles, en ellos está la verdad, sobre todo en las relaciones sociales. Yo soy muy observador, tengo una curiosidad infinita. Soy muy preguntón. Mato a preguntas a la gente. Desconfío de aquellos escritores que solo hablan de sí mismos y no preguntan nada. Yo me paso la vida preguntando.

Pues permítame la pregunta: ¿ese es también un rasgo de su carácter?

Si algo me define, es mi enorme curiosidad. Siempre me intereso por lo que hay a mi alrededor. Quién es ese señor que pasa a mi lado, quién es su padre, su madre, cuál es la marca de su coche o de su pasta dentífrica… De ese modo, intento saber qué demonios es la vida, y con la atención a todos estos detalles trato de encontrar algún significado escondido de la existencia. Por ejemplo, en este comedor donde estamos hay unos cajones y me gustaría saber qué hay dentro, cómo vive la camarera, cuánto cobra, cómo es su casa… Ahí está muchas veces el origen de lo que escribo… Es el intento de un ser humano por saber qué es la existencia, qué es el tiempo, qué hacemos aquí en la tierra. Así he conseguido no suicidarme, escribiendo sobre todas estas preguntas fruto de mi curiosidad insaciable y de querer saber.

¿Qué importancia le da al lenguaje, al registro, a la forma?

Los escritores que más me gustan eran grandes estilistas, de Cervantes a Kafka. La literatura no es una prosa funcional, es estilo. No lo es todo pero, si no hay estilo, la creación literaria no existe. En mi opinión, un narrador tiene que ser un prosista, no basta con que sea un notario. Es el anticliché y un escritor no puede adjetivar como lo hace la sociedad, un telediario o un medio de comunicación.

¿Hay alguna conexión entre sus obras? ¿Es ‘Ordesa’ una continuación de ‘Alegría’?

Sí, en algunos casos la hay. Ordesa y Alegría están conectadas. Ordesa es la novela que escribí a la muerte de mis padres y me situó en un orden biológico. Me di cuenta de que era hijo, pero después me convertí en padre y eso me llevó a escribir Alegría y cerraba así un ciclo biológico. Se trata de un ciclo en el que hombres y mujeres consiguen dar significado a sus vidas. Primero son hijos o hijas con una identidad y muchos de ellos luego son padres o madres. Después llegan los nietos. Es como una novela del siglo XIX, planteamiento, nudo y desenlace. Esa circunferencia biológica da sentido pleno a la vida. Ahí está el ámbito de las relaciones sentimentales y escribí dos novelas, Los besos y Nosotros, sobre las relaciones de pareja. Sobre el amor, no tengo nada más que decir.

Usted afirma, a menudo, que somos seres vulnerables, estamos vinculados por lazos familiares…

El heteropatriarcado lo han sufrido las mujeres, pero también los hombres. Una forma de sufrimiento es la imposibilidad de confesar la vulnerabilidad y eso es terrible. Yo de niño era muy tímido y sufrí como Cristo en la cruz y no podía decirlo porque era un niño, era muy vulnerable. Mis libros hablan de ello. En el último que he escrito un hombre de 60 años confiesa su gran vulnerabilidad, su fragilidad extrema, su padecimiento, ansiedad y depresión, y todo ello es inconfesable. Es un acto vinculado a la edad y si tuviera 20 años no lo diría, pero en algún momento hay que decir lo que nos ha pasado. La literatura y el cine son espacios en los que la hipocresía no entra, sirven para decir las cosas sin hipocresía. Acabo de terminar una novela autobiográfica que trata sobre eso. Está terminada, en fase de correcciones y aún no tiene título.

Juan Antonio Masoliver Ródenas dijo de ‘Ordesa’ que es una crítica a la sociedad española. ¿Está de acuerdo?

“En realidad es una fotografía sobre la sociedad española y revelaba las carencias de esa sociedad. Estoy de acuerdo con Masoliver, pero no era una foto con ánimo de criticar, sino de recordar a mi padre y mi madre. Él nació en 1930 y vivió siempre bajo el régimen franquista y solo disfrutó de la democracia 20 años. Era viajante de comercio y toda su vida transcurrió bajo el franquismo y la miseria de ese régimen político en todos los órdenes. Y, sin embargo, él fue feliz y mi madre también. Decía Kafka que la alegría es una obligación de los seres humanos, y yo también lo creo. Mantener esa alegría, esa capacidad de defenderte de las adversidades es algo que siempre admiro. La alegría no está vinculada al éxito, es una adhesión a la vida, un asombro íntimo por estar vivo y no necesita exhibición ni demostración alguna. Ese es el misterio de la alegría. He sostenido siempre su importancia y, en ese combate con la felicidad, elijo siempre la alegría. La felicidad es circunstancial, pero la alegría es una adhesión a la vida, es una actitud en la vida”. •

 

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