Tres teorías generales se utilizan a menudo desde la psicología social, la criminología y la sociología, para explicar las “causas” de la violencia juvenil: la teoría del control, la teoría del aprendizaje y la teoría de la tensión.
La teoría del control viene a decir que los individuos violentos escapan a las normas convencionales de la sociedad, tienen una integración social deficitaria que incluso puede ser un rechazo de integración social. El control puede ser externo e interno. El externo se refiere, por ejemplo, a la no aplicación o la insuficiente aplicación de las leyes en vigor. Pero el control externo lo realizan también los agentes de socialización y en primer lugar, la familia y la escuela. Desde esta perspectiva es imposible pasar por alto la evolución de las familias (de autoritarias a impotentes) y de la escuela (con un profesorado puesto en cuestión por algunos padres de familia).
Pero los teóricos del déficit del control social, señalan, justamente, la importancia del control interno esto es, la justificación de los comportamientos violentos por parte de los jóvenes. Ciertamente es un tema clave como muestran las Encuestas de Valores, aplicadas tanto a jóvenes como adultos, siguiendo un modelo ya avalado por centenares de estudios en el marco del European Values Study cuando estudiamos los “valores”, sea como justificación de comportamientos, sea como priorización de objetivos vitales, sea como criterios de acción social. Hay más de mil evidencias empíricas solventes a través de toda Europa, que muestran la correlación entre la justificación de determinados comportamientos (suicidio, causar destrozos en la calle, pena de muerte, terrorismo, rechazo a la autoridad legítima etc.) y la práctica de la violencia.
A esta teoría de control se le ha venido a superponer, que no contraponer, la teoría del aprendizaje, que casi con la misma terminología ya denominaba Sutherland, en la década de los años 30 del siglo XX, como la teoría del aprendizaje diferencial. La idea central viene a decir que la conducta desviada violenta no es tanto la consecuencia de una ausencia de control social cuanto de procesos de imitación y reproducción adquiridos en ámbitos violentos del orden que sean. Para los que han nacido en la cultura del robar les parecerá la cosa más natural del mundo. En el País Vasco, la teoría del aprendizaje diferencial fue pertinente para explicar la Kale Borroka. Los jóvenes que la practicaban no lo hacían por ausencia de control social externo (aunque sí interno) sino básicamente por imitar modelos referenciales que justificaban la práctica del terrorismo, básicamente en su familia o entre sus amigos. Un tercer ejemplo, lo tenemos en el terrorismo islámico donde la teoría del aprendizaje tiene plena validez. Actualmente la violencia de algunos jóvenes, pocos, pero muy violentos, relacionados con el fútbol (los hooligans), exigen estudios a tenor del aprendizaje diferencial, que tiene como consecuencia comportamientos grupales brutales y violentos, que perturban la vida de la ciudad con motivos de determinados partidos de fútbol. Lo hemos vivido en San Sebastián recientemente en un encuentro entre la Real Sociedad y el PSV de Eindhoven, donde unos 30 o 40 forofos de este último equipo desfilaron amenazantes ocupando una calle importante de la ciudad custodiados por Ertzainas. Aquí la pregunta es cómo hemos llegado a permitir semejante “libertad de expresión” a estos violentos de tantos clubes de fútbol.
La teoría de la tensión tiene sus orígenes en un famoso trabajo del sociólogo americano Robert K. Merton escrito el año 1938. La tesis central de Merton viene a decir que la violencia es el fruto de la tensión que se produce cuando hay una “disociación entre las aspiraciones culturalmente prescritas (en una sociedad concreta) y las vías socialmente estructuradas para realizar esas aspiraciones”. Ciertamente hay que observar que Merton se refiere en sus análisis a la sociedad americana de su época, pero la línea central de su razonamiento sigue siendo válida, a condición de adecuarla a la realidad concreta de cada momento y sociedad concreta.
Pero desde la perspectiva de los propios jóvenes hay que distinguir al menos tres perfiles diferenciados.
TRES TIPOS DE VIOLENTOS
Tras lecturas veo:
1. Jóvenes pacíficos (inclusopacifistas) devenidos violentos bajo la idea dominante de que “los movimientos pacíficos no han servido para nada y además nos acusan de alzamientos tumultuarios” (por ejemplo, en Catalunya con el Procès).
2. Colectivos antisistema internacionales que buscan cualquier “pretexto” para organizar la violencia callejera como auténtica guerrilla urbana. También colectivos locales en torno a una idea o pretexto, así los hooligans en el fútbol.
3. Jóvenes que buscan la violencia lúdica que a veces llamamos gratuita en el sentido de que no buscan objetivos políticos u otros. Quieren llevar a cabo en la realidad lo que ven en la ficción de las redes sociales y buscan un protagonismo a caballo entre el narcisismo y la aventura.
Una nota singular de algunos grupos es que quedan en un lugar y hora para enfrentarse violentamente entre sí, aun con ciertas reglas. Aunque hay dudas entre los expertos de que en la actualidad haya más violencia juvenil que hace años o décadas, hay hechos que sobresalen en nuestros días: la gravedad de algunas manifestaciones violentas y la repetida actitud de enfrentarse a la propia policía.
Avanzo la siguiente reflexión. Apenas hay autoridad reconocida, pero sí una aceptación generalizada de la desobediencia, incluso violenta; se interpreta que la violencia callejera es una violencia de respuesta, siendo la violencia institucional (capitalista) la primigenia; hay desigualdades sociales que van en aumento y la sensación de que solamente mediante la violencia se obtienen los objetivos que se persiguen. Hay un dominio aplastante del “constructo social” de que todo está mal. Los medios escritos, las radios y las televisiones se han convertido en púlpitos laicos de cosas que funcionan mal y de la necesidad de que las Administraciones resuelvan todo: las pensiones, la educación, la sanidad, particularmente ahora con la pandemia, las personas con alguna dependencia, los transportes (con huelgas en fechas significadas); el presentismo: lo queremos todo y ahora. Y gratuitamente. Y todo esto en una parte del planeta donde está más desarrollado el estado de bienestar. Pero el estado de bienestar no tiene techo, no tiene límites. Siempre puede ser mejor. En fin, falta ecuanimidad, mesura, rigor en las críticas. Un ejemplo extremo lo tenemos en los comentarios anónimos en los digitales: son vomitorios de gente despechada por esto o aquello y que no se atreven a firmar con su nombre. Se ocultan. Pero ¿cómo dialogar con quien no sabes quién es?
Javier Elzo es sociólogo.