¿Qué hubiera sido de Europa sin Delors?

En un país como Francia, donde la condición de católico practicante lleva casi irremisiblemente a la militancia, y pese a pertenecer a una generación formada por la educación popular católica, Jacques Delors fue durante toda su vida profundamente laico, separando siempre su fe de su compromiso político. Eso solo, le define. Nacido en 1925 en un barrio popular de París, estudió Derecho y pronto se interesó por la acción política, que inició con su trabajo en la Confédération Française Démocratique du Travail (CFDT). En 1973 se convirtió en consejero del Banco de Francia y en catedrático de Gestión de Empresas de la Universidad de París. Un año más tarde ingresó en el Partido Socialista Francés. También fue diputado europeo y ministro de Economía y Finanzas en el primer gobierno de François Mitterrand (1981-84).

Ya entonces, cuando el primer Gobierno de izquierdas en la Francia de la posguerra se vio obligado a renunciar al proyecto maximalista de privatizaciones, con el consiguiente cambio de primer ministro y la defensa de una “economía mixta”, explicitada por el propio Mitterrand, Delors tuvo ocasión de mostrar su faceta posibilista. Desde entonces, para las izquierdas era claramente un señor de derechas, pero desde las filas conservadoras se le consideraba un revolucionario izquierdoso, especialmente por su vertiente social. Él, sin embargo, tenía muy claro que su corazón estaba a la izquierda, aunque es cierto que intentaba buscar el consenso entre las dos partes. Desde los inicios de su actividad política siempre defendió una línea de lo que se ha calificado como pragmatismo realista, basado en la política contractual. Era dialogante y posibilista, precisamente la figura política que hoy en día más se echa a faltar en Europa y, especialmente, en España.

Tal vez por eso, Mitterrand basó buena parte de su campaña electoral de 1981 en Delors, para enfatizar su moderación en el terreno económico y contraponerlo a los ministros del Partido Comunista que formaron parte de su primer Gabinete. Fue el eje esencial del “tournant de la rigueur”, el giro hacia la austeridad monetaria de 1983, que supuso el fin de los criterios con los que Mitterrand había llegado al poder y el regreso a la ortodoxia presupuestaria.

No es de extrañar que, con ese bagaje, Mitterrand y el canciller alemán Helmut Kohl apostaran por él para la presidencia de la Comisión, el órgano ejecutivo de la Comunidad Económica Europea (CEE). Con el apoyo del eje francoalemán, su visión política y su capacidad de acción, Delors consiguió transformar lo que, básicamente, era un tratado comercial a varias bandas, en una Europa cada vez más federal, incluso mientras se enfrentaba a la primera crisis de la deuda, a un polémico debate sobre la migración —que ya ponía sobre la mesa la cuestión de las renuncias a soberanías— y a la pregunta de si los países ricos del norte seguirían proporcionando fondos a sus vecinos del sur de Europa.

En apenas una década afrontó la ampliación de la Unión Europea con la entrada de España y Portugal en 1986 y la de Austria, Finlandia y Suecia en 1995; la aprobación del Acta Única Europea (1986) para la unión económica y monetaria que acabaría trayendo consigo el euro, y los acuerdos de Schengen, que supondrían el libre movimiento de personas en la mayoría de los países de la Unión.

Por supuesto, los acontecimientos le ayudaron, especialmente la caída del muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría, porque su impulso por una integración europea más rápida y profunda encontró el apoyo de la mayoría de los líderes europeos, y especialmente del canciller Kohl, con quien compartía su visión de una Europa unida. Kohl, además, estaba muy necesitado de la visión federalista de Delors, que le permitía diluir y apaciguar los miedos que levantaba la memoria de una gran Alemania unificada, en un momento en el que las heridas de la II Guerra Mundial estaban aún bastante frescas, transmitiendo el mensaje de que el futuro se construiría en torno a una Alemania europea y no en una Europa alemana.

La Unión Europea no existiría sin las ideas de Jean Monnet y la determinación de Robert Schuman, pero probablemente hubiera seguido siendo un simple tratado comercial en decadencia, sin el impulso que le proporcionó Jacques Delors.

 

J. M. Martí Font, periodista

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