
De entre todas las actividades programadas en la última y exitosa edición de la Biennal del Pensament que tuvo lugar en Barcelona el pasado mes de octubre, había una que bien pudo ser considerada como el plato estrella. Era una charla entre dos historiadores: El israelí Yuval Noah Harari, a quién vimos a través de una pantalla, y el holandés Rutger Bregman. Un día antes de la charla —que condujo la periodista Llucia Ramis— Bregman acudió a las oficinas del CCCB (Centre de Cultura Contemporània de Barcelona) para charlar con El Ciervo acerca del merecidísimo éxito de su último libro, Dignos de ser humanos (Anagrama 2021). Llegó sonriente, dispuesto y haciendo gala de una amabilidad inteligente, como su mirada. Y empezamos felicitándole.
P. Felicidades por su reciente paternidad.
R. ¡Gracias! Mi hija ha empezado a caminar hace poco.
P. Intentamos comunicarnos con usted, pero su editor nos dijo que quería aprovechar su permiso de paternidad.
R. Sí, tuve un permiso ridículamente largo. Después de un par de semanas ya estaba pensando en volver a trabajar.
P. Usted fue padre durante la pandemia, ¿cómo vivió ese período?
R. Mi último libro se publicó en septiembre de 2019 en los Países Bajos, seis meses antes de que todo empezara. En mayo de 2020, se publicó en inglés. Con las librerías cerradas, unos me decían que era el peor momento de la historia para sacar un libro, y otros que era el mejor que haya existido nunca. Todo depende del punto de vista desde el que se mire. Los primeros capítulos de mi libro tratan de cómo la gente reacciona ante las crisis, y siempre hay quienes sostienen la vieja creencia de que la gente solo sabe entrar en pánico.
P. Así que no cree que una ola de miedo recorriera el mundo…
R. No del todo. Es bastante impresionante que miles de millones de personas de todo el mundo reajustaran su estilo de vida para evitar que el virus siguiera propagándose. La gran mayoría de la gente se comportó de forma cooperativa, algo que ya hemos visto en muchas otras crisis. Con el paso de los meses, nos fuimos acostumbrando a la situación pero las cosas se volvieron cada vez más difíciles, ya que las heridas y el dolor se iban acumulando. Aun así, diría que la mayoría de la gente estuvo a la altura. Si lo piensa bien, no hay ninguna otra especie que pueda ajustar radicalmente su estilo de vida para proteger a sus congéneres, a la mayoría de los cuales no conoce ni conocerá nunca, de un virus invisible. ¡Es increíble!
P. Un signo positivo.
R. Sí. Incluso si pienso en la gran cantidad de personas que se negaron a vacunarse. Muchos decían, incluso los más progresistas, que era una postura egoísta. Pero, obviamente, no lo era. Estas personas creían genuinamente que vacunarse no era bueno ni para ellos ni para sus familiares y amigos, ni tan siquiera para el conjunto de la sociedad. Así que también era un sentimiento legítimo, sincero y que tenía en cuenta a los demás. El problema es creerse que solo tú estás en el lado correcto de la historia, eso sí es algo realmente preocupante de los seres humanos.
P. Usted sostiene en su libro que el ser humano tiende más a cooperar que a competir, a confiar que a desconfiar. Y que ha sido el altruismo y no la competitividad el verdadero motor evolutivo de la Humanidad. ¿Decidió escribir este libro para convencer a los totalmente dependientes unos de otros. Mi libro, por ejemplo, incrédulos?
R. Me decidí porque empecé a darme cuenta de que había muchos científicos de distintas disciplinas científicas, antropólogos, arqueólogos, sociólogos y psicólogos, que comenzaban a tener una visión más esperanzadora de la naturaleza humana. El problema es que los científicos a menudo no hablan mucho entre sí, ya sabes, están en diferentes departamentos, en edificios distintos… Están súper especializados, saben todo acerca de su pequeña parcela, pero a veces no aciertan a compartir impresiones y resultados con los demás. Por eso necesitamos generalistas como yo, que saben un poco de todo y tratan de conectar todas las piezas del puzzle.