Artículo publicado en el N.º786 (Mar-Abr 2021)
Sorprende que muchos seres humanos sigan considerando la ficción como un accesorio imaginativo más, un elemento no indispensable para la vida, acaso menos útil que el paraguas o el peine. Sin embargo, la ficción es la materia sustantiva del homo sapiens, la primera sabiduría de la humanidad. Un personaje —ficticio, eso sí—, el profesor Eduardo Souto, ha llegado a afirmar que “no es el ser humano quien inventó la ficción, sino la ficción lo que inventó al ser humano”. Una ocurrencia más, pensarán muchos, pero voy a intentar explicarlo.
Sin entrar en la metafísica, lo indiscutible es que nuestra especie formó parte del mundo de los primates y que se separó de tal ámbito mediante lo que se llama —a veces desde perspectivas demasiado oscuras— “el pensamiento simbólico”. Pues ¿qué es un partido de fútbol sino la figuración incruenta de una batalla? Claro que este tipo de “simbolismo” no es solamente propio del ser humano: podemos ver perros corriendo tras las pelotas que les tiramos, o gatas haciendo que sus cachorros —también a modo de juego, en este caso educativo—, se pasen unos a otros un ratón agonizante…
Los elementos originarios de nuestra cultura nacen de esa forma de pen- samiento, que un día —al parecer hace poco más de 150 mil años— comenzó a bullir en el cerebro de nuestros ante- pasados. Los sonidos de la naturaleza nos inspiraron la idea de simularlos mediante golpes y chasquidos, y nació la música; empezamos a reproducir materialmente los aspectos que nos interesaban de la realidad y nacieron la pintura y la escultura —a mí me fascinan la patente visión de “arte contemporáneo” que ofrece el “gran bisonte” de la cueva de Altamira o la misteriosa expresividad “carnal” de la Venus de Willendorf—; la conquista de la ganadería originó seguramente la aritmética, por la necesidad de contar —¿y puede haber algo más poderosamente simbólico que el número 0, que representa la NADA?—. Eso, sin entrar en el tema del dinero, que en vulgares hojitas de papel puede materializar la riqueza del mundo.
Pero todo esto se ha ido fraguando desde un soporte imprescindible, el del lenguaje. Respetando cualquier opinión sensata, yo defiendo que todos los seres vivos, animales y vegetales, tenemos un lenguaje de comunicación. Mientras escribo este texto, en el exterior algunas palomas están manifestando ruidosamente su faceta seductora como lo hacen ciertas flores desde los grandes tiestos que un vecino mantiene en su terraza. Mas lo que caracteriza al lenguaje humano no es que sea articulado —ignoro si el de los delfines también lo es, a su modo— sino que a partir de sus orígenes, con las mitologías que hicieron pintar ese bisonte o modelar aquella figura femenina, está decididamente marcado por la invención de historias para explicar la realidad: el edén originario, el tesoro que nos aguarda en cierto lugar, la relación con los demás, la capacidad de sacrificio, el heroísmo, la maldad, la bondad, la traición, el amor, el dolor, el gozo, el odio, la alegría, el miedo…
El primer destino del lenguaje fue construir esas historias descriptivas, esclarecedoras, de nosotros y del mundo que nos rodeaba. Yo suelo poner como ejemplo la preciosa colección de cuentos orales que recopiló a finales del siglo XIX el lingüista y antropólogo prusiano Wilhem Bleeck tras su trato con una tribu pigmea bosquimana. Nómadas y cazadores —lo más humilde e indefenso de la especie— tenían sin embargo una asombrosa riqueza de ficciones orales, realistas y fantásticas, que les permitía descifrar el mundo en el que se movían, y hasta el más allá…
Y es que para eso nos sirve sobre todo la ficción, además de entretenernos: por ejemplo, leyendo hoy a los grandes escritores del siglo XIX, como Benito Pérez Galdós, comprendemos la realidad de su tiempo —conductas y sentimientos, oficios y clases sociales, ambientes…— de un modo que ningún otro instrumento puede reflejar con tanta precisión, certeza y —¿por qué no decirlo?— emoción.
Claro que dentro de la ficción, en la literatura, y hoy día también en el cine, en las series de la televisión… caben la manipulación y la mentira. Pero un sistema educativo que apoye las humanidades y forme a la ciudadanía en la lectura de buena literatura será nuestra mejor defensa. Por otra parte, también la llamada realidad está llena de manejos torcidos y de falsedad…
José María Merino es miembro de la Real Academia Española.