Europa en su laberinto


Texto publicado en el n.º779 (Ene-Feb 2020)

El recientemente fallecido Gabriel Jackson, hispanista hasta la médula, me contaba por el año 2006, en su apartamento de El Putxet –la montaña de los literatos barceloneses–, que cuando era joven tuvo un encuentro con altos cargos del PNV en el exilio y “uno de ellos me dijo, entre elogios, que mi cráneo era cien por cien vasco. Yo, que soy un norteamericano de ascendencia judía, eslava e irlandesa, no salía de mi asombro; al final me lo tomé a chiste”. En contraste con eso, gustaba asimismo recordar que, tras un combate de boxeo entre el estadounidense negro Joe Louis y el alemán Max Schmeling –quien resultó derrotado–, le preguntaron al primero: “Joe, ¿te sientes orgulloso de tu raza? A lo que Louis respondió: “Sí, me siento orgulloso de mi raza, la raza humana”.

Sobra casi mencionar que Gabriel Jackson, fallecido el pasado mes de noviembre en Ashland (Oregón), tiene en su currículo una larga lista de obras, centradas algunas en los siglos diecinueve y veinte –Joaquín Costa, Azaña, Juan Negrín–. Quisiera, no obstante, referirme aquí a un libro modélico, cuyas páginas entremezclan noticias y reflexiones múltiples: Civilización y barbarie en la Europa del siglo XX (ed. Crítica), síntesis nada abstracta pues nace de la experiencia vital de un hispanista reacio a refugiarse en la ciudadela académica y testigo de algunos de los sucesos más trascendentales de estos últimos tiempos. Amplísimo ensayo que explora el pasado, hace hincapié en las grandezas y miserias de un grupo de naciones y traza, por último, un dictamen acerca del futuro que se cierne sobre Europa.

Con el paso de las páginas va tomando cuerpo la tesis que plantea el profesor Jackson, a partir de la tan hiriente paradoja que ha ensangrentado nuestro continente: lo que denomina juego de tensiones entre el “instinto” y la “civilización”. Tal hecho cristalizará en trece capítulos que dibujan el rostro de una Europa que se hace y se deshace a lo largo del siglo veinte. A su entender, fue en la Gran Guerra cuando empezó a incubarse la confrontación entre liberalismo y fascismo: una Francia “cansada”, crepuscular en términos culturales y, frente ella, la nación alemana encarnando para algunos “lo juvenil”, lo instintivo o espontáneo.

De este conflicto surgirá una paz “inestable”; el afianzamiento del fascismo con el crac de 1929; la segunda guerra mundial; la ocupación nazi –con párrafos admirables donde Gabriel Jackson elogia la conducta de aquellos “hombres justos” que, en el silencio, ayudaron a las víctimas–. Para, en la segunda mitad del libro, analizar el “Estado del bienestar”; el “socialismo real”; la “guerra fría” y, cabe reiterarlo, una meditación sobre lo que ha sido la moderna Europa. Es muy sintomático observar cómo en los medios de comunicación empieza a renacer hoy el calificativo existencialista, sinónimo de ‘crisis’, ‘desconcierto’ o ‘angustia’, conforme ocurría en la primera mitad de la pasada centuria.

Unas sombras que están dañando a nuestro continente y en cuyo seno habita el nacionalismo. A saber, la “tenacidad de los conflictos étnicos” en el sentido de que cada núcleo territorial tiende a replegarse en sí mismo, excluyendo al grupo “extraño”, por medio de la acuñación de estereotipos deshumanizadores. Piensa nuestro profesor que, si apostamos por “la vitalidad” de la civilización europea, “nunca se insistirá bastante en la importancia de la libertad de circulación –física y espiritual–, dentro de la variedad de culturas nacionales”. 

Palabras no lejanas al afán de Simone Weil por conciliar el respeto hacia las “raíces” con el despliegue de las “ramas” que absorban la otredad y vislumbrar, así, una serena plenitud: un “nosotros” plural, ajeno a todo etnocentrismo. ¿Alcanzaremos esa plenitud, dejando atrás tantos malos augurios?

Por Laureano Bonet.

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