Texto publicado en el n.º780 (Mar-Abr 2020)
Como recuento de un largo proceso de aprendizaje cabe entenderse esta magnífica Galería de rara antigüedad, libro del poeta Jaime Siles con el que ha obtenido el prestigioso Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma.
Si en la época de los “novísimos” los poetas se esforzaron por llevar la cultura a la vida, ahora lo que Siles se propone es dar un giro a esa pauta: llevar la vida –y no en abstracto, sino su vida, su historia personal, aquello que ha dejado en él una huella imborrable– hasta la entraña de la cultura misma, que, en su concepción, es tanto como añadir más vida a la vida.
Jaime Siles demostró desde muy pronto su talento, en obras como Canon (1973) o Alegoría (1977), y fue reconocido por la crítica como una de las salidas estéticas más válidas para la poesía española de los años 70. Siles ha brillado siempre dentro de una línea poética que no oculta su apego por la clasicidad, pero que no renuncia tampoco a la experimentación y a la reinvención de las formas. En su alma clásica se diría que aliente un sereno vanguardista.
En Galería de rara antigüedad, editado por Visor, parece que haya hecho una excepción y se ha decantado absolutamente por el verso clásico, sin concesiones a lo experimental, salvo el matizado eco del hexámetro que parece oírse, como un rítmico mar, en algunos contados momentos.
Si es un libro de “aprendizaje”, lo es a la manera en que Yorgos Seferis consideraba ese aprendizaje como marca definidora del estilo de Cavafis, junto al pensamiento y la sensación: la vida propia entra en escena y se transmuta en obra. Pocos libros de poesía más vitalistas que esta Galería, habitada por todos los seres queridos que, desde la proximidad familiar o desde la cercanía intelectual, representada por sus maestros, han marcado la existencia de Siles, haciendo de él la persona y el poeta que es hoy.
A través de una serie de figuras históricas o ficticias que Siles pone en pie y monologan o aparecen como “personajes interpuestos” en el poema, se ejemplifican las virtudes, pero también los desvíos, de aquel admirable mundo clásico. “Mnamón el cretense” ilustra el conocimiento “exterior”, la erudición epidérmica que invita a la huida de sí mismo. El personaje de “Phoinikastas” representa otro autoengaño: el de quien rehúye la propia memoria, de modo que todo cuanto hace es como una mecánica escritura, la de un amanuense que repite sin saber y copia sin aportar nada nuevo. “Los dioses urden el miserable / destino de los hombres, que es uno y siempre el mismo / y consiste en morir”, leemos en el brillante monólogo de Belerofonte. Pero ante ese fatum compartido por la humanidad entera, se alza la imaginación, el deseo de vivir en otra órbita, por encima del destino que nos aguarda (poema “De un innominado paflagonio”).
Desde esta lúcida conciencia de la Antigüedad –menos “rara” de lo que se conjetura, porque sus valores tienen plena vigencia en nuestros días–, Siles hace en su bello libro una cerrada defensa de la palabra, de la razón, de la cultura y de la memoria “coral”, que hace suya cada nueva generación que vuelve los ojos a los orígenes. Lo que vieron y descubrieron por vez primera los antiguos pasa a nosotros y se mantiene vivo, como sangre propia, a través de la historia de héroes y dioses, de poetas y mitos. Todo pasado se vuelve presente cuando leemos los viejos textos. “La guerra de Troya aún no ha terminado”, afirma. Somos testigos mortales de un mundo inmortal.
Con Galería de rara antigüedad Jaime Siles parece erguirse y mostrarse a la vista del lector en todo su ser y en la medida de lo humano. Y nos muestra su verdadera dimensión como poeta y como humanista.
Por Alejandro Duque Amusco.