Este texto —La escuela no es un parque de atracciones. Una defensa del conocimiento poderoso, de Gregorio Luri (Ariel, 2020)— pone en cuestión las bases fundacionales del pensamiento pedagógico dominante y viene a denunciar los excesos de la iglesia de los pedagogos soñadores, los actuales reyes del mambo legal educativo. Desvela la magnitud y el alcance de su magia cognitiva, de sus dogmas y recetas, cargadas de más prestigio sentimental que de verificación racional. Tataranietos orgullosos de Rousseau están produciendo un discurso hegemónico seductor al que llaman nuevo paradigma educativo, adornado con los cascabeles tecnológicos del mercado y, sobre todo, perfumado con el aroma del poderoso giro afectivo-emocional que viraliza ya todas las relaciones sociales de nuestras sociedades consumistas y del espectáculo.
La lectura, la aproximación rigurosa a la conceptualización, el esfuerzo sostenido o la reflexión exigente como vías obligadas del aprendizaje escolar son remplazadas hoy por las motivaciones extrínsecas, el auge del ingenio creativo y sus mil expresiones lúdicas y hedonistas. Pagan el pato de esta verbena generacional, dice Luri, el conocimiento poderoso, el pensamiento, el saber. Por ello tiene mayor mérito su esfuerzo contracorriente al reivindicar con cordialidad, frente a esa soñadora deriva emotivista, la importancia antropológica fundacional del conocimiento duro, de sus exigencias procedimentales individuales y de sus consecuencias morales y sociales. Racionalismo pierde, sentimentalismo gana. Más codos pelados y menos sueños revolucionarios; o más mendigos reflexivos y menos reyes soñadores, si prefieren la vena poética.
Aunque ya puestos a controlar los sueños se le puede objetar al autor —como sin duda se hará— que no aborde, además, otros ámbitos no teóricos pero muy condicionantes de la dura vida cotidiana del docente: la inversión educativa, el número de profesionales, su consideración social, sus recursos, su formación…, todas esas minucias que suelen adjudicarse al limbo de la política educativa, esa pesadilla inacabable.
En tres partes expone con escrupulosidad su análisis, explica sus conceptos cruciales —el capitalismo cogni- tivo y el conocimiento poderoso como arietes principales—. El lector dispone así de un marco reflexivo con el que repensar críticamente algunas certezas pedagógicas tradicionales que revelan la consistencia de meras pompas de jabón de algunos autodenominados nuevos paradigmas. No hay métodos conservadores o progresistas sino métodos buenos o malos, nos dice el autor; la novedad por sí no es garantía alguna de efectividad.
Un sustancioso epílogo y una prolija bibliografía, sin devociones ni patrias, ponen fin a este jugoso texto, de fina ironía en algunos pasajes, especialmente indicado para pedagogos, de salón y de aula, esforzados parteros de aquel “ciudadano crítico”, tan rastreado durante siglos como malo- grado en el que ahora corre. Unos y otros agradecerán su lectura aunque les inquiete un mucho el espíritu y les duela un poco la cabeza… cognitivamente hablando.