Desconfinados

Desconfinados

Artículo publicado en el n.º781 (May-Jun 2020)

Especular económicamente con una pandemia mortal es un crimen y da rabia. Hacerlo políticamente da bastante pena. Ignora que la razón de un tentetieso, lo que le impide caer o vencerse, no está en el hueco de la figura sino en el peso de su fondo. Y en este asunto el fondo dice que cuando ocurre una desgracia la gente se vuelca para ayudar en lo que sea. Nada cuenta más ni hay más cuento. Pasa en todas partes porque propio es de los humanos mostrar lo mejor (lo peor también) de la humanidad, pero sí parece que aquí tenemos una manera más vibrante de manifestar la solidaridad, esa virtud. Antes la llamaban caridad. 

Parece pues mentira que en plena desgracia de la covid-19 una parte de nuestros representantes, concretamente de la oposición, niegue el apoyo que la crisis reclama. No es solo mezquindad y egoísmo, es la torpeza de golpear a la figura sin entender el fondo. Y sin atenderlo, porque esa actitud no se compadece con (ni de) la que muestra gran parte de sus mismos votantes, gente que se comporta al margen de etiquetas políticas, a cara descubierta, a mascarilla puesta o quitada. 

Ni siquiera vale la pena bajar al detalle de los retorcidos argumentos en que se escudan esas protestas y obstrucciones: golpe de estado, dictadura constitucional, autoritarismo, 1984, Un mundo feliz, Blade Runner, tildar de rebaño de sumisos perezosos a los ciudadanos que cumplen y alabar a la vez el modelo sueco, basado precisamente en el compromiso personal con el cumplimiento de las normas… No: la foto está hecha y todos han quedado bien retratados. Sabemos que el Gobierno se ha visto desbordado y que perdió la brújula, tropezó, tardó, se precipitó, erró, corrigió. Pero comprendemos que así ha ocurrido en todas partes y vemos que en casi todas se maniobra menos y se ayuda más. Sabemos lo que ha pasado en las residencias geriátricas y también por qué y quién tenía que impedirlo. Sabemos cuándo, cuánto y cómo se recortó la inversión en la sanidad pública, y que es innoble endosar a otro culpas propias. Sabemos lo que cuesta obtener ayuda de Europa y por eso ofende el tic clasista de llamar mendicante al presidente que la pelea en Bruselas (el virtuoso maestro Aznar lo hizo en tiempos adornándose con diéresis: pedigüeño, llamó a Felipe González.) 

Tal vez cree esta oposición que así va a conseguir la confianza del electorado. ¿Es eso lo que inspiran las hondas aguas del pozo de la Faes, en eso consiste el faesismo? ¿Tienen estudiado sus analistas que les va a funcionar aquí el teorema de Trump, según el cual el número de votos favorables es igual al doble del peso de la barbaridad proferida en las redes? ¿O se trata de un error más, de un reflujo de inmadurez impaciente con agrio sabor a pataleta: pues que no gobernamos, húndase el barco con todos dentro? Si fuera eso, recuerden: solo el necio prefiere a remar ser pecio. Mejor déjense de rabietas: crezcan y céntrense. O mejor aún: céntrense y crecerán.

El seguimiento tan amplio del confinamiento indica que hay necesidad de confiar. No parece por ello razonable ofrecer desconfianza, sembrar cizaña, que germina en división y florece en odio. Porque lo que realmente cuenta es el fondo: la gente de buena fe, es decir la gran mayoría, ayuda a remar, arrima el hombro, intenta no perder confianza y se escandaliza con los que se aprovechan del drama, unos especulando con mascarillas, batas, fármacos, ventiladores, geriátricos o en las Bolsas, otros en la política. Tomemos nota para, a estos últimos, recordárselo cuando se convoquen elecciones y aparezcan ordeñando vacas, besando a niños, visitando a enfermos, practicando el catálogo completo de obras de misericordia y reclamándose acreedores no solo de confianza sino de las virtudes teologales, que son tres: fe, esperanza y caridad.

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