Artículo publicado en el N.º787 (May-Jun 2021)
El optimismo no suele gozar de mucho predicamento entre la prensa pero es uno de los rasgos de carácter de El Ciervo, por lo que uno tiende a pensar que quizá tiene un papel en la longevidad de la revista, que en junio cumple setenta años. Así, manteniendo a contracorriente el espíritu animoso, hemos pensado el número de celebración que tienen en las manos con la vista puesta ya en nuestro centenario, es decir, preguntándonos qué mundo nos espera en los próximos treinta años.
A falta de profetas y sin dejar de ver a prudente distancia los ejercicios, a veces útiles, de prospectiva, hemos pedido a varios expertos unas reflexiones sobre lo que viene, o, si se prefiere un modo menos pasivo, hacia dónde vamos, adónde estamos yendo. En el fondo, casi siempre hablamos en presente. Estas reflexiones sobre el próximo futuro las acompañamos —no fuéramos a pecar de un exceso de optimismo— de unas percepciones más subjuntivas sobre el fin del mundo nada menos, porque el concierto de trompeta del apocalipsis que se anuncia con escaso éxito desde hace milenios dicen algunos que ha empezado a sonar, ahora sí, y tampoco es cuestión de perdérnoslo.
Los setenta años de El Ciervo invitan a preguntarnos por el papel de nuestra revista. Parece un poco pretencioso atribuirse el ejercicio de un papel. No siempre los actores están contentos con el que les dan en una función o una película. Algunos quisieran más protagonismo, representar a un personaje con escenas brillantes que permitan lucirse, pero la mayoría al fin se conforma, qué remedio, y comprende que la elección de un papel depende de muchas circunstancias a menudo prosaicas y funcionales, de azares y condiciones entre las que las preferencias del público tienen un peso determinante. También en nuestro caso los lectores nos ayu- dan a conformar el papel. Es su aportación económica la que hace posible —y que se reconozca y aplauda, discretamente, en todo el país— este hito de setenta años de publicación ininterrumpida. Los amigos de El Ciervo son, sois, personas empeñadas en que esta empresa cultural se mantenga a través de las décadas. Es un mérito grande e incluso podríamos decir, tal vez exagerando un poquito, una proeza de la que sentirse orgulloso.
Formamos entre todos una comunidad pequeña y agradecida, confortable en su austeridad, perseverante en su empeño de tener un vínculo de papel. Naturalmente, no nos conocemos en persona, pero sí nos reconocemos poco o mucho en las páginas que cada dos meses compartimos. Compartimos, digo, porque los suscriptores ayudan también sugiriendo temas e ideas, planteando preguntas, mandando colaboraciones, discrepando a veces de algún contenido, proponiendo otros. No a todos nos gusta todo siempre, claro, y por suerte. Si eso ocurriera estaríamos en el paraíso y puede que ni siquiera allí, porque ya se vio que a sus primeros habitantes les incomodaba un poco tanto lujo, calma y ociosidad. Preferían las manzanas. En El Ciervo nos pasa algo parecido: basta con que algo nos guste un poco la mayoría de las veces para que valga la pena compartirlo con los amigos. Bien mirado, compartir es lo importante; qué se comparte no lo es tanto, sino más bien un pretexto para hablarnos, pensar, saber y sentir que seguimos juntos y que juntos hacemos andar una empresa que en su modestia va aguantando meses, años, lustros, décadas.
De manera que tanto tiempo después empezamos a compren- der cuál es este papel, el nuestro. Diríamos que el de aspirar a ser un oasis en el que uno puede tomarse un vaso de agua, o un islote donde hacer pie a resguardo de un mar embravecido en el que pintan bastos. Las páginas de El Ciervo pretenden ser una tregua bimestral, un abrigo sencillo donde reposar del fatigoso ritmo de la nave de locos que parece a veces nuestro mundo y donde tomarse un tiempo, quizá para no perder o corregir el rumbo.
En los últimos meses hemos hecho un esfuerzo para estar vivos en la galaxia digital porque dicen que quien no está en las redes no existe. Bueno, nosotros no existimos por ello, pero estamos, aunque sin renunciar al papel, que por lo demás empieza a ser descubierto y valorado como una estimable curiosidad por un público nativo digital que sabe navegar sin caer en la red de las redes o en las redes de la red. Pensando en estos lectores más jóvenes hemos dedicado unas páginas a recordar que la libertad de expresión se ha ganado a base de luchar contra la censura y contra, incluso, la violencia. Nos gustaría que estos asuntos quedaran para siempre en la historia y justamente para eso es bueno que se conozcan.
De acuerdo, pero, volviendo al papel, ¿podemos concretar un poco más? Pues sí, sin necesitar declaraciones de principios o definición, ay, de identidades —y sin renunciar, sino al contrario, a que nuestro eco resuene por la infinitud del espacio virtual— podemos decir con precisión que el papel de El Ciervo es este: el que tienen en sus manos, de 100 gramos, ecológico, reciclado y procedente de fuentes saludables, El Ciervo de papel. Ahí, en cada número, está todo lo que tratamos de ser, lo que al fin somos.
Para celebrar el aniversario les ofrecemos un par de obsequios. Uno es la edición del libro de Carlos Eymar Inteligencia y religión en España (1990-2020) que, además de una historia de la revista, recopila sus jugosas conversaciones con pensadores de primera fila. El libro puede adquirirse a través de nuestra web, donde los interesados comprobarán que vale mucho más de lo que cuesta. La otra es una aportación musical neta de cuya calidad estamos también muy contentos. Es la composición que encargamos a Bernat Vivancos del salmo 42 Sicut Cervus, que da nombre a la revista. El maestro Vivancos compuso e interpreta la música para piano y la destacadísima soprano Núria Rial puso la belleza de su voz en la grabación. La presentamos en este número como una página musical en el sentido exacto, porque le hemos incorporado un código QR que permite escuchar la música mientras se lee el texto.
El Ciervo con música, quién iba a decirlo. A lo mejor algún día podemos ofrecerles también un vermut o un fino para amenizar la lectura. Tomamos nota de cara al número del centenario.