En sus memorias Frente al poder, el exdirector del Washington Post Martin Baron recuerda que el triunfo de Trump en las elecciones de 2016 cayó por sorpresa en su diario, que fue muy beligerante contra el candidato Trump y en la página editorial tomó partido por Hillary Clinton. El Post, incansable denunciador de las mentiras del que fue nefasto presidente y peor persona, sufrió el ataque por tierra mar y aire de la fábrica de fango e insultos del trumpismo: fue calificado de enemigo del pueblo, de basura, de mentiroso e incluso de inventor de las fake news, cuando si a alguien puede atribuirse semejante demérito es al propio Trump y a su equipo, que se dedicó a propalar falsedades antes, durante y después de su primer —y esperemos que último— paso por la Casa Blanca.
Baron escribe: “No teníamos ni idea de la intensidad del odio contra el establishment político que había en todo el país. Se dice que los medios de Washington han cometido siempre el error de vivir en una burbuja, y hay mucho de cierto en ello. Años antes de las elecciones presidenciales de 2016 nuestros periodistas deberían haber estado viajando por todo el país para captar el estado de ánimo de la nación. Y no lo hicimos. Ese fue un error que tratamos de no repetir en el futuro. Los periodistas tendrían que ir a todas partes y escuchar más” (p 109).
Si cambiamos la capital federal por la radial, el párrafo mantiene su sentido. Hace poco, el director de La Vanguardia se refería en un artículo a la diferencia de aires que respiran los medios de Madrid y los de fuera; los medios, añadamos, y los círculos donde se guisan las cosas de la actualidad, que por cierto el diccionario los llama mentideros, por algo será. Decía Jordi Juan que cada vez que llega a la capital experimenta esa sensación “no sé si producto de alguna sustancia que impregna el ambiente o porque mis agitadas neuronas pierden capacidad cognitiva”. Ustedes saben que El Ciervo lo hacemos en Barcelona: pues también nos sorprenden a veces algunos análisis tertuliantes de la situación —la de aquí hechos desde allí, o viceversa— que poco tienen que ver con la realidad que uno modestamente percibe cuando, alarmado, deja de mirar la ventana virtual y abre la de verdad. Todo este supuesto conocimiento de detalles mínimos, incluso nimios, de intríngulis, intenciones y tejemanejes del mundo siempre bullente de la política, ¿pasaría la prueba del nueve de la confirmación in situ? El Washington Post comprobó que no y entonces Martin Baron mandó a su redacción a paseo, es decir a viajar, a salir de la burbuja, a pisar las calles, hablar con la gente, escuchar sus razones, sus dificultades, sus decepciones, su memorial de agravios, sus deseos… Su singularidad.
Todo eso vale, claro está, para todos. Capitalinos, periféricos, autonómicos, regionales, provinciales, comarcales, locales, marítimos o fluviales. En El Ciervo hemos defendido repetidamente la necesidad de organizar un Erasmus autonómico, un intercambio de escolares de las distintas regiones españolas para que nuestros jóvenes comprendan el valor de la diversidad, descubran las diferencias, los usos, los hábitos, las historias y a los chicos y a las chicas de las regiones de España. La misma diversidad de los estados federados de la Unión que los ensimismados periodistas del Washington Post desconocían o despreciaban hasta que la realidad les dio un trumpazo en toda la cara y los obligó a olvidarse de los cenáculos y a moverse. A enterarse.
Ahora que más que de pluralidad se habla de singularidades quizá valdría la pena que los medios se den alguna vuelta más por las distintas regiones de la piel de toro para comprobar primero si tales singularidades existen, si es así, en qué consisten, y después, con el lógico orgullo profesional que da el trabajo bien hecho, contarlo para ilustración y quizá asombro de sus lectores, oyentes y veedores. Al Post le funcionó.
Por Jaume Boix, director de El Ciervo