Con la llegada de Donald Trump al poder, el virus de la mentira empezó a expandirse por las instituciones de su país con un descaro nunca visto, sin máscaras ni mascarillas. Cuatro años después, Trump fue derrotado pero la plaga era ya una pandemia, el trumpismo —la mentira como método— se había propagado por el mundo y la salud siempre frágil de la democracia sufrió un ataque que la llevó a las puertas de la UCI. Ahí sigue, atención.
Se ha cumplido este enero un año del asalto al Capitolio, animado y aplaudido por aquel a todas luces desequilibrado (recordemos que hubo 5 muertos y 140 policías heridos) antidemócrata (sigue afirmando sin razón que ganó las elecciones y que se falsificó el resultado). El presidente Biden aprovechó el aniversario para advertir del peligro real que Trump y sus partidarios encarnan. “Su red de mentiras ha puesto un cuchillo en la garganta de la democracia y no voy a permitirlo”, dijo Biden. La respuesta inmediata de Trump es la prevista en su manual del perfecto embustero: culpar a Biden de dividir con sus mentiras el país, igual como culpaba de mentir a los medios de comunicación que le acusaban, con pruebas, de mentiroso. El Washington Post llegó a documentar 29.508 engaños o falsedades de Trump en sus 1.286 días de mandato. Este impresionante récord parece increíble, pero en eso consiste el método: la banalidad, por inflación, de la mentira.
Transmitido por Steve Banon y otros agentes contaminantes, el trumpismo expande su infección corrosiva por el mundo con la ayuda de los que no creen —o no quieren— que la salud de la democracia requiera vacunaciones. El diario El País dedicó un buen informe a detallar las mentiras proferidas en 23 plenos del Congreso de los Diputados en los que se preguntaba al Gobierno. Resultado: casi la mitad de las preguntas (116) contenían exageraciones, falsedades o acusaciones vacuas. La gran mayoría de ellas fueron decla- madas con impecable vocalización por diputados de PP y Vox.
Tan triste como este cultivo de mentiras en que se han convertido los escaños es el papel de los medios que difunden sin mover una ceja esos cientos de falsedades. Porque esta es justamente la razón de ser de las mentiras: que altavoces las propaguen. El País ha hecho un trabajo loable, pero tardío. Los medios no pueden publicar mentiras por más que estén en boca del presidente o del jefe de la oposición, no pueden convertirlas en noticia. Pero si pese a todo lo hacen, entonces deben dejar claro que lo que están diciendo estos señores, y nosotros, querido lector, difundimos, no es cierto. Si la mentira se ha declarado en rueda de prensa, lo que toca no es tragarse la bola, y hacerla tragar al público, sino desmentir y aportar la evidencia del fraude. Esto no es fácil, claro, porque ya Montaigne sabía que “si la mentira, como la verdad, tuviera una sola cara, mejor nos iría. Pues daríamos por cierto lo opuesto a lo que el mentiroso dijera. Mas el reverso de la verdad tiene cien mil caras y un campo infinito”. Entrar en él pide trabajo y seriedad, es fatigoso y caro.
El trumpismo está en la base de la estrategia principal de la derecha española. Trump no aceptó el resultado electoral, y esto es lo que viene haciendo la derecha desde que Sánchez ganó por dos veces las elecciones y Casado las perdió, una de ellas cosechando el peor resultado de la historia del PP. Deslegitimar la victoria de Sánchez insistiendo en que la caída de Rajoy por una moción de censura no es una forma legítima de llegar al poder es a lo que esa derecha se consagra hasta extremos de gran grotesco: bloqueos, obstrucción, desprestigio institucional, broncas, negarle el trato de presidente y casi el saludo, poner en duda su capacidad, insultarlo y, día sí día también, llamarle mentiroso: lo mismo que hace Trump.
La mentira impide que nos entendamos con lo único que tenemos para ello: la palabra. Vivir en la ignorancia de la verdad no nos hará mejores sino ilusos ineptos para construir nada sólido en el cartón piedra de un mundo falso. La derecha española más adicta al brillo de la laca, que en su delirio choca incluso con el jefe de la patronal, debería hacer caso a un conservador como Josep Pla cuando este culpa de la extensión de la mentira a una de sus grandes obsesiones, el barroco. “Toda la educación en la época del barroco ha consistido en crear un tipo de personas sistemáticamente reticentes a decir la verdad, dispuestas a creer que la mentira es la quintaesencia de la inteligencia humana, a establecer que el mundo falso, vacío, tramposo pero rutilante es más eficaz que el mundo verdadero”. (Obra Completa, 36. P 344).
Pero el 70 por ciento de los votantes republicanos siguen creyendo la farsa de Trump. Parece ser el único dato que cuenta. La mentira, igual que la corrupción, no es castigada. Puro barroco.