Fue Kant, explica el ilustre jurista Luigi Ferrajoli, el primer pensador que en los tiempos modernos formuló con cierto detalle y buenos argumentos la necesidad de instituir un orden mundial que asegurara la libertad de los hombres y la paz de los pueblos. Kant entiende que esta idea —“de la que los tiempos pasados no han ofrecido ejemplo alguno”— puede parecer extravagante y sabe que contará con la resistencia de los estados, pero la ve inevitable: “El derecho de las gentes debe fundarse en una federación de estados libres”, escribe Kant, “y los estados con relaciones recíprocas no tienen otro medio, según la razón, para salir de la situación sin leyes, que conduce a la guerra, que el de consentir leyes públicas coactivas, de la misma manera que los individuos entregan su libertad salvaje (sin leyes), y formar un estado de pueblos que (siempre, por supuesto, en aumento) abarcaría finalmente a todos los pueblos de la Tierra”. La carta de las Naciones Unidas y, mejor, la Unión Europea son magníficos ejemplos, los dos, tanto de la bondad como de la dificultad de la empresa, que avanza a paso lento, a veces un poco a tientas, siempre sorteando obstáculos y por caminos que bordean peligrosamente el abismo. Pero avanza.
A sus 82 años, Ferrajoli, el reconocido filósofo del derecho, profesor jubilado pero activo, sigue empeñado en empujar un proyecto que puede parecer quimérico pero que él no solo ve posible sino inaplazable. Así acaba de publicar un libro más sobre la Constitución de la Tierra, esta constitución global que, según él y con él muchos más, el mundo necesita (Por una Constitución de la Tierra. Trotta). A los pragmáticos, escépticos y pesimistas que reciben su propuesta con media sonrisa y la (des)califican como utopismo bienintencionado, por un lado, y, por otro, a los poderes económicos y financieros globales que no desean someterse al control de unas instituciones de gobierno y de garantías, o a los intereses políticos nacionales que se niegan a perder soberanía, Ferrajoli responde que están en un serio error y que, a la vista de cómo está el mundo, el más realista es él. “La construcción de una esfera pública mundial y de una política global es la única respuesta realista, además de racional, a los desafíos planetarios”, dice convencido. Es la posibilidad que se abre de hacer realidad la bella y maltrecha carta de las Naciones Unidas y el cumplimientoefectivo de los derechos y principios que proclama pero que ve limitados o convertidos en humo por los intereses de las potencias que someten a los demás a la impotencia.
Su respuesta se concreta, en el libro, en un meditado Proyecto de Constitución de la Tierra. Se desarrolla en cien artículos y empieza así: “Nosotros los Pueblos de la Tierra, que en el curso de las últimas generaciones hemos acumulado armas mortíferas capaces de destruir varias veces la humanidad, hemos devastado el medio ambiente natural y puesto en peligro, con nuestras actividades industriales, la habitabilidad del Planeta (… ) promovemos un proceso constituyente de la Federación de la Tierra, abierto a la adhesión de todos los pueblos y todos los estados existentes y a fin de estipular este pacto de convivencia pacífica y de solidaridad”. Lo ha elaborado Ferrajoli con un equipo de juristas en Roma en los dos últimos años aprovechando la pandemia, momento y circunstancia muy oportunos para preguntarse por el planeta en su conjunto y las catástrofes globales que lo y nos acechan.
La intención de sus promotores es que el proyecto abra un proceso constituyente que se prevé gradual y complicado pero que servirá para crear conciencia de que es necesario y urgente superar las políticas de corto plazo en que está hoy anclada y en peligro la democracia. Confían en que esta conciencia se vaya convirtiendo en sentido común y cuando esto se produzca sea entonces “la entera humanidad, movida por el interés común de la supervivencia, la que se afirme como sujeto constituyente de una democracia cosmopolita”. Su disposición final, el artículo 100, dice así: “Este proyecto de Constitución, una vez discutido y con las enmiendas aportadas a él por parte del mayor número de personas, será depositado en la sede de la ONU, sometido a su atención, al debate, a las modificaciones y a la aprobación de la Asamblea General y abierto a la adhesión y la ratificación de todos los estados”.
¿Podremos ver un día hecha realidad esta noble idea? Kant la veía inevitable, Ferrajoli, posible y urgente. ¿Dejaremos que se malogre como un sueño que se desvanece al despertar? No perdamos la esperanza. Por supuesto, el día de su aprobación allí estará El Ciervo para celebrarlo.