Pender de un hilo

La exposición sobre los 75 años de El Ciervo (crónica de Soledad Gomis en la página 4 de este número) está teniendo muy buena acogida. En solo un mes, los visitantes superan ya en número a los suscriptores que con tanta lealtad y cariño mantienen viva la revista. ¿Qué atrae o reclama la atención hacia esta muestra? De todo un poco: interés, curiosidad, sorpresa, descubrimiento… Cierta preocupación incluso, o quizá morbo: nos preguntan a menudo por la salud de la empresa a sabiendas de que a ciertas edades la duda ya no ofende. A los 75 años, claro, no está El Ciervo para muchos saltitos, qué quieren, pero está. Para servirles y para lo que sea menester. Con los achaques, sí, propios de la prensa modesta e independiente —curioso: de manera similar al cine o la música joven hoy llamado indie— que sobrevive en una cierta marginalidad sorteando obstáculos (económicos-por-supuesto, es decir pérdidas) pero obteniendo, por el mismo precio, alguna ganancia: no estar (del todo) dirigido por la inflexible lógica de la rentabilidad, marcar el tempo propio sin el objetivo del beneficio calculado en billetes o sentir, en definitiva, la emoción funámbula del equilibrista sin red. Independencia significa no depender, pero implica pender. De un hilo.
¿Cuál cree que es la principal aportación de la revista?, nos pregunta un joven reportero de la tele después de echar un vistazo a las salas de la muestra. ¿Aportación? Uno recuerda el título, pero no el contenido, de un antiguo concurso que se llamaba ¿Qué apostamos?, pero ¿aportamos? ¿Qué aportamos? La luz roja de la cámara espera respuesta. ¿Aportar? ¿Aportamos algo cada uno de nosotros con nuestras vidas, se supone que algo positivo para los demás, algo que alguien pueda echar de menos cuando ya no estemos? Buena pregunta para meditar con calma, pero esta vía en sentido contrario, imaginar que la revista ya no está, puede ayudar a responder al apremio televisivo. Pues mira: su principal aportación quizá (quizá es marca obligada de estilo en El Ciervo) quizá sea lo que hoy celebramos: su continuidad. Aguantar, estar, seguir aquí. Quizá sea esto lo más destacable, la, con perdón, pequeña gesta que El Ciervo está escribiendo. Estar, seguir estando frente al oleaje de la mar salada, en la noche oscura y la fresca aurora, ante las ilusiones perdidas, la esperanza tierna, las canciones tristes, el mundanal ruido, la acechante muerte y las cóncavas naves aqueas, las brisas ligeras, las nieves del tiempo o las aguas siempre cambiantes del largo y tranquilo río de la vida.
Continuar es la función primordial de las instituciones. Nuestro Ciervo, revista sencilla y artesanal, es como esas tiendas de barrio que han acompañado la vida de varias generaciones, y que por mor de la especulación urbana y la conversión de los hábitos en uniformes desaparecen, y es entonces cuando lo lamentamos. No éramos tal vez clientes, pero no queríamos que cerrasen y menos que dieran paso a esos impersonales negocios que nos empobrecen. Qué pena que ya no estén, ¿podíamos haber ayudado a evitarlo?
Así, El Ciervo. ¿Puede ser que este regreso que se intuye o percibe hacia una vida interior más profunda, esa búsqueda de espiritualidad, de religiosidad, de trascendencia, de sentido anuncie tiempos mejores para una revista como la nuestra? Puede ser, claro, puede ser incluso que esto explique el milagro de su permanencia: hay lectores, tal vez habrá más, que esperan este tipo de textos reposados que huyen de lo efímero y buscan la reflexión y lo permanente, reflejar el fondo. A lo mejor no los leen pero quieren que estén ahí, que no nos dejen solos, tal vez por si acaso.
El Ciervo, que llama a resistirnos al imperio de los algoritmos, ha tratado siempre de evitar la actualidad fugaz y perecedera, y en cambio resulta que uno de los asombros de la exposición es ver con qué fuerza temas tratados décadas atrás en sus páginas mantienen una vigencia espectacular: inmigración, vivienda, federalismo, Europa, desigualdades, justicia, educación, espiritualidad, esperanza, la muerte digna, la vida digna… Es una paradoja más, o quizá no que define nuestra improbable revista: igual que la moda es lo que pasa de moda, resulta que la actualidad auténtica es lo que no es actual. El Ciervo, por ejemplo. La que más aguanta, pero pendiente de un hilo. No estaría de más reforzarlo un poco, no sea que. •

Por Jaume Boix, director de El Ciervo

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