Preguntas

¿Puede la cultura de la paz, el pacifismo, hacer que amainen los vientos de guerra que dejan ya sentir su soplo esquinado entre nosotros?
¿Qué puede hacer, si es que algo puede? Oponernos, inermes, ¿va a poner fin a la diaria constatación de los desastres de la guerra allí (aquí al lado) donde es ya un horror?
¿Qué defensa podemos levantar que nos mantenga a salvo de la locura de la guerra, si no hay muralla que pueda contener la barbarie cuando anida en los corazones?
Las armas, por más que se presenten como medios de defensa y no de ataque ¿son en verdad disuasorias cuando al alcance de todos está tener más y mejores? ¿Armar la paz? ¿No sabemos, además, que las armas las carga el diablo?
Una paz armada ¿es la verdadera paz, la que anhelamos? ¿O simplemente es el mal menor al que nos resignamos, siempre mucho mejor que la violencia, la destrucción y la muerte?
¿Puede la democracia imponerse a las dictaduras, la libertad a la opresión, la autonomía al sometimiento, la justicia a la injusticia, la ley a la arbitrariedad, los derechos a la invasión, la razón a la fuerza, la paz a la guerra? ¿Por qué no ocurre?
¿Vamos a dejar, como en nombre del apaciguamiento hizo el pacifista o acomodaticio Chamberlain con Hitler y los Sudetes, que Putin se salga con la suya? ¿Para tener que aceptar más tarde un sacrificio mucho peor, y para constatar que tanta muerte, dolor y destrucción han sido en vano?
¿Empuñaríamos las armas si fuéramos llamados a filas? ¿Acompañaríamos a nuestro hijo o a nuestra nieta, a nuestros parientes, amigos, vecinos, a la estación de embarque, si lo fueran ellos? ¿O trataríamos de ocultarlos y que desertaran antes de verse envueltos en el sanguinario delirio bélico?
¿Es inevitable la guerra? ¿No hay en Europa, en todas las Américas, en China y Asia entera, no hay en toda África u Oceanía un engranaje diplomático, nadie, alguien capaz de impulsar un diálogo que la impida? ¿Dónde están los líderes, los juristas, dónde los intelectuales, los catedráticos y los maestros, dónde los religiosos, dónde los militares honorables, dónde los políticos inteligentes, dónde los ciudadanos libres responsables que tomen la iniciativa, que levanten la voz y sancionen con el voto? ¿Dónde estamos todos? ¿En qué estamos convirtiendo el mundo?
Cuando un déspota inicia una guerra y envía a decenas de miles de ciudadanos a matar y a morir, a centenares de miles a perderlo todo y a escapar de su país, cuando decide destruir ciudades, campos, escuelas, hospitales, fábricas, vías de comunicación, fuentes de energía, hogares, familias, cuando deja morir a niños y a madres y deja a su paso un ejército de mutilados, de huérfanos, de viudas, de ancianos, de dolor y de miseria es hora de recordar sin la menor piedad la voz del poeta que lo condena: “A veces es necesario y forzoso que un hombre muera por un pueblo, pero nunca ha de morir todo un pueblo por un solo hombre”. Recuerda siempre eso, Vladímir. Recuérdalo, Benjamin.
Pero eso es un poema. Y por más que con Blas de Otero pidamos la paz y la palabra, bien sabemos que la poesía no evita la guerra y ningún verso nos salvará “de ser trizados, ¡zas! por una bala”.

 

Por Jaume Boix

Director de El Ciervo

 

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